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Casualidad o lógica reflexión

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Sábado, 23 de marzo 2019, 14:42

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Investigar es el acto humano en el que mediante la formulación de una hipótesis y empleando un método se contrastan los hechos observados con las hipótesis de partida para formular unas conclusiones. En la metodología radican los requisitos para la calificación de una investigación como científica: criterios de objetividad y rigor, compartidos por el ámbito científico; ausencia de subjetividad. La reproducibilidad de las conclusiones es condición sin equa non, para que el método sea científico. Es la garantía de haber descubierto la ley que rige el proceso y que se estudia: la regularidad.

La observación, por tanto, es el punto básico, ineludible en toda investigación científica. Saber observar, tener oficio en la observación, no descartar nada sin la seguridad de que se puede prescindir de ello es tan importante como haber adquirido la destreza de planificar la observación y establecer el itinerario a recorrer desde las hipótesis hasta las tesis. En muchas ocasiones y no sin cierta sorna, se habla de serendipia, otorgándole una pátina de casualidad o intervención del azar, cuando suele estar más cerca de una vigilia permanente en la observación de aquéllo que para otras mentes, incluso más privilegiadas, pasa desapercibido. La gracia del buen investigador es ser capaz de ver lo que otras mentes no han sido capaces de identificar, observando las mismas cosas.

El descubrimiento de la benzopurpurina (purpurina) ejemplifica bien la referencia. En el siglo XIX y buena parte del siglo XX, la figura del ayudante de laboratorio fue una profesión muy acreditada para el laborante que llevaba a cabo las tareas rutinarias de la investigación. Duisberg trabajaba en la fábrica de colorantes Bayer en Elberfeld y el mozo de laboratorio se llamaba Dornseif. Mientras que en la factoría Agfa de Berlín, habían partido de la anilina para la fabricación de los colorantes, en la fábrica de Bayer habían partido de la toluidina. El trabajo era duro porque pretendían obtener un color rojo, pero no lograban un método reproducible, ya que una vez obtenían un color demasiado pálido, otra era del color del ladrillo y otras gamas que no se aproximaban a la pretendida, como el rojo Congo que habían obtenido en Agfa. El mozo no daba abasto para limpiar los vasos de precipitados que se acumulaban en la pileta del laboratorio con precipitados de colores gris, negro o rojo. En cierta ocasión Duisberg precisó un vaso limpio y se acercó al lugar de trabajo del mozo de laboratorio en búsqueda de aquél, encontrándose con los vasos sucios, pero antes de llamar la atención por el descuido, apreció que había algo rojo brillante en algunos vasos. Justo lo que andaba buscando hacía mucho tiempo. Simplemente, la reacción requería más tiempo del que le estaban dando. De haber sido diligente el mozo de laboratorio, no hubiera encontrado la purpurina.

¡Qué increíble casualidad! Pero estas casualidades no son infrecuentes en la Ciencia o en la Técnica. Muchas veces se invierte tiempo, esfuerzo y dinero, sin lograr nada. Pero, en un momento dado, se descubre en alguna parte, algo a lo que no se había dado ningún valor y que tiene bien las propiedades buscadas, bien otras interesantes para aplicarlas. Ciertamente, un químico no se puede ver arrastrado por lo bello o lo interesante y no puede dejar al margen productos que le parezcan de escaso valor o resultados inútiles. El científico que trabaja empíricamente, debe estar atento a cualquier veta que aparezca. Necesita instinto para saber lo que puede o no ser un resultado aceptable.

No se trata de que el azar venga a herir el amor propio del investigador, sino de la atención en que cualquier condición o restricción puede haber pasado nuestro control y su incidencia sale a flote en cualquier momento. Hay ámbitos más proclives a la necesidad de observación técnica, que son aquellos entornos que no goza del rigor propio del ámbito científico. Para combatir el moquillo en los perros se había difundido que la naftalina tenía propiedades febrífugas. Un farmacéutico dispensó, pretendidamente la naftalina que le pidieron. Habiendo observado la eficacia y cuando los usuarios ya estaban redactando un informe sobre la eficacia de la naftalina, el farmacéutico les informó que se había equivocado y les había suministrado acetanilina, en lugar de naftalina, que sigue siendo hoy día, junto a la fenacetina, el principio activo más eficaz contra la fiebre. Es decir que podemos llegar al descubrimiento por casualidad o por una lógica reflexión. Mejor la segunda.

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