María Almagro Bonmatí: «En este modelo no hay sentimiento de pertenencia a la tierra»
Investigadora del Cebas-CSIC especializada en suelo agrícola
La investigadora María Almagro ha trabajado en Alemania, Ecuador, Portugal, Reino Unido, Italia y España, donde sigue vinculada al Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (Cebas-CSIC), en el que realizó su tesis, sobre soluciones rentables de protección del suelo, y para el que sigue colaborando en su producción científica, aunque se acaba de incorporar como investigadora Ramón y Cajal al Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (Ifapa).
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–¿Estamos tratando nuestro suelo agrícola como deberíamos?
–No rotundo. El suelo es un recurso no renovable y nos hemos convertido en verdaderos mineros del suelo, extrayéndole la materia orgánica y los nutrientes sin aportarle nada a cambio. Lo hacen particularmente las multinacionales que arriendan hectáreas y hectáreas de terreno sin preocuparse de manejarlo de manera adecuada, y cuando en pocos años lo degradan y agotan su capacidad de producir alimentos, simplemente desplazan su actividad agrícola a otros lugares. El principal problema de este modelo de producción de alimentos es que no hay sentimiento de pertenencia de la tierra ni perspectiva a largo plazo. Esto es lo que está ocurriendo en una buena parte de la Región de Murcia, sin ir más lejos. Por otro lado, una mala práctica agrícola en una determinada parcela puede tener impactos muy negativos fuera de la delimitación de la misma. Como por ejemplo la contaminación y eutrofización de los ecosistemas acuáticos por el uso excesivo de fertilizantes, plaguicidas y plásticos, o los daños a infraestructuras causados por la erosión e inundaciones (por ejemplo carreteras, puentes, pueblos y ciudades). Como no protejamos nuestros suelos y repensemos nuestro modelo de producción nos vamos a enfrentar a un grave problema de seguridad alimentaria. Esto ya lo estamos viviendo con la actual crisis de Ucrania, de quien dependíamos para obtener una buena parte del maíz y trigo que consumimos.
«Estamos extrayendo del suelo materia orgánica y nutrientes sin aportarle nada a cambio»
–¿Cómo podemos hacerlo?
–Debemos apostar por una agricultura menos intensiva y más sostenible y respetuosa con su entorno. Se trata de trabajar a favor y no en contra de la naturaleza. Primero hay que incentivar que el suelo esté siempre protegido por una cubierta vegetal, evitando así la erosión de suelos desnudos en la entrecalle de los cultivos leñosos y durante los periodos de barbecho. La cubierta vegetal absorbe CO2 de la atmósfera, con lo que contribuye a mitigar el cambio climático, combate algunas plagas y mejora el balance hídrico del suelo. La labranza reducida, los cultivos de cobertera, intercalar cultivos o las líneas de setos son algunos ejemplos. Se precisa más investigación para testar prácticas adaptadas a cada sitio y recuperar mucho del conocimiento tradicional que se ha perdido. Además se necesita una inmensa labor de pedagogía entre los agricultores para cambiar su percepción, pero también a nivel de gestores y políticos, que trabajen para proponer incentivos. También hay que mejorar los canales de distribución de los alimentos producidos de manera más sostenible.
–¿No están las empresas y los centros de investigación coordinados para enfrentar estos problemas?
–No lo suficiente. Existen algunas iniciativas para financiar la colaboración entre ambos sectores, pero aún queda mucho por hacer. Y no solamente con la empresa. Con la propia Administración, con los gestores y los políticos. El tema de la agricultura, por su relación con el uso de los recursos hídricos, está muy politizado.
–¿Cómo se puede mejorar esta relación?
–Hay que facilitar la transferencia de conocimiento entre el sector público y privado. Quizás haya que incentivar la creación de consorcios en los que agricultores, investigadores, asesores técnicos y empresas puedan trabajar conjuntamente en cocrear soluciones innovadoras y adaptadas al contexto socioeconómico y ambiental local, y teniendo en cuenta los escenarios de cambio climático. Aunque hay muchos avances científicos y tecnológicos para hacer la agricultura más eficiente lo que faltan son métricas adecuadas a la hora de evaluar los costes y beneficios de una determinada práctica, porque la mayoría de las veces se ignoran las externalidades en estos análisis y las conclusiones terminan estando sesgadas.
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–¿Cómo se investiga en la Región en el ámbito agro? ¿Estamos bien posicionados respecto a otras regiones de España, de Europa o del mundo?
–Existen muchos grupos de investigación pertenecientes a centros como el Cebas-CSIC, la Universidad de Murcia y la Universidad Politécnica de Cartagena que son referentes internacionales en su campo, pero verdaderamente se recibe poca financiación a nivel regional, y particularmente para apoyar a los jóvenes investigadores. La investigación requiere una inversión sólida y constante para poder avanzar y mantenerse, y esto, desgraciadamente, no ocurre. Desde hace unos años, España invierte menos de la mitad en I+D que la media de países europeos, lo que ha provocado una considerable fuga de cerebros y que quienes logran estabilizarse aquí lo hagan con más de 40 años de edad. Ante este escenario, los investigadores e investigadoras, por muy excelentes que sean, tanto en Murcia como en España, no pueden hacer milagros. Es muy triste ver como algunos grupos de investigación van a desaparecer porque no hay reemplazo. Es cierto que este año ha habido mucha mayor financiación para contratos y convocatorias de proyectos gracias a los fondos europeos de nueva generación, pero parece ser que va a ser algo puntual.
–¿Qué puertas le abre contar con un contrato Ramón y Cajal?
–Poder solicitar y liderar proyectos de investigación, incluso participar de manera oficial en ellos. Hasta ahora, por la poca duración de mis contratos desde que me doctoré (unos 16 meses de media), los organismos de financiación no me permitían participar en proyectos como parte del equipo de investigación. Además, este tipo de contratos de larga duración (cinco años) permite consolidarte como investigadora y fortalecer tu línea de investigación. Esto es imposible cuando estás encadenando contratos muy cortos saltando de un país a otro durante años. También es cierto que hace unos años conseguir un contrato Ramón y Cajal te garantizaba la estabilidad, ya que las instituciones se comprometían a ofrecerte un puesto permanente, pero hoy en día, desgraciadamente, esto no es así y hay mucha incertidumbre.
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