La escritora francesa Lorraine Fouchet.
ENTREVISTA

Lorraine Fouchet: «Escribimos lo que añoramos»

escritora

EDUARDO LAPORTE

Lunes, 8 de mayo 2017, 22:16

En un tiempo en que hablar de la muerte cercana no solo ha dejado de ser tema tabú sino de uno de los más cultivados por los escritores actuales, la autora francesa Lorraine Fouchet (Neuilly-sur-Seine, 1956) aborda el tema a su manera en 'Entre el cielo y Lu'. El personaje principal, Lu, es una madre de familia que, antes de su muerte, encargó a su marido, Jo, que garantizara la felicidad de sus dos hijos. Fouchet, que no es madre, proyecta así ese amor familiar en un homenaje a la felicidad de lo cotidiano. O, mejor dicho, a la lucha por la felicidad. En una novela con vocación de best-seller, como la mayoría de los trabajos de esta escritora muy conocida en Francia, 'Entre el cielo y Lu' no es solo un libro de buenas intenciones, sino un reflejo de lo difícil que puede ser conciliar las aspiraciones de todos los miembros de una familia y lograr algo parecido a la armonía. A su favor, la isla de Groix, un pequeño trozo de tierra al noroeste de Francia que sirve a la autora, en la realidad y la ficción, de inspiración y de reencuentro con lo esencial, y donde transcurre buena parte de la novela.

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-¿Dónde escribe mejor, en su París o en la calma de Groix?

-Prefiero estar en Groix, me gustan los lugares con identidad. Antes tuve una larga historia de amor con Córcega. Me encanta ese momento en que los barcos de turistas se retiran y nos quedamos los isleños con nuestra solidaridad.

-¿Cuántos periodos pasa al año?

-Nunca voy en vacaciones escolares. Suelo ir meses enteros cada vez que puedo, este invierno he estado bastante... pero hasta junio no podré volver, ya que publico próximamente un libro ('Les Couleurs de la vie') en Francia. Pero volveré en septiembre, después en noviembre...

-De Groix dijo que era un lugar triste y bello. ¿Esos son los ingredientes justos para la escritura: melancolía y belleza?

-Creo que sí. Pero dije triste en un sentido emocional, más bien nostálgico, porque cuando escribimos lo hacemos partiendo de nuestro, de aquello que nos falta, que añoramos. Por otra parte, si hay algo que adoro de la escritura, es que puedo ser un pájaro que vuela por encima de Groix o encarnarme en una persona que está muerta, como Lu, o en Jo, o en una niña con toda la vida por delante. En la literatura podemos ser todos, mientras que en la vida somos lo que somos y el pasado es pasado, inamovible.

-¿No le resultó cansado tanto ejercicio de desdoblamiento psicológico?

-Al contrario, me pareció muy agradable. Venía de escribir un libro ('J'ai rendez-vous avec toi') sobre mi padre, que era un hombre de la Resistencia y un político relacionado con el general De Gaulle, así que hice mucha labor de investigación en los archivos nacionales y ahora me apetecía un libro más cálido, de felicidad, sin necesidad de investigación. Recuerdo que, una vez fallecido, rebusqué en su pequeña agenda y vi que tenía previsto llamarme el día anterior a su muerte, cuando yo tenía 17 años. Así que descolgué el teléfono de mi memoria y me acerqué a él a través de la escritura. Estudié Medicina por él, y durante varios años ejercí en ese sector, hasta que un día lo dejé todo por la literatura.

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Fragilidad

-¿La muerte es un motor para vivir, para escribir?

-La muerte y la vida están estrechamente unidas. Podemos morir mañana o a los cien años, pero también podemos tener un accidente y acabar con la vida de otros. Cuando trabajaba en sanidad, en urgencias, conocí a un tipo que había intentado suicidarse saltando de lo alto de Nôtre Dame, pero que cayó sobre un turista. El suicida no se murió pero el turista sí. La vida es preciosa... y frágil.

-El personaje de Lu tiene mucho de proyección de usted, como el protagonista de 'Elegía', un anciano que se enfrenta a la muerte, tenía del propio Philip Roth. ¿No hay algo macabro en esto?

-No, porque cuando nos proyectamos en la muerte seguimos vivos, así que intensificamos esa vida. No tengo hijos, pero cada libro es como una criatura para mí. La vida no es fácil ahora, con la crisis, el terrorismo... pero con la solidaridad y un poco de nuestra parte podemos lograr pequeños estados de amor. Tenía miedo a que mi editora me dijera que la trama de Lu era como de ciencia-ficción, pero al final se impuso el personaje y ahí se quedó. Aunque al final se retira, claro.

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-Otro tema importante en el libro son los secretos... ¿Es importante revelarlos, sobre todo esos secretos de familia tan delicados?

-He conocido la psiquiatría dentro de mi formación de Medicina y siempre estudiamos que había que decir las cosas, que esto desintegra, libera...

-Pero puede también ser una bomba que acabe con la paz reinante... como pasa en 'Nada se opone a la noche', de Delphine de Vigan, cuando la madre confiesa las violaciones del abuelo....

-Es cierto que también hay que lidiar con ciertas cargas. Tengo amigos que han tenido aventuras fuera del matrimonio y un día se animan y dicen, venga, voy a contarlo. Y a veces pueden hacer más daño y es algo egoísta en cuanto que lo único que consiguen es quitarse su propio peso de encima... En el caso del libro, sí creo que es bueno contar ciertas cosas. Como pasa con Cyrian, que no acaba de querer en condiciones a su hija porque cree que ha matado a su hermano pequeña... Malentendidos más o menos importantes que colocan a los personajes en situaciones comprometidas, que les impiden ser libres.

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-Me gusta del libro ese querer que la felicidad no se escape, poner de nuestra parte para ello. Encontrar los caminos venciendo las posturas contrarias, como hizo Marguerite Duras en su momento al decidir ser escritora a pesar de todo. ¿Es para usted una referencia?

-Ella es una escritora inmensa... Es cierto que yo quise complacer a mi padre, que me dijo que la medicina era la mejor profesión del mundo, y es verdad. No hay otro oficio en el que llegamos a salvar a alguien, a través de un equipo, cierto, pero salvamos vidas. No llegamos a ser dioses, pero sí que podemos interceder...

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-A veces los padres son los mejores consejeros pero también los peores...

-Siempre quieren la seguridad. Si mi padre no hubiera muerto tan pronto, mi vida habría sido distinta, quizá no me hubiera casado tan pronto, ni habría hecho Medicina. Quizá hubiera conocido a alguien en la diplomacia o en la política y me hubiera puesto a escribir, pero como no habría vivido nada, escribiría novelitas sin importancia. Tendría una vida completamente diferente, no sería yo.

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