El apagón
Chumilla-Carbajosa
Sábado, 3 de mayo 2025, 14:21
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Chumilla-Carbajosa
Sábado, 3 de mayo 2025, 14:21
Acababa de volver del hospital Morales Meseguer donde me habían colocado un 'mapa', nombre coloquial de un pequeño aparato electrónico que te mide la presión ... arterial cada treinta minutos, a lo largo de toda una jornada. Por la noche, para facilitar el sueño, se activa cada hora. Al día siguiente, te lo quitan y los médicos leen el resultado de las mediciones que quedan memorizadas en la máquina. Haces tu vida normal hasta que se escucha un ruido y sientes la presión del tensiómetro en tu brazo y entones recuerdas que lo llevas puesto. Es muy curioso si te pilla saludando a un amigo o subiendo una escalera. Te detienes unos instantes sin hablar hasta que el aparato enmudece y sigues con tu rutina. Volví a mi estudio caminando y allí el mapa comenzó su tarea. Sentí cómo la maquina presionaba mi brazo izquierdo y luego aflojaba. Encendí mi ordenador dispuesto a trabajar en la novela que estoy escribiendo y me di cuenta de que no había corriente. Imaginé que por algún motivo habría saltado el automático del panel eléctrico así que fui a activarlo. Pero todos los conmutadores estaban hacia arriba. Entonces mi móvil comenzó a sonar y respondí a la llamada. Era Luis, quien me consultó algo en relación a mi nueva película. 'Meta Morfosis', inspirada en la novela de Kafka, que está en fase de postproducción. Él comentó entonces que en su casa se había ido la luz y entendí que la avería no era de mi piso, ni de mi edificio sino de toda la ciudad de Murcia. Y poco después, me enteré que el apagón se extendía al resto de España y Portugal. «Un posible ciberataque», comentaban la mayoría de los periódicos a través de las noticias que publicaban en internet.
Poco después, las llamadas telefónicas comenzaron a fallar y también la red. Me lo tomé con paciencia y bajé a comprar algo en un comercio de comida preparada. Había bastante cola y los platos calientes estaban agotados. Tuve que conformarme con una ensalada de pasta fría con salmón y pude pagar con la tarjeta pues casi nunca llevo efectivo. Regresé a mi estudio y, tras el almuerzo, me eché una buena siesta, solo interrumpida por aquel aparato que, con puntualidad británica, me apretaba el brazo. A eso de las seis de la tarde, abrí mi portátil y empecé a escribir este artículo. Más tarde saldría a caminar pero quise antes poner en negro sobre blanco mis reflexiones. La idea de quedarme sin batería y que el ordenador se apagase de repente comenzó a incomodarme. Cuando comencé a escribir, a finales de los años ochenta, lo hacía siempre a mano. Después, pasaba el manuscrito a máquina antes de que apareciese el milagroso programa de 'word' que tanto facilita el antiguo oficio de la literatura. Jamás pensé que algún día me acostumbraría a escribir directamente en un ordenador. Pero a todo se acostumbra uno y hay que agradecer las ventajas que el invento nos ofrece... Ahora son las siete de la tarde y la carga de la batería ha bajado al 16%... He decidido salir y, a mi regreso, terminaré este escrito... Voy a poner en reposo el portátil. Me pregunto si el ordenador se apagará enseguida por falta de batería y si por fin regresará la electricidad a nuestras vidas... Pronto caerá la noche... De nuevo, se activa el tensiómetro... ¿Será el inicio de la tercera guerra mundial o del Apocalipsis tras la muerte, hace unos días, del Papa Francisco?...
Afuera, vi gente por las calles y todo parecía normal, salvo la mayoría de los comercios que permanecían cerrados. El supermercado de Gran Vía estaba abierto y entré. Había muchas personas y gran parte de las estanterías ya estaban vacías. Nada de pan, agua, frutas, conservas... Por suerte, se podía pagar con tarjeta y compré jamón serrano y queso curado. Después, me dirigí a una pequeña tienda de comestibles regentada por chinos a la que voy de vez en cuando. Cogí dos botellas de agua mineral y unas pilas triple A. Saqué la tarjeta pero la dependienta china me explicó que no les funcionaba el datáfono y solo admitían dinero en metálico. Sonreí y les dije que solo llevaba tarjeta y que, si no les importaba, les pagaría otro día. La china miró a quien parecía ser su marido y luego bajó los ojos negando con la cabeza. Esa actitud me dio a entender por qué los chinos son implacables en términos comerciales... Decidí pasear y caminé hasta la Catedral... De vez en cuando, miraba el móvil para ver si funcionaba pero estaba muerto. Sentí el aparato que se activaba y me detuve para que volviera a medir mi tensión. Y decidí volver a casa. Allí dejé los víveres en la cocina y encendí una vela con las cerillas que suelo utilizar para los habanos. Regresé a casa a las 20.25. El Sol comenzó a tramontar. Abrí el ordenador para seguir escribiendo. La batería marcaba 12%. Tenía que terminar o dejarlo para otro día... O quizá, buscar boli y papel... ¡Qué lejos quedaba eso!
Creo que esta situación podría ser el inicio de una novela o de un guion cinematográfico. Imagino un país capaz de autoabastecerse completamente sin depender de la globalidad. Quizá con pequeñas centrales hidráulicas junto a los ríos capaces de generar electricidad con el empleo únicamente de la fuerza del agua, como ocurría hace dos siglos. También pienso en la noche, que quizá sea larga, en la incertidumbre, en las noticias que no hace mucho nos alertaban de un posible escenario como este... Me consuela pensar que solo será un susto pasajero y que pronto volverá la luz. Quizá lo único bueno de este apagón es que dentro de nueve meses, como ocurrió en el famoso 'black out' de Nueva York el 13 de julio de 1977, los índices de natalidad en España suban significativamente como ocurrió en la ciudad de los rascacielos. Aunque lo que más me preocupa ahora es el helado de Chambi que se me está derritiendo en el frigorífico.
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