No más pensar «en pequeño»
Hoy no se pone en duda la importancia de la energía como denominador común de la vida en la Tierra. Es usual que la identidad ... física y material del mundo se centre en la interpretación de las formas de energía. Podemos reparar, con facilidad, que la totalidad del entorno y los propios seres humanos son concebidos como concentraciones eventuales de energías inmersas en transformaciones. De aquí deriva que la organización de las energías del Cosmos y de las personas sea imprescindible, aun cuando se trate de realizaciones de forma individual que acontecen en tiempos eventuales.
En los siglos XIX y XX se mantuvo el debate sobre la energía que, cuando se desarrollaba en ámbitos próximos a la fenomenología, sustentaba ideas que, con el tiempo, se convirtieron en principios fundamentales de la Ecología. Científicos preeminentes, como Ostwald, sustentaban que «nada puede producirse sin energía y nada se puede producir que no tenga lugar en el tiempo y en el espacio». Ahora bien, mientras que tanto el tiempo como el espacio pueden estar vacíos, aunque solo sea aparentemente, no es imaginable considerar algún proceso en el que no tome parte la energía. La realidad exige, como elemento esencial, la energía. Algo que acontece, que es patente que ocurre, requiere para su análisis indicar las causas, mencionando las energías que intervienen, que vienen a ser como las fuerzas que impulsan los fenómenos. El Mundo no es solo una colección de cosas, sino que es un todo, «cuyas partes están unidas orgánicamente entre sí, prestándose apoyo mutuo», como diría Ostwald.
La concepción del Universo como un continuo energético, no es nueva. La única sustancia que subyace a todo, es la energía y de ella depende todo lo que rotulamos como real. La individuación física es un proceso en el que los cuerpos emergen como densificaciones de energías, tanto los seres vivientes como los inanimados. Una cosa es lo que el ojo nos provoca e informa como sensación y otra, bien distinta, la incesante conexión de todas las energías constituyendo una unidad energética. El cuerpo humano es un procesador energético con constantes flujos de intercambio bidireccional de energía con el entorno. Son transformaciones, algunas de las cuales solamente tienen visualización con el paso del tiempo: transpiramos constantemente, intercambiamos gases de forma permanente y disipamos calor asociado a los procesos relacionados con el aparato motor. Pero los seres no vivos, también se transforman constantemente mediante intercambios de energía, como evidencian los paisajes, las rocas, etc. que sufren transformaciones visibles con el paso del tiempo.
Lo real, para los fenomenólogos es todo lo contrastable empíricamente, lo que se manifiesta y puede ser capturado sensorialmente por el ser humano, entre otros. En cambio, no son visibles ni calor, ni humedad, ni sonido, pongamos por caso, pero son también reales. Naturalmente, todo lo que captura el ser humano está sujeto a una interpretación psíquica, mental y cultural. La conexión entre percepción y conciencia humanas se refuerza al otorgarle dimensión ontológica a la energía. Las sensaciones fueron estudiadas por el físico y filósofo austríaco Mach, antes de que Ostwald introdujera la importancia de la energética, reparando en las combinaciones de colores, sonidos, calor, presión, espacio, etc., que se presentan ligados a estados de ánimo, sentimientos y voliciones. Los elementos más firmes se graban en la memoria y se expresan a través del lenguaje. Energías y sensaciones participan de la fluidez y unidad del Cosmos y vienen a imponer la necesidad de que lo real se aborde desde aproximaciones heurísticas o empíricas. Son experimentos percibidos por el cuerpo e interpretados por la mente.
La continuidad de lo real en la Estética impone fórmulas de alcance cosmológico en las que tenga sentido la participación de la persona en el Cosmos. Históricamente, desde tiempo inmemorial, ha habido muchas propuestas en las que la energía representa un papel fundamental. La Alquimia nacida en la Edad Antigua ya pretendía ser una Ciencia de la Totalidad. Combinar fuego, agua, tierra y aire en el microcosmos pretende, en el fondo, la integridad del Universo y se replica en el interior del cuerpo humano en un microcosmos humano que integra los mismos cuatro elementos. Es la energía descompuesta en sus cuatro componentes la que se encuentra recombinada y es la que permitía situarse entre la sensación y la causalidad científica. Pero no era estéril la propuesta, propiciaba encontrarse la persona con el conocimiento integral del mundo. No podemos seguir pensando en «pequeño».
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