Formulando hipótesis
No hay nada más importante que la formulación de una hipótesis cuando se inicia una investigación o una tarea. De ahí parte todo, cuando se ... desarrolla desde el ámbito humano. Es como una explicación previa que dispara el proceso de investigación, reflexión y racionalización de algo. Sin las hipótesis, por tanto, sin una explicación previa o respuesta a la duda, no se puede desarrollar ninguna explicación racional ni la Ciencia podría desarrollarse.
El método científico, al que se apela con tanta frecuencia, se estructura de un modo regular contando con varios pasos, que parten de una duda y se extienden hasta la corroboración o refutación de aquélla. En ese proceso, tiene su lugar la formulación de hipótesis. Suele distinguir la conducta de un científico de la de alguien común y corriente. La hipótesis es una posible solución a la duda que se pretende desvelar. Cuando en la vida corriente, ante un hecho observado, se formula una enunciado del tipo 'puede ser que ...', estamos formulando una hipótesis. No se trata de una explicación o evidencia, sino de una posibilidad que desata la acción del proceso y desarrollo de las pruebas, que llevarán a la explicación. La hipótesis no es una verdad, sino una posibilidad, provoca acciones, desarrollo de métodos, estrategias para poder comprobar si la hipótesis formulada evidencia que es correcta, porque si no lo es, hay que cambiar la hipótesis por otra nueva que pueda ser solución. Se trata de un enunciado temporal, porque aún cuando pueda ser evidenciada, podrá ser refutada con posterioridad.
Hoy, cobran especial significado en el contexto de la inteligencia artificial, dada la importancia de desarrollar de forma autónoma procesos que permitan concluir en soluciones correctas. Los algoritmos, son un conjunto finito de pasos sucesivos que permiten alcanzar una solución. No se trata solo de resolver problemas matemáticos de envergadura enrevesada, sino que, también, nos acompañan en la vida cotidiana. Por ejemplo, empleamos un algoritmo para subir una escalera, aunque no reparemos en ello: disponer un pie, mientras el otro se eleva, se retira el primero y avanza sobre el segundo y se repite el proceso, hasta alcanzar la cima de la escalera, como describiría brillantemente Julio Cortázar, es ejecutar un algoritmo: un número de pasos finito, en función del número de escalones, nos permiten resolver el problema de subir la escalera, que era el problema inicial.
Los algoritmos incorporados en los ordenadores son capaces de detectar patrones (para los esnobistas 'frames') a partir del examen de numerosos casos. Por ejemplo, tras 'mirar' numerosas mesas o fotografías de ellas, identifican una mesa. Mientras no dispongamos de otros procedimientos, podemos probar cómo se ha alcanzado un resultado analizando las conclusiones a las que llegan los algoritmos. Pensemos que este procedimiento parece evitar la responsabilidad sobre los resultados del aprendizaje autónomo de un robot. Pensemos en las consecuencias derivadas de la conducción autónoma basada en este tipo de aprendizaje. Esto es motivo de un encendido debate en la actualidad, en cuanto a las consecuencias de la conducta de los robots.
Otra faceta derivada de esta consideración es que el aprendizaje autónomo parece separarse de la conducta científica, por cuanto esta última no solo busca correlaciones, sino causalidades. En el aprendizaje autónomo se soslaya, en gran medida, la búsqueda de causalidad. En esta tesitura, no está nada claro la cuestión de la verificabilidad, por cuanto no actuando con certezas, sino solo con correlaciones, la repetibilidad, tampoco está asegurada.
Identificación autónoma
Una esfera actualmente preocupante es la identificación autónoma de personas. Lo vemos cotidianamente en el reconocimiento de nuestra cara por nuestro 'smartphone'. Nos reconoce, o no, según el caso. Extrapolar a partir de fotografías, todas las que se quieran, para predecir sexo, raza, etc. y poder inferir si se trata de alguien de conducta peligrosa, incide, además en la esfera de la ética, dado que pueden dar patente de corso a la frenología (teoría del s. XIX por la que los instintos o facultades mentales, rasgos de la personalidad, como las tendencias criminales, se corresponden con un relieve del cráneo) y la fisiognomía que se basa en la apariencia de la cara para conocer la personalidad. Hacer afirmaciones sobre la personalidad basadas en las correlaciones conllevaría este riesgo. No podemos evadirnos del debate en que nos sumerge la irrupción, al parecer imparable, de la inteligencia artificial. Ahora es el momento.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión