No fue durante un accidente mientras se relajaban practicando buceo en el arrecife indonesio de Raja Ampat, vaya por Dios, y así al menos el ... placer cristalino hubiese sido antesala de la turbia muerte. No, lo que estaban haciendo los guardias civiles Miguel Ángel González Gómez y David Pérez Garacel era, sin medias tintas, cumplir con su deber, que conlleva por un sueldo modesto poner sus vidas en riesgo para que las nuestras transcurran más a salvo, lo más plácidas posible. En eso andaban sobre las olas cuando fueron arrollados por una narcolancha criminal en su intento de impedir que los narcos atracaran en el puerto de Barbate con la tranquilidad, y felicidad, con la que los viajeros privilegiados arriban a playas de ensueño, cuya arena resplandece como el ámbar y la estancia se les promete de ensueño y con garantía de noches de luna.
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Miguel Ángel González Gómez y David Pérez Garacel tuvieron que esperar a ser llorados, ajenos ya a la desolación de sus familias, pero sus asesinos recibieron vítores justo mientras cometían su crimen. No faltó quienes les jaleaban, entre aplausos y, todavía peor, risas, para que derribasen la embarcación de los agentes y los enviaran directamente al abismo, y así negarles eternamente la posibilidad seguir, ni un sólo día más, trabajando por el bien común, o batallar cuando tocase contra la furia del mundo como hace el protagonista de la 'Balada del viejo marinero' de Coleridge. Al tiempo que cuatro narcolanchas jugaban a ser Manolete con la embarcación de los servidores públicos, logrando la muerte de dos de ellos y dejando a otro para el arrastre, sus admiradores vitoreaban su actuación y se venían arriba: 'Con dos cojones. '¡Mira, mira!' '¡Toma! ¡Toma!' 'Quillo, que los vais a ahogar'. '¡Dale, dale otra vez!' 'Que la hunden, que los matan ahí'. '¡Montarse por lo alto y echarlos al fondo!'. Y deseo concedido. Aplausos.
A toda persona de buena voluntad le conmocionó el suceso, creo, porque esos muertos no eran ajenos a nosotros, a nuestras vidas, a nuestro bienestar y seguridad. Qué menos entonces que no lanzarles directamente al olvido, qué menos que hacerles llegar a sus familias el pesar, y el agradecimiento, de la mayoría de esa sociedad que formamos, aunque sea muy a disgusto y regañadientes si hablamos de los casos de Junts, ERC y EH Bildu.
Qué menos: en el Congreso de los Diputados se guardó el martes un minuto de silencio en memoria de los guardias civiles que perdimos todos, dejando claro que el 9 de febrero no sólo fue un día negro en la provincia de Cádiz, sino en toda España. Un minuto de silencio, nuestro respeto, un momento compartiendo todos el duelo más allá de ideologías. Pero no lo guardaron sus señorías de los citados Junts, ERC y EH Bildu, a los que en esta ocasión de la que estamos hablando se sumaron también los cuatro diputados de Podemos, que andan ahora por la política no con una líder al frente, ojalá, mezcla de Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt, sino de forma almodovariana como vacas sin cencerro; pocas, pero haciendo ruido.
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No es que tuviesen que madrugar sus señorías, tan ocupadas siempre, por lo general, primordialmente en sus asuntos propios, ya que la cita era a las tres de la tarde, justo al inicio del pleno al que tampoco es que acudan gratis, rascándose el bolsillo, por amor a la patria de sus señorías, que da hasta risa cuando se les llama así.
Un minuto de silencio. Luego, a lo nuestro, 'bueno, sigamos', como concluye 'A puerta cerrada', Sartre mediante. Pero ni eso: no participaron en el homenaje ni los siete diputados de Junts, que mandan más en el Gobierno de Sánchez que William Burns al frente de la CIA; ni los siete de ERC, ni los seis de EH Bildu, ni los cuatro de Podemos, que se presentaron tarde en el Hemiciclo. ¿En serio?
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Desaire
«El Congreso de los Diputados comparte el dolor de sus familiares, compañeros y amigos, se suma al luto de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y desea la pronta recuperación del guardia civil herido», fueron las palabras que introdujeron esos sesenta segundos de nada. No es un desaire nimio, lo es desolador, cómo lo son las maneras carcelarias que se dispensan entre sí nuestros máximos representantes. El ministro Grande-Marlaska, cierto que convertido en un goloso trofeo cuya caída quiere cobrarse el PP, aprovechando lo que sea menester –ya decía Teresa de Ávila que «cuando perdiz, perdiz, y cuando oración, oración»–, recordó con malas pulgas las imágenes de Núñez Feijóo haciendo el primo en el barco del condenado por narcotráfico, que no ejemplo de santidad, Marcial Dorado. Pero sucede, ministro, que no es Feijóo quien gobierna este país, y no por falta de ganas.
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