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Tallo de la rama mutante (con floración precoz) de albaricoquero encontrada por Antonio Molina comparada con otra del mismo árbol. DAVID RUIZ

Los sabios del campo que también impulsan la ciencia

El ojo entrenado por años de observación de los cultivos que desarrollan algunos productores resulta clave en investigaciones notables que no habrían sido posible sin esta ayuda

GINÉS S. FORTE

Martes, 30 de marzo 2021, 00:06

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Francisco González, al que en la pedanía lorquina de Zarzadilla de Totana conocen como 'El Zorro', ha firmado más de una publicación junto a catedráticos y doctores del Departamento de Biología Vegetal de la Universidad de Murcia (UMU). Sin embargo, González no tiene más formación científica que la de quien ha pasado décadas cultivando la tierra y observando cómo da sus frutos. Y esto no es poco, a juzgar por la atención que el grupo de investigación de Micología-Micorrizas-Biotecnología Vegetal que dirige Asunción Morte le presta. «Contactamos con él por su fama de buen recolector de turmas silvestres, nos enseñó a buscarlas y compartió con nosotros su conocimiento sobre estos hongos, fruto de la observación de la naturaleza», recuerda la catedrática de la Facultad de Biología de la UMU. Tanto dio de sí la alianza que forjaron los investigadores con el agricultor (en el marco de una tesis doctoral de la profesora Almudena Gutiérrez, y dirigida por Morte junto a Mario Honrubia) que González se convirtió hace veinte años en el primer agricultor del mundo en cultivar trufas del desierto, como también se conoce a las turmas.

«Las primeras plantas micorrizadas de 'Helianthemum almeriense' con la turma 'Terfezia claveryi' que obtuvimos en el laboratorio de Micología-Micorrizas de la UMU», fruto de esa tesis, se destinaron a la plantación de 'El Zorro', recuerda Morte. Allí dieron en 2001 las primeras turmas domesticadas del planeta. Hasta entonces, pese a que se trata de un producto culinario que Plinio el Viejo ya describió hace 2.000 años en Cartagena, solo se recolectaba silvestre en ribazos y montes, apunta Francisco de Lara, otro agricultor colaborador de las investigaciones en torno a este hongo, en este caso de la pedanía murciana de Corvera.

A día de hoy, continúa la catedrática, «en esta plantación [de 'El Zorro'], la primera del mundo, seguimos haciendo estudios y sacando datos». Durante estos años, la parcela donde Francisco González ha logrado domesticar las plantas que los investigadores le facilitaron del laboratorio, «ha sido visitada por numerosos científicos nacionales e internacionales». El servicio que González ha prestado a la ciencia ha sido tan notable que los especialistas han considerado que debía quedar reflejado en sus artículos. «A él le hemos incluido como autor o en los agradecimientos en las publicaciones que hemos hecho que han surgido del estudio de su plantación», explica Asunción Morte. La catedrática de Botánica de la UMU se muestra agradecida a la colaboración que han encontrado entre los agricultores, tras la notable aportación de 'El Zorro'. «Tenemos la gran suerte de que después de él han venidos otro turmicultores entusiastas [que también han contribuido a los trabajos científicos en torno a esta especie], como Paco de Lara en Corvera, José María Gómez en Caravaca, Miguel Ángel Guillén en Moratalla, Tomás López en Torre Pacheco, etc.».

Distintos artículos científicos incluyen entre sus firmantes a 'El Zorro', un sabio agricultor totanero que colabora con la Universidad

Ciencia ciudadana

«Cada vez son más los proyectos en diversos campos científicos en los que una parte de la investigación es realizada gracias a la colaboración ciudadana», apunta José Antonio Campoy, investigador del Instituto Max Planck de Mejora de Plantas de Colonia (Alemania). Estos colaboradores, concreta, participan, «por ejemplo, en la recolección de datos fenológicos (fecha de floración, de caída de hojas, etc.) o en el seguimiento de poblaciones de mosquito tigre», por citar el caso del proyecto 'Mosquito Alert' (alerta mosquito), liderado por el biólogo de la Universidad de Barcelona Frederic Bartumeus, ilustra Campoy.

José Antonio Campoy, que antes de desarrollar su carrera científica en Alemania pasó por el centro de investigación murciano Cebas-CSIC, conoce un notable ejemplo de primera mano. De hecho, Campoy está inmerso en un proyecto de investigación que tiene su origen en la capacidad de observación de otro agricultor murciano: Antonio Molina, de Abarán. 'Micaelo', como apodan a este productor, «observó, dentro de su parcela de albaricoqueros de la variedad [desarrollada por el Cebas] rojo pasión, que una rama floreció antes que el resto del árbol». El productor, «con la sabiduría que le han dado los años de agricultura, marcó la rama. Todo comenzó ahí», relata Campoy. Al año siguiente, la misma rama volvió a florecer antes que el resto del árbol.

«En ese momento Antonio, científico por experiencia», como lo califica el investigador del instituto Max Planck, «tuvo otra excelente idea: injertó una yema de la rama precoz en arboles de rojo pasión situados en dos localidades distintas. Y el tiempo volvió a darle la razón. La yema injertada dio lugar a una rama que florecía antes que el resto del árbol». De este modo confirmó un «mismo efecto, en arboles injertados, y en ambas localidades». Este ejemplo demuestra una notable intuición investigadora: «Los científicos también tenemos muchísimo que escuchar y aprender de los agricultores», sentencia Campoy.

La intuición de 'Micaelo' sobre lo que vio en una rama de sus albaricoqueros ha abierto un proyecto de investigación internacional

El descubrimiento de 'Micaelo' abrió a los investigadores una vía para investigar una mutación espontánea que permite a los albaricoques madurar sus frutos con menores necesidades de frío, lo que tiene un notable interés para el mercado. Es un fenómeno verdaderamente difícil de observar: «Tendríamos muchas más probabilidades de ganar el Euromillón a que el ADN de una célula mutase por casualidad y, además, diese lugar a una característica agronómica favorable». Parte de esa fortuna se debe a que ahí estaba un agricultor con alma de científico para observarlo.

El hallazgo de Molina, que cuenta con cierta experiencia como técnico del Cebas, ha impulsado un proyecto financiado por el programa internacional Marie Skolodowska Curie, parte de la iniciativa para la investigación y la innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea, por el que se trata de «encontrar la mutación que podría explicar la floración precoz de la rama que encontró Antonio».

'Gamete binning'

De momento, explica José Antonio Campoy, la necesidad de secuenciar el genoma de la rama de albaricoquero de 'El Zorro', les ha llevado a desarrollar un método de ensamblaje de genomas, al que han bautizado como 'Gamete binning', que abre la puerta a la posibilidad de encontrar fuentes de precocidad naturales para los programas de mejora de variedades de frutales sin necesidad de recurrir a transgénicos.

De forma más directa, esta investigación ha logrado secuenciar el rojo pasión, que es «clave dentro del programa» sobre albaricoqueros del Cebas-CSIC, y de notable interés comercial. Campoy recuerda en este punto la existencia de «una gran demanda de variedades de bajas necesidades de frío», como las de la mutación hallada por 'Micaelo', «las cuales, además, suelen ser las primeras en llegar al mercado, donde obtienen precios más rentables para los agricultores». Ciencia y ganancia de la mano. En el proyecto 'Prun Mut', como se denomina la investigación científica que arrancó con el descubrimiento de Antonio Molina, colabora el investigador Korbinian Schneeberger, por parte del Instituto Max Planck de Mejora de Plantas, junto con los doctores David Ruiz y Manuel Rubio, por el Cebas.

Los casos de 'El Zorro' y 'Micaelo' son notables, pero no únicos. «Existen muchos ejemplos en los que ha sido un agricultor la primera persona en identificar fenómenos que han dado lugar a experimentos de ciencia básica», afirma Campoy. En su opinión, en este ámbito «puede que haya muchos más vínculos latentes que desconocemos». El investigador, de origen bullense, cree que quizás una mayor divulgación del trabajo científico no solo visibilizaría más su labor, sino que lograría además una mayor «implicación en el día a día de nuestra sociedad. Y esto, a su vez, permitiría valorizar las observaciones de muchos ciudadanos, que pueden [de esta forma] retroalimentar la labor científica».

Pero ante todo, lo que se necesita, sentencia Campoy, es una financiación adecuada. «España invierte menos de la mitad de la media europea (según los datos [de la Oficina Europea de Estadística] Eurostat, 2020). Sin fondos ni científicos, un material excepcional para la ciencia básica encontrado un agricultor se quedaría en eso, en un material excepcional», sin más repercusión. «Si cuatro ojos ven mejor que dos, podemos imaginar cuanto mejor se vería con 100 millones de ojos», concluye.

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