Cultivos editados, un gran paso de la UE en la buena dirección
El pasado 5 de julio la Comisión Europea publicó su propuesta legislativa para la «regulación de plantas obtenidas bajo ciertas nuevas técnicas genómicas (NTG)». Estas técnicas permiten modificar el genoma de las plantas (o de cualquier organismo biológico) de una manera precisa y eficiente, sin introducir material genético de especies no compatibles. Es decir, permiten inducir cambios en el genoma de las plantas que podrían producirse de manera natural -aunque de forma mucho más lenta e imprecisa- o introducir material equivalente, sin inserción de ADN foráneo, lo que las diferencia radicalmente de los organismos transgénicos, que cuentan con material genético procedente de otra especie vegetal o animal.
El impacto de las NTG en múltiples sectores (salud, medicina, agroalimentación...) es evidente, y son la base de un pujante sector biotecnológico, con multimillonarias implicaciones económicas y un tremendo impacto en el bienestar social. Ya se están desarrollando variedades de maíz mejor adaptadas a las sequías, patatas resistentes a patógenos que reducen la dependencia de fitosanitarios, o productos como los champiñones que no pardean, de forma que aumenta su vida útil y se reduce el desperdicio de alimentos.
Estas técnicas, particularmente el CRISPR, fueron desarrolladas sobre la base de las investigaciones moleculares de un científico español de la Universidad de Alicante, Francis Mojica, sobre unas antiquísimas bacterias de las salinas de Santa Pola. La aplicación práctica de estas investigaciones (la técnica CRISPR-Cas), que el propio Mojica predijo, valieron merecidamente el Premio Nobel de Química 2020 a las dos investigadoras (Emmanuel Charpentier y Jennifer Doudna) que desarrollaron dichas aplicaciones. Imaginemos cuál hubiera sido el enorme impacto para la economía y la sociedad española si el profesor Mojica hubiera trabajado con más recursos en un deseable ecosistema de innovación, con continuo diálogo entre la investigación y la empresa. Esto debería hacernos reflexionar. Si en 2018 la Unión Europea, en una de sus decisiones históricamente más torpes, decidió que los organismos vegetales obtenidos por estas técnicas (los denominados 'cultivos editadosp) eran transgénicos y, por tanto deberían someterse a la misma restrictiva, aberrante y anticuada legislación aplicable a los transgénicos, la propuesta legislativa de 2023 es un volantazo en la buena dirección. En concreto la misma dirección que han, o están, tomando todos los países desarrollados (con EEUU, Japón, Canadá o Argentina como referentes).
Estas técnicas permiten generar cultivos más resistentes al cambio climático o a enfermedades y plagas con menor uso de recursos (agua, fertilizantes, fitosanitarios...), teniendo el potencial de facilitar el desarrollo y uso de plantas NGT para apoyar la transición verde y la sostenibilidad económica y medioambiental del sector agroalimentario europeo, que no por demasiadas veces olvidado es menos estratégico para la economía y sociedad europea.La propia Stella Kyriakides, comisaria europea de Seguridad Alimentaria, declaró que «queremos dar a nuestros agricultores las herramientas para producir alimentos sanos y seguros, adaptados a nuestras condiciones climáticas cambiantes y con respeto por nuestro planeta», en línea con los ambiciosos objetivos (Pacto Verde) marcados por la UE para 2030, y que suponen una drástica reducción del uso de fertilizantes y fitosanitarios de síntesis química. El desarrollo de esta propuesta legislativa es una de las prioridades de la Presidencia española de la UE, y fue ampliamente tratada en la última reunión de ministros de agricultura europeos celebrada en septiembre en Córdoba. Existe también un amplio consenso entre investigadores, empresas de mejora de variedades vegetales y agricultores en la necesidad de avanzar en un marco basado en criterios científicos.