La sanidad que nos jugamos
En la séptima planta del edificio Habitamia, las cajas estaban ya preparadas para la mudanza cuando en agosto, y contra todo pronóstico, el Gobierno regional ... confirmó en su puesto al director gerente del Servicio Murciano de Salud (SMS). Asensio López dispone así de una prórroga para tratar de planificar el futuro de la sanidad regional. Hasta ahora, los intentos de ir más allá de la gestión de lo inmediato se han estrellado contra los tiempos de la política, más aún en una región en la que durante décadas ha imperado la máxima de que la inacción es la mejor fórmula para no molestar a ningún sector susceptible de engordar mayorías absolutas. Una peculiar versión murciana del 'laissez faire, laissez passer' de la que ahora se recogen sus frutos, algunos de ellos trágicos, como bien hemos podido comprobar en las orillas del Mar Menor. En el campo de la sanidad, esto se ha traducido en años de abulia en los que se ha funcionado casi por inercia. Mientras el endeudamiento del SMS alcanzaba cifras estratosféricas, Murcia se sumaba con retraso al ahorro de los medicamentos genéricos. Al tiempo que el déficit engordaba, las inversiones se decidían no en función de la relación coste-eficacia sino, en demasiadas ocasiones, por el mayor o menor peso del jefe de servicio de turno, rey en su taifa. Si para no recibir molestas llamadas había que permitir dudosas compatibilidades, se miraba para otro lado. Si convenía mimar a líderes sindicales para consolidar simpatías, así se hacía. Mientras tanto, lo importante seguía -y sigue- pendiente. En 2018, el SMS gastó 376 millones más de lo presupuestado. Sí, el déficit de financiación es una losa, pero el problema va más allá. Hacer sostenible el sistema público, con terapias millonarias cada vez más caras y una población envejecida, debería considerarse prioritario. Pero el populismo ahoga este y todos los debates, hasta el punto de que la sanidad solo parece importar para atizar con la bandera al contrario, bien culpando a los españoles de su deterioro en Cataluña -delirante argumento de odio del Síndic de Greuges-, bien achacando su saturación a los inmigrantes, como falsariamente plantea la extrema derecha.
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