«Ser borrego tiene muchas ventajas; yo prefiero al lobo»
escritor
Antonio Arco
Lunes, 31 de octubre 2016, 22:50
Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) las ha pasado putas en su viaje alrededor del mundo y de sí mismo, llevando al límite su imaginación y su coraje, muerto de miedo a veces e inmensamente feliz otras, viéndoselas cuerpo a cuerpo con Lestrigones y Cíclopes y el airado Poseidón, tocando con sus manos sangre y fango, ámbar, ébano, coral y madreperla, y cadáveres de todas las edades y guerras y calaveras inocentes y bastardas. Miseria a la hora de comer, de respirar y de irse a dormir. Y un gozo infinito en las entrañas, ese gozo que hizo exclamar a Shakespeare «esta es la más espléndida y hermosa y encantadora contemplación», otras tantas veces. Ahora, regresa a las librerías con un nuevo personaje, Falcó, llamado a fascinar a millones de lectores en todo el mundo, que en su primera aventura, en el otoño español de 1936, recibe el encargo de garantizar el éxito de una misión que podría cambiar el curso de la historia de España: la liberación de José Antonio Primo de Rivera, preso en la cárcel de Alicante. Cualquier lector de Pérez-Reverte lo sabe. De las tinieblas no nos libra ni el Oráculo de Delfos en su momento de mayor optimismo alucinógeno, pero no tenemos por qué asumir sin más nuestro destino de ciegos.
Hace unos años, Pérez-Reverte, solemne en mitad de una brisa marina de las que te sanan las heridas, aseguraba ante mi expectación: «Yo, sobre todo, soy lector, ante todo lector; además, escribo, y si tuviera que elegir entre una cosa u otra elegiría leer. Yo podría vivir el resto de mi vida sin escribir, pero no sin leer. Si yo no pudiera leer me pegaría un tiro». «Es la única cosa», concluyó entre risas, «por la que me pegaría un tiro». Esa pasión por la lectura y esa forma de estar en este mundo hostil y canalla, que consiste en imaginar todo el tiempo, en convertir hasta los gérmenes que no vemos en carne de narración, sigue viva en él, ahora que ya puede hacer prácticamente todo lo que le venga en gana, así en la tierra como en el cielo o el infierno. Pérez-Reverte, que admira a Conrad, sabe que le da un aire al personaje del capitán Marlow, porque ambos pueden confesar en igualdad de condiciones: «Y sabéis que no soy particularmente tierno; he tenido que golpear y que esquivar golpes». Esta entrevista con Pérez-Reverte para 'Ababol' tiene lugar en un hotel de Murcia.
-¿Quién demonios es Falcó?
-Un aventurero, un bala perdida de buena familia, un tipo elegante y simpático que disfruta con el peligro, el lujo y las mujeres.
-¿Justo por ese orden?
-[Risas.] ¡No me jodas! Es un depredador de mujeres, un asesino, un tipo desalmado y amoral, un lobo que solo cuida de sí mismo. De joven lo largaron de casa para que no les metiera en jaleos y se buscase la vida por su cuenta. Se hizo espía para vivir aventuras.
-Todo un modelo de conducta a seguir... Una especie de Meursault, ajeno a todo menos a su propia sombra, pero mucho más forofo de mandar prójimos al otro barrio y con un encanto irresistible al modo de Harry Lime, con quien por cierto comparte adicción a las pastillas: en el caso del personaje de Graham Greene, tabletas para luchar contra la acidez de estómago, y en el de su personaje, cafiaspirinas para combatir los dolores de cabeza.
-Ahí, precisamente, nos encontramos con uno de los retos de esta novela: lograr que un tipo así, capaz de la mayor crueldad, sea aceptado por nosotros como un agradable compañero de viaje, y por ellas como un deseado compañero de cama. No es un sinvergüenza encantador, es un asesino frío y calculador, pero el reto era que se aceptase con naturalidad que también es muy seductor, inteligente, guapo, un tío elegante, encantador. Creo que he logrado, sobre todo a través de los diálogos, combinar con acierto sus lados oscuro y luminoso.
-¿Qué reconoce haberle prestado, además de sus dolores de cabeza?
-Yo no soy él, no soy Falcó, no me tengo por un tío cruel, hay gente por la que daría mi vida, soy leal con mis lealtades, acepto unos códigos de convivencia, no me da igual todo. Lo que es cierto es que su mirada sobre algunas cosas puede coincidir con la mía: sobre la realidad, las incertidumbres que nos rodean, la violencia, los peligros que nos acechan. Yo también detesto la grandilocuencia, la demagogia, las grandes frases que suelen salir de la boca de tanto hijo de puta. Hay algunos temas en los que soy consciente de que juego con ventaja. Me lo he ganado. No me hace falta inventarme la violencia, la maldad, las torturas más sádicas...; todo eso lo conozco bien, lo he visto, lo he escuchado, sé cómo huele...; son mis recuerdos personales, una parte de mi vida como reportero de guerra que me facilita contar con ventaja todo este tipo de situaciones. Tengo mi propio álbum de fotos, no siempre agradables, y también mis propios fantasmas. Le debo a las guerras buena parte de mi forma de ver el mundo, y todavía hay noches en las que me despierto en Beirut o en Sarajevo, como hay putas que se despiertan soñando que están en la calle aunque ya se hayan retirado. Tengo ya muchos años, he vivido mucho, he podido conocer lo mejor y lo peor del ser humano.
Zonas grises
-¿Al que sigue usted mirando con curiosidad?
-Sí, es que resulta imposible conocerlo del todo. Somos complejos, ambiguos, estamos llenos de zonas grises. He tomado copas con asesinos y violadores, y algunos son amigos míos. Como novelista, me es de mucha utilidad a la hora de crear personajes; como persona, sé que incluso de aquellos de los que no espero nada pueden un día darme una sorpresa; los he visto darlas. Conmigo se han portado muy bien tipos que han cometido auténticas salvajadas.
-A Falcó le da igual un bando u otro. De hecho, cuando el Almirante, del lado de Franco, le cuenta que ha habido una rebelión militar, él le pregunta sin inmutarse: '¿Estamos a favor o en contra?'.
-¿Acaso tiene la obligación de lo contrario? En España tenemos una mala costumbre: siempre hay que tomar partido porque de lo contrario te enfrentas al rechazo de unos y otros. Pero, además, es que yo no pretendo abrir un debate o hacer un ensayo sobre la Guerra Civil, en la que por cierto una gran parte de la población estaba atrapada entre unos y otros sin participar ni de estos ni de aquellos. La Guerra Civil, en la que tanto canalla hubo en ambos bandos, es solo un telón de fondo de la novela. Creo que queda claro que Falcó es de su propio bando y nada más, y que lo que más me ha interesado es escribir una novela que resulte apasionante al lector. No persigo que brillen la justicia y la moral, ni me pongo a defender ninguna ideología.
-¿Qué ha querido dejar claro en esta novela?
-Nada, yo no quiero dejar claro nada.
-¿Qué no ha querido dejar claro en esta novela?
-[Risas.] Es una novela de aventuras, para disfrutar del placer de la lectura, en un contexto de vida extrema. La vida es extrema en momentos de crisis, y mucho más cuando reinan el caos, la guerra, cuando vivir no deja de ser peligroso ni un solo segundo, cuando la política no importa nada y la corrección social se ha ido a tomar por culo. La vida se convierte en un campo de batalla: ajustes de cuentas, rencor, odio... la depravación es moneda corriente. En ese contexto, tantas veces tan real, tan próximo, se convierte en algo natural torturar, matar... Cuando triunfa la barbarie, y de eso he sido testigo, te pueden cortar el cuello por un vaso de agua. Conviene que no nos olvidemos de eso, convendría tener esto claro.
-¿De qué se hartó?
-De ver a tantos salvadores de patrias, de almas, a salvadores de todo. Me da mucho miedo que me confundan. Yo, como ciudadano, me limito a opinar, no soy un tipo que aporte soluciones, porque entre otras cosas no las tengo. Me limito a decir 'ahí veo esto', a aplicar la lucidez que pueda tener, mi memoria, mi cultura, lo que tenga, a la realidad que me rodea para poder describirla. Me da mucho miedo que se esperen de mí soluciones.
-El artista chileno Alfredo Jaar se lamentaba en estas mismas páginas de que vientos fascistas recorran de nuevo Europa.
-No me sorprende. La historia se repite: la gente acaba mirando, cuando todo se va al carajo, al que se presenta como el fuerte que va a ser capaz de poner orden. Creo que la tentación totalitaria está ahí, en la historia de los hombres, desde los textos clásicos. No es algo nuevo, sabían de ella Homero, Suetonio, Tito Livio.... En la literatura y en la historia todo ha ocurrido ya. En los grandes textos del teatro griego ya está todo contado. La Humanidad conocerá nuevos 'hítleres', espartacos, césares y 'chúrchiles'.
-¿Cuál es hoy su reino?
-El único reino posible para un adulto consciente es la lucidez. En un mundo caótico, confuso y lleno de líneas difusas donde nada está claro, el único tesoro que uno puede aportar es la lucidez. Si yo fuera joven, lo que esperaría de mis mayores es que fueran lúcidos.
-Lo cual conduce también al dolor, ¿no?
-Claro, pero en la vida hay que elegir entre ser estúpido e indolente como un buey, o lúcido y consciente como un ser humano; no solo sufres con la lucidez, también se puede ser feliz en muchos momentos.
Días como estos
-¿Los libros salvan?
-Los libros no salvan, pero te ayudan a salvarte. Cuando a Alatriste, por ejemplo, que lleva consigo en un combate naval un libro de Quevedo, le preguntan que para qué sirve un libro en una galera, dice: «Para soportar días como estos».
-¿Sigue acrecentándose su pesimismo si piensa en el futuro?
-¿Futuro? Ya estamos muertos, somos cadáveres que caminan. Nuestra especie ha fracasado. Soy muy pesimista sobre el futuro, sí, pero es que estoy bien informado. Si se tienen una cultura mediana y una lucidez mínima hay que ser pesimista sobre el futuro, lo que no quiere decir que tengamos que suicidarnos. Sabido lo que nos espera, hay que saber también que existen mecanismos defensivos y consolatorios, y ese es mi territorio, ahí trabajo yo. Trabajo en procurarme a mí mismo, y a aquellos que me rodean y que me leen, los mecanismos que creo que pueden servir para llevar a cabo una humilde tarea de supervivencia.
-¿Qué es lo peor?
-La estupidez, no tengo la menor duda. El peor mal no es la maldad. Cuando era joven creía que lo peor del mundo eran los malos, pero ahora sé que no; lo peor del mundo son los estúpidos y eso, realmente, no tiene solución. Un malo puede cambiar o se puede negociar con él, pero un estúpido lo será siempre, no cambia jamás. Cuando un golpe de la vida se lleva por delante a un estúpido, no parpadeo demasiado. El peor daño a la Humanidad se lo hacen los estúpidos.
-¿De qué ideales no quiere alejarse?
-Bueno, mis ideales tienen que ver con los del perro: lealtad, consecuencia... Y no estoy hablando de virtudes que yo tenga, sino de virtudes que yo admiro. Uno puede perfectamente, sin tener ninguna virtud, ser un ser consecuente y admirable porque intenta tenerlas. Admiro el valor de asumir aquello en lo que crees, o de apartarte de aquello en lo que no crees. El perro me parece de una humanidad absolutamente respetable.
-¿Orgulloso de sus novelas?
-Orgulloso no es la palabra, no. Solamente los imbéciles pueden decir que están orgullosos de su obra. Lo que no hago es renegar de ella, porque forma parte de mi vida y la asumo.
-¿Por qué prefiere al lobo que al cordero?
-Es verdad que ser borrego tiene muchas ventajas: vas en el rebaño, te dan de comer, te esquilan. El lobo tiene que buscarse la vida: va solo y se la juega cada vez que sale a cazar. Es mucho más confortable ser borrego. Ahora bien, al final al borrego le llega su hora y lo ejecutan; yo prefiero al lobo. Hay dos formas de resignarse: como un cordero o como un cerdo. Todos conocemos tipos de esas dos variantes. Yo detesto las dos, porque hay que pelear aunque sepas que no hay victoria posible. ¿Pelear por qué? Pues porque la misma pelea ya justifica la vida, pelear para que no te confundan con corderos y los cerdos se queden con la nariz sangrando.