Ciencia y creencia
Hay muy diversas formas de encarar una enfermedad. Algunos se apresuran a desplazarse a la ventana de urgencias al más leve síntoma de dolencia. No ... esperan cumplir el proceloso itinerario establecido en la Sanidad Pública, en la que los días se van consumiendo en peticiones de sucesivas atenciones desde el primario hasta el especialista, con el aditamento de múltiples exámenes, pruebas y prácticas previas. La incorporación de tecnología no ha supuesto un alivio sino un incremento del tiempo y dilatación en la formulación del diagnóstico, insoportable en muchas ocasiones.
Además de la automedicación, que florece esplendorosamente, no es de extrañar, también, que en estas circunstancias, los que no disponen de recursos para tratarse en la medicina privada, recurran a alternativas, aunque en casos, no es cuestión de recursos, sino una especie de creencia, compartida con otras personas que hacen de agentes de propagación de bondades, que nunca sufrieron el filtro de la sensatez y de la razón para su calificación. Más sorprendente que estos escenarios, son los de las gentes que estudiaron muchos años para ejercer la profesión relacionada con la salud y, olvidando las enseñanzas recibidas, abrazan creencias con poco o ningún fundamento. Y lo peor es que exhiben sus posiciones infundadas, sin importarles demasiado la trascendencia de sus actos. También es cierto que la deontología y su vigilancia en colegios profesionales y academias restan deterioradas y quedan cautivadas por alguna razón que pueda justificar su mirada hacia otro lado. Una escena vivida personalmente, me llevó a una oficina de farmacia que, como hoy es frecuente, no disponía del medicamento que le pedí, por simple y de uso general que fuera (si no existiera la Hermandad Farmacéutica, qué sería de nosotros; las oficinas de farmacia están desabastecidas hasta el punto de convertirse en procedimiento habitual, el llamar por teléfono con antelación para que puedan responder a la petición), el caso es que ante la carencia, la titular de la Farmacia me ofreció un producto homeopático que ocupaba una muy bien surtida oferta de estos. Mi sorpresa fue extraordinaria, inquiriéndole cómo era posible que una persona como ella, que había invertido años de su vida en aproximarse a la Ciencia, pudiera ofrecerme aquella cosa. La respuesta no fue menos espectacular: mientras la gente me lo pida y lo pague, lo expenderé. ¡Pongan los calificativos!
Enmarcar el conocimiento científico implica, también, descalificar explicaciones espurias, cuando no concurran las circunstancias que acrediten la cientificidad. Carnap propuso que un enunciado científico tiene que responder a la predicción de hechos observables. La verificabilidad que engloba a la repetibilidad, es el primer criterio de la cientificidad: empíricamente se tiene que poder observar el hecho predicho. Popper introdujo la falsabilidad como criterio de desarrollo: nada está definitivamente establecido, aunque muchos crean que lo genuinamente científico es el respaldo definitivo, una teoría, modelo, propuesta científica está, de forma permanente, expuesta a la demostración de que hay una teoría, modelo o propuesta que la mejora corrige o sustituye ventajosamente. Neurath introduce la consistencia interna, que es sinónimo de la ausencia de contradicciones. Con los mismos parámetros escenarios y condiciones concurrentes, la explicación tiene que ser la misma. Thagard incluye la coherencia en la explicación científica. Woodward, finalmente incluye las explicaciones causales que permiten que diseñemos una intervención gracias a incidir en las causas, para modificar los efectos. Ser verificable, refutable y coherente son requisitos imprescindibles para manejar causas y efectos.
Los aspectos epistemológicos como diferencias en las normas, reglas y creencias que operan en la aceptación y rechazo de las creencias no justifican las concepciones personales de la salud y la enfermedad. Se puede conceder el beneficio del diálogo a cualquier formulación y un respetuoso trato de cualquier creencia, pero no es posible que se adopten creencias como métodos de tratamiento o justificación de actuación. Las creencias tienen su lugar y o no son de este mundo, o bien forman parte del acervo tradicional de épocas precientíficas en las que a falta de evidencias, se abrazan las creencias como explicaciones sustitutivas.
Todos en buena lógica estamos obligados a ser razonables, pues la inteligencia se nos ha dado para ello; en ésta y otras facetas de la vida. Siendo la vida el mayor bien disponible en la Naturaleza no podemos andar con ingredientes no evidenciados como buenos. Es cuestión de cabeza, por tanto de cerebro. La Ciencia nos ha traído donde estamos, el uso que hagamos de ella es sobrevivir y dejar sobrevivir.
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