Despegan los tractores del cielo
La autoridad de seguridad aérea española ha comenzado a conceder autorizaciones para que los drones de más de 25 kilos puedan realizar trabajos de agricultura de precisión
La maquinaria agrícola ya no solo se emplea a pie de suelo. Ahora también habrá que alzar la vista para advertir las primeras aeronaves no tripuladas que ya han comenzado a realizar unas labores que irán ganando en importancia en los próximos años, hasta el punto de que, con toda probabilidad, un día veremos más drones que tractores laborando en el campo. La Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA) acaba de dar un paso clave para que así ocurra, al conceder las primeras autorizaciones para que ingenios voladores de más de 25 kilos puedan realizar trabajos de agricultura de precisión. De momento, los aparatos que en ocasiones ya sobrevuelan algunas fincas están con frecuencia más dedicados a tareas de ensayos investigación que a otra cosa. Un paso previo necesario, por cierto, antes de cualquier avance en su uso comercial.
Preparando también la eclosión prevista de estos desarrollos en el campo, la Unión Europea ha estado, en los últimos años, poniendo en marcha la legislación pertinente que permita unas prácticas que, si no se realizan con la necesaria documentación y permisos, pueden derivar en sanciones que van de 6.000 hasta 600.000 euros.
Quizá se mostraba excesivamente optimista Daniel Portillo hace seis años cuando, como gerente de la compañía Hábitat Estudios Ambientales, explicaba a este periodista que a la vuelta de apenas un lustro, los drones se convertirían «en un apero más del paisaje agrario murciano». Portillo realizó en agosto de 2011 uno de los primeros ensayos con un dron civil que se han realizado en España, y el primero en la Región de Murcia. La prueba tuvo lugar en los despoblados Llanos del Cagitán, en Mula, con un avión de aeromodelismo modificado para portar cámaras y manejarse con piloto automático.
Posteriormente, en 2015, el Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (Imida) comenzó a usar sus propios drones para sus investigaciones en el campo. El responsable de aquel empleo pionero en esta entidad científica dependiente de la Consejería de Agricultura, Manuel Erena, como coordinador del Grupo de Sistemas de Información Geográfica y Teledetección, también coincidía con Portillo entonces en que los drones «acabarán siendo un elemento más de la agricultura, como el tractor».
Desde entonces, la tecnología de los UAV (siglas en inglés de aeronave no tripulada) ha seguido avanzando imparable para ofrecer un mapa cada vez más eficiente del estado hídrico, ya no solo de cada finca, sino particularmente de cada una de las plantas que la componen, de modo que se pueda precisar mucho más al detalle la necesidad de riego en cada caso. También es posible ahora, con el uso de estos aparatos, analizar y responder con la dosis de fumigación precisa para combatir plagas y enfermedades con una exactitud milimétrica, de modo que no influya ni un fracción más de lo preciso en el medio ambiente, lo que de paso resulta idóneo para contribuir a la buena salud de los necesarios polinizadores, por ejemplo. Según los sensores y los gadgets con los que se dote a los drones serán capaces igualmente de localizar y eliminar las malas hierbas en cuento empiecen a despuntar. El dron podrá llegar, con una precisión inigualable, a rincones donde el tractor más avanzado no es ahora capaz. Y todo ello con un coste mínimo y mucho más sostenible.
La técnica ya es en teoría posible, y en parte ya se está realizando, pero el paso definitivo viene de la luz verde que den las autoridades al uso de una herramienta que únicamente debe recorrer los campos si tiene garantizado en todo lo posible la seguridad de los bienes y las personas del entorno. Entre tanto se avanza en esa línea, su uso científico, que en cierto modo prepara el camino al empleo comercial como un apero más, sigue dando pasos. La Escuela de Ingeniería Agronómica de la Universidad Politécnica de Cartagena, por ejemplo, que ya los empleaba a mediados de la pasada década para estudiar el verdor de las plantas en cada fase fenológica, por ejemplo, sigue empleando drones en investigaciones para obtener los índices de vegetación más representativos el estado de determinados cultivos, por ejemplo, con vistas a reducir todavía más el uso de agua en las producciones.
De momento, además de que siga avanzando la legislación que asegura el uso de los drones en el campo, también es preciso que los costes de su empleo continúen reduciéndose, mediante el aumento de su autonomía, a través de su manejo desde asociaciones agrarias, por ejemplo; y que mejoren sus capacidades y las de los sensores que equipan, de modo que puedan ofrecer mucha más información para analizar y actuar en consecuencia desde unas plataformas cada vez más robustas y capaces.
El dron, en todo caso, más que un sustituto, se erige como un potente complemento al trabajo que desarrollan elementos tan arraigados como el tractor, con el que podrá coordinarse de forma autónoma, sin que sea necesaria la intervención de ningún operario humano.
El salto previsto hacia la tecnología 4.0
El uso de los drones se enmarca en la llamada tecnología 4.0, en la que también figuran avances como los robots, los sensores, la impresión 3D, la biotecnología, el internet de las cosas, el 'big data' y los cultivos hidropónicos. Todos estos elementos, de alguna u otra manera, irán confluyendo cada vez más con el propio uso de las aeronaves no tripuladas, y todos ellos, según ya se augura, formarán parte del día a día en los campos durante esta misma década.
La clave de la futura agricultura, según el economista Jesús Navarro, consejero delegado de la especialista en tendencias de innovación Innsai, es conseguir unas prácticas sostenibles «sin que ello implique un incremento de los costes y, en consecuencia, un mayor precio de venta de los productos», lo que a su juicio se logrará por ese « uso de la tecnología 4.0 (inteligencia artificial, robótica, drones, sensores, computación en la nube, etc.), que ayudará a los agricultores a ser más productivos y eficientes». El papel de las aeronaves no tripuladas en los campos del futuro resulta, por tanto, innegable. Por cierto, que también entran en la categoría de sistemas no tripulados a la que pertenecen los drones los futuros tractores autónomos, que serán capaces de realizar sus tareas y tomar decisiones para desarrollarlas mejor, por sí mismos, sin más concurso que la tecnología que les guiará a través de los sensores y los demás sistemas avanzados que equiparán.