Teresa, Fernando, el Mar Menor y el Dakar
Hay gestos que lo dicen todo. Carlos Sainz junior tuvo el gesto natural de querer ser el primero en abrazarse a su padre, que a ... sus 61 años ha vuelto a coronarse como vencedor del Rally Dakar. En cuanto el piloto llegó a la meta en Yanbu –pongamos que hablamos de Arabia Saudí–, su hijo casi lo baja en volandas de su auto para demostrarle a besos admiración, alegría, cariño. El abrazo ha dado la vuelta al mundo, no es poca recompensa triunfar en la vida y triunfar como padre. Se admiran mutuamente, se animan en sus carreras deportivas y se sienten cerca el uno del otro. Si eres deportista de competición, no debe ser nada fácil ser vástago de un hombre que ya es una leyenda. Y si eres padre, tiene que ser una gozada encontrarte a tu hijo de 29 años esperándote, cuando has vuelto a alcanzar la cima, para abrazarse a ti como cuando era un niño.
Pero si este gesto del hijo para con el padre fue, después de todo, de lo más natural, el que tuvo no mucho antes con Carlos Sainz su principal competidor en la carrera, Sébastien Loeb, fue uno de esos gestos que no pasan desapercibidos porque ennoblecen la práctica deportiva y ponen el acento sobre lo que nos honra como especie; todo esto dicho sin pedirle permiso al futbolista Ferrán Torres, quien, tras un partido caliente, fantaseó en voz alta con meterle al «gilipollas» de Vinicius «una hostia que lo reviento», no teniendo posteriormente el detalle con el brasileño de, qué menos, acudir al gesto de pedirle disculpas; quizá pensaría que ya había hecho bastante con no llamarle orangután.
Corría el kilómetro 153 de la etapa que conducía a la meta cuando el Hunter que conducía Loeb, que había arrancado saliendo por delante del español, sufrió un fuerte impacto que provocó una rotura que lo dejó varado en la arena, necesitado de la asistencia que solicitó y consciente de que decía adiós a la posibilidad de lograr su sueño. Mala suerte, enfado lógico y a maldecir haber nacido.
Pues bien, lo que tuvo entonces, en ese contexto de mal sueño, es el gesto de, en cuanto vio el coche del español llegar por detrás, y tener claro que lo que haría Sainz es interesarse por cómo se encontraba físicamente –han vivido mil batallas juntos–, Loeb se apresuró a evidenciarle, con un gesto inequívoco, que estaba bien y que bajase un poco el ritmo justo en ese trazo peligroso; ¡y buena suerte...!
El ganador del Dakar tuvo un buen día de celebraciones, pero la que no parece que estuviese este viernes en el mejor de los suyos es la ministra Teresa Ribera, a la que los miembros del CGPJ han acusado, teniendo el gesto de hacerlo por unanimidad, de haberse pasado algunos pueblos en sus críticas al juez Manuel García-Castellón, lo que en opinión de los mentados demuestra que no respeta la independencia judicial y que, además, estas opiniones suyas son contrarias al principio de lealtad institucional.
La ministra, habitualmente más prudente, comedida, dialogante, más bien discreta, tenía reciente el paseo que se había dado por el Mar Menor, en compañía de Fernando López Miras, a solas los dos y algo encogidos por el viento, y el caso es que las fotos quedaron bien, un descanso entre tanta estéril tensión y malos modos políticos, aunque sin llegar a encerrar, tampoco nos pasemos, ese misterio irresistible que desprenden las imágenes que protagonizan AliciaVikender y James McAvory paseando, también solos y agitados por el viento, por una playa normanda para rodar a las órdenes de Wim Wenders.
Ignoramos qué huella le dejó el paseo, pero la ministra no tardó en adentrarse en TVE en el abismo de las palabras opinando que la reciente decisión del juez de la Audiencia Nacional, solicitando que se investigue a Carles Puigdemont por presuntos delitos de terrorismo, abunda en esa «cierta querencia» que el juez tiene por no resistirse a intervenir en «momentos políticos sensibles», lo que todo el mundo tradujo como que se le ve el plumero a su señoría. Mal hecho, Teresa Ribera, en la prudencia y el trabajo riguroso se maneja usted mejor.
Superdotado
Y espérense, porque el propio Puigdemont, en vez de apostar por el gesto de guardar silencio, ha aprovechado que de veras se cree un elegido y un superdotado y ha arremetido contra García-Castellón por acumular «graves responsabilidades en la vulneración persistente del Estado de derecho».
Así es, Puigdemont hablando del Estado de derecho, ¡español! Puigdemont, a quien el prior de Montserrat le regaló el gesto de visitarle en Bruselas para dejarle claro que ahí está él, dispuesto a mostrarle al mundo a la cara que dos cabalgan juntos, aunque no sea dirigidos por John Ford, sino por los deseos de salirse con la suya como sea; Puigdemont, al que también visitó en tierra extraña Yolanda Díaz, toda vestida de blanco, mostrándose sonriente como si a quien le estuviese estrechando la mano amiga fuese al rey de Bután, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck; Puigdemont, prófugo de la justicia, ahora con más poder en la sombra que Vizier Ay, el oficial que más influyó en Tutankamon, y de quien incluso se dice que fue responsable de su muerte. Que lleve mucho cuidado Pedro Sánchez.
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