Manchas verdes
Aún quedan ronchas verdosas en algunas paredes cercanas al Mar Menor. A los primeros días tras las mayores inundaciones que se recuerdan, las de septiembre ... de 2019, florecieron por muros y colchones, marcaron cortinas y ropas íntimas con su sello de devastación.
Los vecinos frotaron con lejía los tabiques de colegios, dormitorios y almacenes. Picaron muros y enyesaron de nuevo. Al día siguiente volvían a salir, con su tufo insano.
Como las lluvias arrastraron de nuevo hacia Los Alcázares su río de lodo a través de una orografía desfigurada de invernaderos y asfalto, una y otra vez, en diciembre de 2019, enero y marzo de 2020 y, por no dar tregua, también en junio, el verdín brotó insistente.
Con la amenaza tenaz del barro irrumpiendo en cocinas y armarios, el moho ha adquirido una consistencia psicológica, cuyos filamentos invasores acechan a cada pronóstico de lluvia. Es ese miedo cetrino que se afinca en las víctimas y se apodera del futuro.
La erupción verduzca ya se comió los álbumes de fotos familiares y los papeles de toda una vida. Muchos tienen que esforzarse en no olvidar la cara del abuelo, los antiguos trajes de novia, el faldón de bautismo de los hijos, aquellos primos que emigraron, antes de que el óxido carcoma la memoria.
La tragedia mereció que un ministro del PP se tomara la molestia de sobrevolar el gran charco en helicóptero en las riadas de 2016, y tres años después lo repitió un presidente del PSOE, pero a ras del suelo no han llegado las obras destinadas a proteger a los vecinos que, hartos de perderlo todo una y otra vez, han instalado compuertas y trincheras caseras.
El tiempo entre la promesa y la realidad también se ha ulcerado con musgo silvestre.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión