Hace exactamente un año, el 11 de marzo de 2020, una llamada del colegio de T informando de que había un caso positivo de coronavirus ... hizo que comenzase nuestro confinamiento. En estos meses interminables, en estos quince días estirados hasta el infinito, en vez de madurar he dado pasos hacia atrás. Hoy voy a hablar de la nostalgia y de cómo los que parece que hemos madurado, los que hemos ensanchado de pecho para abajo y hemos perdido casi todo el pelo, en realidad no hemos crecido.
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¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Bueno, eso da para otro artículo. Lo que sí creo a pies juntillas es que tendemos a idealizar los mejores momentos que hemos vivido en el pasado, mientras olvidamos en un cajón lo que nos ha hecho daño. Y en esa fórmula matemática, en ese proceso de separación de lo bueno y lo malo, el arte y la cultura han tomado un papel muy importante. Porque, al final, somos nuestras experiencias, pero también moldea nuestra personalidad aquello que una vez nos puso contentos.
De pequeño me hizo feliz 'Hook', la película de Steven Spielberg. Creo que a todos los de mi generación los mantuvo con los pies de la infancia y la adolescencia en la tierra, bien pegados. El pasado fin de semana la revisité, con el miedo a no sentir lo mismo, a no volver a ser un niño perdido en el País de Nunca Jamás. Pero la memoria no es caprichosa, nos persigue cuando estamos intentando desembarazarnos de ella y nos deja marchar cuando estamos implorando por su presencia. Yo llevo unos meses intentando convertirme en adulto, pero sin éxito. Al revés, estoy volviendo a las películas que forjaron a la persona que soy hoy, a los discos que me erizaron la piel mientras sonaban en el equipo de música de mi habitación. Me estoy negando a ser adulto, a convertirme en Peter Banning.
Esta columna ha sido escrita mientras sonaba 'Fake Plastic Trees', de Radiohead; y 'The Greatest Bastard', de Damien Rice
Busco en Google la definición de Síndrome de Peter Pan: «Personas que se niegan a crecer, con una marcada inmadurez emocional matizada por una fuerte inseguridad y un gran temor a no ser queridos y aceptados por lo demás». Ese soy yo. No me interesa demasiado ver qué hay después de esto, si cuando todo termine llegará la gran bacanal, y es porque me he acostumbrado a vivir con miedo; para mí, la ansiedad y la incertidumbre son los lugares a los que ahora pertenezco, junto a mis pelis, discos y libros preferidos.
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«¿Conoces ese lugar entre sueño y la vigilia? ¿Ese lugar en el que aún recuerdas los sueños? Allí es donde siempre esperaré tu regreso», le dice Campanilla a Peter como despedida. Yo no me voy, me quedo a cacarear en Nunca Jamás y que sea lo que tenga que ser.
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