Luis López Carrasco. Andreu Dalmau / EFE
Cineasta y escritor

Luis López Carrasco: «Tener una nómina estable es fundamental»

Tras ganar un Goya por 'El año del descubrimiento', el creador murciano logra encandilar al jurado del último Premio Herralde de Novela con 'El desierto blanco', que Marta Sanz define como «una rareza que deslumbra»

Sábado, 16 de diciembre 2023, 07:24

Jamás ha montado en globo Luis López Carrasco (Murcia, 1981), cineasta, escritor y reciente ganador del último Premio Herralde de Novela con 'El desierto blanco' ( ... Anagrama), a quien le gusta escuchar estas palabras que el ángel Clarence le dice a su protegido George Bailey, que tiene el rostro en blanco y negro de James Stewart: «Curioso, ¿eh? La vida de cada hombre afecta a muchas vidas y cuando él no está deja un terrible hueco, ¿no crees?». Sucede esto en '¡Qué bello es vivir!' (1946), de Frank Capra, una de sus películas preferidas y también uno de esos títulos que parecen hechos para ser vistos... en Navidad. López Carrasco, quien ya vivió otro momento dulce gracias a su película documental 'El año del descubrimiento', sobre la revuelta obrera industrial que tuvo lugar en Cartagena en 1992, y por la que logró dos Goya (Mejor Documental y Mejor Montaje), ha escrito una novela que no pasa en balde por las manos del lector, y que, como dice la también escritora Marta Sanz, es «una rareza que, de verdad, deslumbra». Una novela excepcional, según los críticos, «sobre una generación vista desde un tiempo y un espacio ajenos».

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Inteligente y agudo, hijo de padres psiquiatras y comprometido con esas realidades amargas que suelen afectar a quienes ya tienen de sobra encima, López Carrasco, quien sabe bien que en cuanto te descuidas llueven puñetas sobre mojado, ofrece una historia singular que echa raíces conforme se va leyendo.

El argumento: «Nue ve desconocidos huyen en globo de unos bombardeos. Deben decidir quién de ellos se tiene que tirar al mar para que el resto pueda llegar sano y salvo a una isla desierta y comenzar una nueva civilización. Los viajeros del globo son los únicos supervivientes de una guerra mundial que ha hecho desaparecer el mundo tal y como lo conocemos. Lo que está en juego, en realidad, no es el futuro de la especie humana, sino un trabajo temporal como vendedor en unos grandes almacenes».

-¿Cuándo empezó a pensar en 'El desierto blanco'?

-Creo que empecé a pensar en este libro casi cuando terminé el anterior, 'Europa', que salió con la editorial [caravaqueña] Gollarín [que dirige Francisco Marín] y que finalicé en 2011. He estado sedimentando esta novela durante diez años. Tenía muy claro su final, que fue lo primero que se me ocurrió y que no voy a desvelar [ríe], porque creo que una de las gracias del libro es ese descubrimiento final que encierra. He pensando mucho y he trabajando mucho para hacerla posible. Es verdad que, aunque su narrativa yo la he trabajado bastante para que su lectura resulte ágil, la novela encierra como muchas ideas, muchas reflexiones con cierta profundidad.

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-¿Qué quería usted contar?

-Con emoción, quería hablar de una cierta orfandad, de una desarticulación generacional. Creo que el libro conecta con un momento de 2012-2013 en el que se tenía la sensación de que se estaban desintegrando el país, la sociedad, los grupos de amigos, las propias relaciones familiares, también las de pareja...; todo por la crisis económica, por las migraciones que empiezan a tener lugar... Toda esa perplejidad, todas esas emociones vividas, están en el ADN de la novela, a la que fui sumando una serie de preocupaciones que yo tengo.

«Estoy totalmente convencido de que las élites son capaces de convertir la vida en la tierra en un auténtico infierno, y todo por la propia inercia del beneficio. En última instancia, el capitalismo es un sistema psicópata»

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, acerca de cómo es el mundo actual, de cómo las tecnologías y las ficciones que nos rodean están modulando, modificando, cómo percibimos la realidad, el espacio, el tiempo. Hay cosas, más o menos visibles, que nos condicionan mucho más de lo que creemos.

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-¿Modificando para bien o para mal?

-Se trata de asuntos muy complejos en los que podemos encontrar elementos positivos y elementos negativos. Yo no creo, por ejemplo, que las redes sociales sean algo tan demoníaco, como tampoco tengo muy claro que vayan a salvar los movimientos sociales, como se pensaba en su momento. Por otro lado, es verdad que en un primer momento yo he sido bastante receptivo a pensar que las nuevas generaciones tienen unas capacidades distintas por explotar; sin embargo, ahora que soy profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha, tengo algunas dudas.

-La Inteligencia Artificial (AI).

-Pues la verdad es que con la IA es con lo que me he sentido ya mayor [ríe]. Esto sí que me ha adelantado, y no sé si me ha adelantado por la izquierda, por la derecha, por arriba o por abajo. Entre otras cosas, me preocupa su influencia en la enseñanza, porque yo creo en la importancia del esfuerzo. Con la Inteligencia Artificial sí que siento que el futuro me ha pasado por encima; tengo que hacer algún curso [sonríe] para ver si puedo entender bien cuáles son sus peligros y su potencial.

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-¿Le gusta que haya llegado?

-Es que no lo sé. ¿Sabe lo que más me preocupa de la AI? Que consume muchísima energía, y pienso que muchas veces no somos conscientes de cómo cada avance tecnológico también implica un consumo de energía que quizá nos deberíamos replantear.

-¿De niño ya era disciplinado?

-Siempre he tenido una imagen de ser un niño muy disciplinado, muy tranquilo y muy formal, sí. Pero un día encontré un álbum con todas las fotografías mías que mi padre había considerado que debían conservarse y, entonces, me encontré con una imagen de mí mismo inesperada: revoltoso, sacando la lengua, haciendo el cabra [ríe]. Me parece que todos tenemos un álbum de fotos canónico y un álbum de fotos disidente. Lo cierto es que estaba muy rodeado de adultos y eso me hizo ser muy precoz. Soy cinco años mayor que mi hermano, no tenía primos, acostumbraba a jugar solo... Puede que eso me llevara a ser una persona con cierta capacidad de imaginación, de juego, y a empezar a leer mucho desde muy pronto.

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El cineasta y escritor murciano ha publicado en Anagrama la obra ganadora del último Premio Herralde de Novela, 'El desierto blanco'. David Zorrakino / EP

Viajar al espacio

-¿Soñando con qué?

-Soñando con viajar al espacio, con viajar a otros mundos. De hecho, la novela empieza con unas personas subidas en un globo y con una especie de dinámica de grupo para conseguir un empleo. Me acordaba de un libro de Julio Verne que me encanta, 'La isla misteriosa', que empieza precisamente con unos fugados en un globo por encima del océano. Lo comento porque es cierto que, de repente, mixturas infantiles y juveniles alimentan procesos creativos. Y, en concreto, este libro, especialmente en el quinto capítulo, conecta mucho con cómo de alguna manera nos podemos encontrar en un momento con que nos apetece intentar retomar las fantasías y los mundos luminosos e imaginativos de la infancia. Esos momentos como de libertad, de auténtico disfrute, de auténtica despreocupación.

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-¿Se habrá subido en globo?

-No, no, aunque por falta de oportunidades. ¡Lo haría encantado! El único momento autobiográfico del libro tiene que ver con que yo sí que participé en esa dinámica de grupo del globo.

-¿Qué le preocupa?

-A día de hoy, me provoca dolor la guerra de Gaza, o la invasión de Gaza, o la masacre de Gaza, quizá el mejor modo de llamar a lo que allí sucede. Y me provoca dolor también tener la sensación de que el futuro, a medio y largo plazo, puede ser extraordinariamente difícil y doloroso para las generaciones más jóvenes, y eso me afecta muchísimo. Menos mal que me consuela estar con la gente a la que quiero: mis amigos y amigas, mi familia, mi pareja.

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-¿Es cariñoso?

-Muchísimo, creo que todo lo que se puede ser [risas]. Me gusta caminar con mi pareja cogidos de la mano y esas cosas...; en mi familia somos todos muy cariñosos.

-¿Qué seguridades necesita para vivir sin tambalearse?

-Mire, yo en 2010 tenía dos trabajos y los perdí los dos, y durante diez años fui saltando de trabajo en trabajo, de colaboración en colaboración, teniendo una constante sensación de incertidumbre e inseguridad muy altas. Por fin, en 2020, empecé a trabajar en la Universidad de Castilla-La Mancha con un contrato que me produce bastante estabilidad. Recuerdo que en alguna ocasión un amigo me dijo, 'tú no estás deprimido, tú lo que necesitas es un salario'. Es verdad que tener una nómina estable es fundamental, y más para la personalidad que yo tengo.

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-¿Sigue alarmándole el capitalismo?

-Es que el capitalismo es capaz de destruir las condiciones de vida del planeta sin ningún tipo de freno. Estoy totalmente convencido de que las élites son capaces de convertir la vida en la tierra en un auténtico infierno, y todo por la propia inercia del beneficio. En última instancia, el capitalismo es un sistema psicópata.

«Creo que nunca he traicionado mis principios por medrar o por conseguir un puesto de trabajo o por conseguir subir rápido en una carrera de cualquier tipo. Me parece también que es importante no hacerse amigo de las personas que sabes que son perniciosas para lo colectivo con el ánimo de medrar»

-¿Y qué cosas podrían salvarnos del apocalipsis? Uno de sus personajes se refiere a él.

-Bueno, creo que claramente hay que entender que la lógica del beneficio, la lógica de la competitividad, la lógica del consumo y la lógica de la vida individualizada y privada, desconectada del entorno, no llevan a ningún lugar. A mí me gustan mucho los planteamientos de gente como [la antropóloga y activista ecofeminista española] Yayo Herrero, que plantean que determinadas circunstancias de escasez energética, de suministro..., pueden contribuir a que también tengamos una vida mejor. Porque es verdad que trabajamos más que nunca, más horas que nunca, y dormimos peor que nunca; quizá, tener menos recursos también implicaría tener más tiempo libre y una vida más sana.

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Al final, comes comida basura porque no tienes tiempo para ir al mercado a comprar, ni para cocinar. Me gustaría pensar que, precisamente, estas crisis son la oportunidad para encontrar modelos de convivencia más ecoeficientes y donde descubramos, un poco, determinadas formas de vida amistosa, comunitaria, vecinal, que son también extraordinariamente satisfactorias, aunque tampoco se trata de idealizarlas porque, evidentemente, los pueblos pequeños son muy angustiosos en algún sentido, ¿no? Hay determinadas formas de soledad, determinadas angustias y determinados miedos que están muy relacionados con la lógica competitiva. ¿Se imagina un mundo donde no hubiera que competir constantemente? Nos pasamos la vida compitiendo: en la escuela, en el trabajo, en todo.

-¿Qué lleva usted siempre encima? El lector que lea su novela entenderá esta pregunta.

-[Sonríe] Una gafas de sol, una crema solar para la cara, porque me salen muchas manchas de la fuerza de los rayos ultravioletas, y un pastillero con las pastillas de la lactosa, porque soy intolerante a la lactosa.

Un mundo nuevo

-España y la política.

-Hemos vivido muchos 'shocks' por la pandemia, por la inflación, por la guerra de Ucrania...; y todo esto creo que de alguna manera nos ha quitado imaginación política. Tengo la sensación de que la derecha está como en un camino de radicalización en cierta medida, que me parece muy preocupante, y de que la izquierda a su vez está respondiendo con una especie como de pragmatismo que me recuerda mucho al de los primeros 80; es decir: el mundo está tan alterado que tenemos que ser moderados y realistas y dejar la política para los que saben, ¿no? Yo creo que el mundo ha cambiado, y que es un error prometerle a la población que vamos a volver a las vacas gordas, a tener la capacidad de consumo que teníamos antes; estas promesas a lo que pueden conducir es a la frustración, porque creo que ya nada será igual. Y lo que me preocupa es que la frustración de la gente, que cada vez lo está pasando peor, a la larga o a medio plazo la lleve a querer refugiarse en recetas simplificadoras, populistas o autoritarias, algo que estamos viendo en Argentina, por ejemplo.

-¿A qué no está dispuesto?

-Creo que siempre he intentado ser íntegro; es decir, creo que nunca he traicionado mis principios por medrar o por conseguir un puesto de trabajo o por conseguir subir rápido en una carrera de cualquier tipo. Me parece también que es importante no hacerse amigo de las personas que sabes que son perniciosas para lo colectivo con el ánimo de medrar.

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-¿De qué tiene la suerte?

-De que para determinadas cuestiones, soy una persona muy primaria [ríe]. Muchas veces, cuando estoy de malhumor o preocupado o enfadado por algo, de pronto me doy cuenta de que lo que pasa es que tengo hambre. Entonces, básicamente, lo que he decidido ha sido comprarme un jamón para sobrellevar este asunto. Mis padres me han ayudado a entender que uno tiene que disfrutar de cosas que se pueda permitir siempre o casi siempre. Así es que intento, pase lo que pase, guardarme algún momento para tomarme una cerveza o un aperitivo.

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