Conviviendo con robots
La previsión indica que en los próximos años, desde el sector industrial hasta las finanzas, pasando por los de salud, transportes, doméstico e incluso ocio, ... la Inteligencia Artificial (IA) va a incrementar su presencia significativamente. Se estima que en el año 2025 el mercado de la IA se aproximará a los 53.000 millones de euros, multiplicando por nueve la inversión, cuando actualmente no se superan los 5.000 millones.
Pero no es un producto más. No se trata de algo novedoso que irrumpe y pretende alcanzar la saturación del mercado. Es algo más sofisticado. Se trata de una nueva forma de hacer las cosas, que abre nuevas posibilidades porque no solo es aplicable a cualquier otro proceso productivo o no, sino que es capaz de funcionar de forma autónoma. Y esto conlleva la toma de decisiones, que hasta ahora estaban reservadas en exclusiva a los humanos. Es un nuevo poder y genera interrogantes, desde quién será el que lo use hasta qué dirección le vamos a dar. Nuestro bienestar se ve interpelado, tanto para potenciarlo, como para dilucidar si puede resultar destruido.
Cuando el maquinismo irrumpió, allá por el siglo XVIII, se vio violentada la forma de distribución del trabajo. No fue bien aceptado y los desórdenes colmaron el escenario de la Inglaterra que acunó la revolución industrial que luego se generalizó a todo el mundo conocido, en mayor o menor grado. Muchos inventores resultaron sepultados junto con el invento en el mismo hoyo al que bajaron de forma irremediable, empujados por las muchedumbres que no aceptaban las consecuencias sobre sus trabajos, salarios y vidas. Hemos ido capeando el temporal en muchos países, especialmente en Europa, con las ayudas sociales que mitigan el desempleo asociado a la automatización del sistema productivo, en el que el capital suple las bajas de puestos de trabajo desempeñados por humanos, por económicas producciones, una vez amortizada la inversión.
Ahora, los interrogantes son más numerosos y más profundos cuando se pone en juego la generación de más justicia social y mayor bienestar o que todo quede en una competencia productiva neocapitalista para tomar ventaja competitiva. Todo parece indicar que lo razonable es una Ética preventiva, más que dejar la conducta a posteriori, a una Ética aplicativa. No parece suficiente conformarse con que el desarrollo económico vaya en vanguardia, por inercia, sino que la Ética y la legislación deberían acompañar el paso, desde los primeros momentos.
Las reflexiones de los que, a título de expertos, han abordado la cuestión a instancias de la UE, clasifican los retos, indicando que los de auténtica importancia se centran en admitir que la IA no es neutral, sino que responde a intereses y usos, que hay que definir, estableciendo la dirección que pueden recorrer. Detrás de cualquier concreción de IA está la responsabilidad humana, algo que no es eludible, tampoco en las realizaciones que se puedan concretar. Por una servidumbre cultural, Inteligencia se asocia con aspectos positivistas, cuando hay muchas alternativas y es imprescindible que se concrete cuál es la Inteligencia que se pretende generar cuando se habla de IA. Finalmente, hay que hacer mención tanto al uso político que se va a hacer de la IA, como en manos de quién se deja la observancia del uso equitativo de la misma. Porque parece evidente que lo subyugante de la IA es la opción, de nuevo, de control, tanto de nuestra vida, como de las servidumbres que comporta. Ahora, las opciones se extienden a aspectos considerados, hasta el presente, genuinos de las personas, desde emociones hasta silencios, que hoy quedan fuera del alcance de la programación de ordenadores y que tienen difícil predicción y programación al depender del contexto y de habilidades que exigen capacidades de audacia, de percibir y tomar en cuenta errores, en fin de peculiaridades humanas que, aunque al día de hoy no se disponga de ellas, cabe pensar en lograrlo.
Hoy por hoy, no solo hay que valorar la tecnología, sino asignar las responsabilidades de las consecuencias, para incorporar los valores morales. Asimov en 1942 propuso las leyes de la robótica, que hoy inspiran la necesidad de regular la convivencia con los humanos, incluyendo desde un interruptor de emergencia para que no escapen a nuestro control, hasta derechos y obligaciones, incluida la personalidad jurídica y el pago de impuestos, contribuyendo a la Seguridad Social, para mitigar la debacle económica de los que pierdan el puesto de trabajo. ¡Todo un reto!
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