La vida va deprisa para ella, que ya con cinco añitos pateaba una pelota por la calle, camino del entrenamiento de su hermano, sin dejarla ni al subir al autobús. Fueron con su hermano Álvaro los primeros piques por las calles de Yecla, alimentando ya de niña una pasión que ha seguido indesmayable con el paso de los años. A sus padres les prometió comprarles un coche para que cambiaran el viejo Audi con el que tantas tardes la llevaron a entrenar a Alicante. Pero como la vida va deprisa para Eva, el pasado verano, después de su portentoso gol a Alemania y de lograr el oro, otro más, en el Europeo sub-17, la llamaron de todos lados. El Albacete, el Atlético, hasta el mismo Bayern la quiso fichar. Dijo que quería «a la Messi de España».
Eva se decidió por el Levante porque le gustó su ambiente cordial y la cercanía a casa. Y es que este año le ha cambiado la vida, porque ahora vive en Valencia, donde comparte piso con dos compañeras, y empieza a hacer sus primeras economías con esto del fútbol. El biruji del fútbol es un viento que no pasó de largo por su casa. Aquella niña que soñara con ser futbolista, aquella niña que iba con un equipaje de España donde fuera, aquella niña que pidió un balón para su primera comunión, aquella niña que estudiaba con una lamparita en el asiento de atrás del Audi al volver de los entrenamientos, va deprisa. Ya es una de las mejores jugadoras del país sub-17, pero quiere más. De momento, no echa el ancla.
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