Los vestigios de Amanda Sorokin
'Dinosaurios de pelo rosa' ·
Un viaje por las reliquias, por dinosaurios figurados y literales, por esos fósiles soterrados cuando algo se rompe o se termina: el amor platónico, la amistad, la inocencia, la juventud. Un recorrido frenético que apuesta por un ritmo estrófico demorado que encaja con la intensidad de una búsqueda optimista de la palabra precisaAnabel Úbeda
Sábado, 10 de febrero 2024, 07:41
Amanda Sorokin (Salamanca, 1995) nos trae su tercer poemario, 'Dinosaurios de pelo rosa' (Reino de Cordelia, 2023), con prólogo de Luis Alberto de Cuenca, tras ' ... Las alas de la polillas' (Bajamar, 2021) y 'Los restos de la fiesta' (IV Premio de Poesía 'Facultad de Filología', UNED, 2022). 'Dinosaurios de pelo rosa' es un viaje por los vestigios, por dinosaurios figurados y literales, por esos fósiles que quedan soterrados cuando algo se rompe o se termina: el amor platónico, la amistad, la inocencia, la juventud. Cuando pensamos en sus dinosaurios nos adentramos en un recorrido frenético, pero que apuesta por un ritmo estrófico demorado, lento, casi versicular que encaja a la perfección con la intensidad propia de una búsqueda optimista en la aprehensión de aquello inconmensurable en la palabra exacta y precisa, sin obviar que nuestra biografía tiene mucho de metaliteraria: «Comprender un día que, si la realidad supera siempre a la literatura, / es solo porque no nos atrevemos a imitar de verdad a la vida / por si la superamos».
Estamos ante un yo-lírico imposible de atrapar en sus vuelos porque romantiza la vida, aún en los peores momentos, cuando todo se tambalea: «Confundo las turbulencias con esta marea / de tormenta, un renglón torcido apasionante, / será quizá este año cuando elija mis batallas / o empiece a sospechar al menos, a qué van a parecerse…». En este sentido, nos hallamos ante una flaneur que nos guía por dos viajes paralelos, el geográfico, presente en las ciudades que conforman su camino, dibujadas mediante ensoñaciones y recuerdos que comienzan en Salamanca: «Los bancos de Alamedilla me confunden bajo esta luz./ Vuelvo sola a este parque donde nadie me acompañó cuando tocaba»; pasan por Toledo, enclave donde el dolor del amor roto se hace palpable: «Veo otra calle delgada como yo / y mil tiendas de recuerdos a la vez, que se replican / como en espejos enfrentados y rotos» y se enclavan en una ciudad como Madrid, un presente en el que se dibujan los encuentros pasados y futuros: «Tal vez quede solo ese primer recuerdo, una silueta roja recortada en una puerta, / en la cafetería Colonia Jardín».
'Dinosaurios de pelo rosa'
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Género: Poesía
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Editorial: Reino de Cordelia
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Prólogo: Luis Alberto de Cuenca
El otro viaje es el cronológico, el de la primera juventud, cuya voz es consciente de la necesidad de desnudarse y de resituarse en su tiempo, de brindarse y brindar con los otros, dando hasta el último aliento de sí: «Vamos a soñar con quienes no nos amaron, / con narcisos y otras flores,/ con los nombres que nos vienen de fuera» o «si quedarme en la cama esta mañana/ (con el móvil apagado por si llamas tú) / o rendirme y dejar que por fin me fagocite tu mundo». También regresa puntualmente a la infancia para ponerla en paralela al presente y justificar su debilidad, la facilidad para romperse: «cuanto tenía ocho años perdí una capa de piel / por una enfermedad vírica… / por eso lo que ves ahora, lo que tocas cuando me estás tocando / soy yo con un estrato menos…». Su tono queda impregnado de la pasión, de esa romantización que ya mencionábamos al principio, y que nos lleva también por los tiempos dorados de la facultad: «alguna vez nos sentamos en esas mesas grises, / inermes, sin claves para medir / hasta dónde tomarnos en serio lo que oíamos, / si aquello era provocación fácil o enseñanza…» o «nadie transmite la historia de los grados universitarios extintos. / Y son sin embargo criaturas únicas, conmovedoras… / y llevan consigo el triunfo del logos cifrado en la primera vocal indoeuropea».
Amistades
Esos tiempos donde las amistades nacen y otras se apagan, dejando el regusto amargo de un duelo que nunca se canta y que es uno de los más difíciles de superar: «que esta iba a ser la última vez que traspasaríamos juntas la puerta de un bar, / que ya habríamos celebrado el último cumpleaños… / Y desde entonces duermo peor, sin la inconsciencia feliz del dinosaurio, / yo no he elegido aprender de esto…», o tomar el trasunto de la figura de Penélope, para hablarnos de un dolor que no tiene nombre propio, pero sí el poso de quien nos acompaña hasta dejarnos algo de sí: «Lo he pensado bien / y no voy a deshacer los trazos de tu herencia».
Ellos transitan de forma literal y están esperando con sus miradas de inconsciencia a que volvamos a lo primigenio, a vivir con la pasión de esta lírica que se demora en el instante
Ídolos
La juventud también viene cruzada por otras presencias, algo más etéreas, los ídolos y esas pequeñas obsesiones que tomamos por cualquier artista, que nos llevan a comprarnos su música, sus libros o leer sus biografías, esos que de algún modo también nos hacen vivir otras vidas: «Al nacer se nos asignan un número finito de ídolos… / a cada vida corresponde una cantidad limitada de dioses paganos, / un mapa cerrado de puntos de referencia»; y es, en esta, cuando se vive el amor con una desnudez absoluta, casi insultante, con la que expresa el yo-lírico su visión del amado: «arrancar esos incisos que te ponen nervioso, / es un acto de amor sin adjetivos, / es pedirte de rodillas que estés conmigo / hasta que el arte nos muera en las manos», o de su forma de sentir, al elegir la imposibilidad: «dejé que se acercara, / que me entrara por los ojos / y me quitara la ropa por dentro…».
Amanda vuelve a los dinosaurios como criaturas casi mitológicas para nosotros, hasta aquí hemos visto algunos de ellos en su transformación figurada, en los recuerdos que dejan algo en nosotros, un rastro en nuestro ADN para nuestra evolución futura, pero ellos también transitan de forma literal y están esperando con sus miradas de inconsciencia a que volvamos a lo primigenio, a vivir con la pasión de esta lírica que se demora en el instante, magnificándolo: «Verte pasar / como a un dinosaurio azul entre los rascacielos. / Y dejar que todo arda sabiéndome fuera, / florecer desde los pies hasta el desmayo».
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