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El escritor Álvaro Colomer reconstruye en su novela la batalla de Najaf.
ENTREVISTA

«Decimos que somos pacifistas y no es cierto»

escritor

ELISABETH G. IBORRA

Lunes, 27 de marzo 2017, 22:14

Álvaro Colomer es, reconocido por la crítica internacional, uno de los escritores españoles que mejor ha aprovechado su amplia experiencia como periodista para crear novelas basadas en hechos reales con una maestría literaria sin parangón a nivel nacional. En su última obra, 'Aunque caminen por el valle de la muerte' (Literatura Random House, 2017), deleita a los lectores con frases épicas como «la gente fantasea y la fantasía sabe vestirse de verdad», ante lo cual solo cabe preguntarle qué hay de leyenda y de realidad en su relato. Su respuesta es que «es imposible saber qué ocurre exactamente durante una batalla, básicamente porque hay demasiados puntos de vista. Mi novela es una reconstrucción de la batalla de Najaf en clave de ficción. Esto significa que, sobre los hechos demostrados y contados por algunos de los protagonistas, yo añado las dosis de ficción necesarias para enganchar al lector. Además, cuando tengo varias versiones contradictorias, yo me inclino por aquellas que me parecen más lógicas o que, a tenor de las entrevistas, cuadran mejor con la realidad».

Aun a pesar de su interpretación, su retrato de la realidad pinta de lo más objetivo, logro harto difícil porque aquel 4 de abril de 2004, según el periodista, hubo una batalla y cuatro milicias: «Cada una de las partes enfrentadas (iraquí, española, salvadoreña y estadounidense) tenía una manera de encarar el conflicto». La diferencia entre reglas de enfrentamiento restrictivas y preventivas hace que «los españoles sean muy cautelosos a la hora de disparar, mientras que los estadounidenses disparan con demasiada alegría. Ahora bien, los menos éticos de todos fueron los mercenarios de Blackwater, que, al no ser un ejército regular, no tiene 'reglas de enfrentamiento' y que, por tanto, pueden hacer lo que les dé la gana».

Eso queda tan patente en la contundente y agilísima narración, que recuerda al mejor José Saramago, como que los militares de los demás ejércitos llamaban cobardes a los españoles, aunque «sabían que estaban ahogados por unos políticos que se negaban a aceptar que en Irak había una situación bélica y que les prohibían disparar so pena de sufrir investigaciones y procesos penosos. Los soldados españoles no actuaron de un modo cobarde, sino que no tenían permiso para actuar. Eso hizo que los otros países de la Coalición terminaran enfadados con ellos». Básicamente porque su intervención, con sus blindados y vehículos, podría haber terminado con la batalla mucho antes.

De esta explicación se deduce que la culpa no fue de los profesionales militares sino de los políticos, como confirma el investigador: «Los altos mandos entrevistados para mi libro me aseguran, siempre de un modo anónimo, que intentaron comunicar a los dirigentes del Partido Popular y del PSOE sobre la imposibilidad de llevar a cabo la misión de pacificación y reconstrucción que habíamos asumido en un territorio en el que la hostilidad hacia la Coalición era evidente. La respuesta de Federico Trillo fue famosa: Najaf 'es una zona hortofrutícola'. Los políticos no hicieron caso a los militares y las consecuencias fueron la batalla que narra mi novela».

Misión de pacificación

La duda que surge es si todo se debe al cambio de Gobierno, pero Colomer aclara la cronología: «La batalla ocurrió bajo el Gobierno del PP. Cuando llegó Zapatero retiró las tropas inmediatamente, por lo que no se puede decir que el PSOE ordenara que no actuaran. La orden de no actuar venía determinada por el modo en que el PP concibió nuestra misión en Irak. El PP decidió que iríamos en misión de pacificación, sin querer darse cuenta de que el riesgo de conflicto armado era más que evidente».

Ni siquiera cuando ya había estallado se enteraron, quizás porque era domingo, elucubran ciertas fuentes. Ni el autor ni sus confidentes saben si es por eso, «pero no se puede descartar que algo tuviera que ver. Era domingo y, además, Domingo de Ramos. Paul Bremer cuenta en sus memorias ('My year in Irak') que, hacia las 13.00 horas, y por tanto más de cuatro después de que arrancara el combate, llamó a la Embajada de España en Irak y a la ministra de Asuntos Exteriores de la época preguntando por la falta de actuación de los soldados españoles en Najaf, y que tanto el embajador como la ministra les dijo que no sabían de qué batalla les hablaba».

Así que mientras nadie daba autorización a los altos cargos militares para intervenir, ellos se ampararon en que «soldado español no mata inocente», en tanto que los soldados rasos «se sintieron en muchos casos frustrados por no poder actuar», salvo «unos de la Legión que actuaron valientemente durante todo el combate», según los aliados, y «por libre», como algunos españoles que no impidieron que los norteamericanos les robaran su munición porque «entendieron que la defensa de la base estaba recayendo sobre ellos».

El caso es que, al final, los militares españoles salieron de Irak despreciados tanto por los aliados como por la población a la que querían proteger... «Zapatero se precipitó en la retirada. Queriendo contentar a la ciudadanía española, olvidó los compromisos adquiridos con la Coalición y con el pueblo iraquí. Aquí todo el mundo lo aplaudió. Allí le abuchearon. Y eso lo tuvieron que sufrir los soldados en sus propias carnes». Y, para colmo, tampoco han recibido todavía ningún reconocimiento oficial para resarcirles mínimamente. Colomer opina que «todos los soldados que participaron en la batalla de Najaf deberían tener su 'reconocimiento al valor', algo muy importante para un soldado. Con sus luces y sus sombras, esos hombres se jugaron la vida en Irak. Y, cuando regresaron a España, vieron que sus superiores los despreciaban, que los políticos los despreciaban y, lo más grave de todo, que la ciudadanía los despreciaba. Amparándose en la idea del pacifismo, la población española dio la espalda a unos chavales que se jugaron la vida por este país. No importa si tenían que estar o no tenían que estar allí. Ellos son soldados y luchan por nuestros intereses. Es una vergüenza que la gente se desentienda de sus vivencias».

Ni siquiera se ha hablado de esta batalla hasta la publicación de esta novela. Su autor concluye que «somos unos hipócritas. La gente dice que es pacifista, pero no es cierto. Cuando eres pacifista, prestas atención a lo que pasa en las guerras. Es la única forma de oponerte a ellas: conociéndolas. Quien no se informa sobre las guerras, no es pacifista. Es un vago que tira de tópicos para ir por la vida con la conciencia tranquila. En España la gente sacó las cacerolas para impedir que fuéramos a la guerra, pero una vez Aznar hubo dejado claro que haría lo que le diera la gana, la gente guardó las cacerolas y se desentendió de la guerra».

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