Pongamos por caso: a usted y a mí nos gusta nuestro trabajo, y usted y yo no somos de los que faltamos a trabajar contando ... la primera milonga que nos venga bien. Casi todos conocemos casos de personas a quienes las milongas se les multiplican con pasmosa facilidad, y tan contentos, sobre todo, claro, si no trabajan en empresas privadas y no digamos ya si son autónomos, que entonces se lo piensan varias veces y en diversas lenguas. Bien, demos por hecho que nos gustaría llegar a ser, o serlo ya, expertos en nuestro trabajo, reconocidos por nuestra valía, y sentir que lo que hacemos es útil. Nada de sudar en balde, mejor ser partícipes de un proyecto, un servicio o una actividad que merezca la pena, embellezca, ayude a avanzar.
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OK, en Occidente hay expertos que sostienen que son precisas 10.000 horas de entregada dedicación para que una persona media se convierta en experta dentro de su campo laboral. Sin embargo, en Japón no se reconoce la maestría en una profesión hasta que el profesional no ha dedicado 60.000 horas a perfeccionar sus cualidades y destrezas. Esto equivale, ¡horror!, a trabajar ocho horas al día, 250 días al año, durante 30 años. Mejor ir a Japón sólo de visita, ver lo cerezos y vuelta a casa.
Por cierto, ¿cuántas horas de entrega a su trabajo acumulará el práctico portuario Antonio Lario Romero, que nos salvó a todos, con su actuación, de haber sufrido en esta Región, concretamente en el puerto de Cartagena, una tragedia medioambiental cuya magnitud hubiese dado la vuelta al mundo? Y no sabemos si también habría conllevado entierros. ¿Y cuántas jornadas laborales como enfermera lsumaría Carmen Carbone cuando, de modo azaroso, fue noticia sin proponérselo por haberle inoculado la vacuna contra la covid-19 a la primera persona en recibirla en nuestro país, Araceli Hidalgo? Que ahí la tienen: ha cumplido cien años en un estado de salud sorprendente.
Oiga, y el elegantísimo y finísimo y aristócrata de cuna Luis Medina y su amigo del alma, el empresario Alberto Luceño, ¿cuántas horas de esfuerzo y pasión por el trabajo bien resuelto a conciencia limpia, sea el que sea el trabajo al que se dedican, habrían invertido antes de, aprovechándose de una situación de dolor y espanto universal, urdir, según la Justicia, «un plan para obtener, con la excusa del altruismo, el mayor beneficio económico posible a costa del erario municipal [madrileño]?». Finísimos, estafaron y se enriquecieron en el «peor momento de la pandemia», inflando los precios de las mascarillas, tan elegantes ellos, tan bien educados, dos primores, para así lograr 'elevadas comisiones', que los barcos de vela no te los regalan.
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Y este otro amiguito del alma, pero esta vez del exministro socialista José Luis Ábalos, el tal Koldo, este sí que nada finísimo ni en sueños, pero sí que todo parece indicar que bastante corrupto, y de nuevo a costa de las dichosas mascarillas que se precisaban como agua bendita, ¿cuántos años de preparación exhaustiva en las mejores universidades necesitó Koldo para llegar a situarse en las altas esferas del PSOE? Que hay que ser tontos, ¡eh!, para no enterarse de nada.
Pero es que otro hay llamado Alberto González Amador, a propósito del que dice Isabel Díaz Ayuso que «ahora toca novio», tras su implicación en otro caso de grosero comportamiento. Nada, poca cosa: enriquecerse también por 'intermediar' en la compra desesperada de material sanitario durante la pandemia, al igual que los finísimos de derechas y el más bien tirando a gordo de izquierdas. La política ha intentado salir en su defensa, que parece que mucha no tiene porque es público que su abogado habría mantenido conversaciones con el Ministerio Público para alcanzar un acuerdo de conformidad y saldar su deuda, encima, con Hacienda. ¿Qué nivel de exigencia profesional y, de paso, ética y moral se habrá asignado a sí mismo?
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Escuche hace nada a Carmen Carbone, entre lágrimas, recordar el día que acudió a la residencia Los Olmos de Guadalajara para poner en marcha el proceso de vacunación que devolvió la esperanza al mundo. Vaya, quizás estas lágrimas lo que provoquen a todos estos avispados de las mascarillas sea risa; muchos se jugaron la vida, otros aprovecharon para asegurarse sin contemplaciones que las suyas fueran de lujo.
Pericia
Unos dan vergüenza, y a otros, como a Antonio Lario Romero, les das las gracias. En la noche del pasado 19 de febrero, de no ser por su maestría y el hecho de que se encontrará en su puesto de trabajo, no hubiese parado a cien metros de la costa al petrolero 'Front Siena', que con 150.000 toneladas a bordo de crudo se aproximaba temerariamente a tierra, ¡uff!, pasado de velocidad y gobernado por una tripulación de chiste. El práctico portuario lo frenó evitando que embarrara. Menudo desastre nos ahorramos con su actuación de película, empezando porque trepó por la escala de gata hasta la cubierta del 'Front Siena' antes de poner allí orden y evitar el caos. La vida es azarosa, la honradez y la profesionalidad se eligen.
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