Regreso a un edén que nunca existió
Cómic. Paco Roca dibuja la memoria de infancia de su madre a partir de una foto que desvela y encubre brutalidades de una posguerra atroz
JUAN MANUEL DÍAZ DE GUEREÑU
Lunes, 18 de enero 2021, 21:22
En su nuevo libro, 'Regreso al Edén' (Astiberri), Paco Roca (Valencia, 1969) vuelve a indagar en los recuerdos familiares que ya constituyeron en 2015 el ... núcleo de 'La casa'. Si entonces las visitas obligadas a la modesta casa de vacaciones que el padre había construido condujeron a una rememoración emocionada del progenitor fallecido, en esta ocasión una foto despierta los recuerdos de infancia de la madre.
Roca vuelve a emplear un formato apaisado que encuentra propicio para tales ejercicios de memoria y vuelve a reconstruir el pasado de una protagonista humilde, a partir de testimonios tratados con afecto y con desenvoltura narrativa. Pero el tono es muy distinto: en 'Regreso al Edén' apenas asoma el humor que atenuaba la melancolía de 'La casa' y, según avanza el relato, acumula escenas cuya crudeza revela el destino sombrío que las circunstancias impusieron a la protagonista.
También distingue 'Regreso al Edén' el énfasis con que el autor presenta el relato como construcción deliberada de un pasado plausible, más que reconstrucción de lo realmente sucedido. Roca lo enmarca entre páginas en negro que figuran la nada en medio de la que brota la vida del individuo como un destello fugaz, y recuerda que la escritura, el dibujo o la fotografía son recursos con los que pretendemos derrotar al olvido. Y que la historia, sea de la familia, de la ciudad o del país, busca un sentido integrando dicho destello en una continuidad.
El autor resuelve con naturalidad arduamente buscada la mejor manera de contar una historia
Ya anciana, Antonia se angustia porque, al mudarse de su casa a la de uno de sus hijos, ha perdido una de las tres fotografías en que contaba menos de veinte años. Cuando al fin la encuentra, vuelve a colocarla bajo el cristal de su mesilla de noche y recupera la calma.
La voz narrativa, no identificada y por ello asimilable a la del autor, se pregunta qué tiene de especial esa fotografía, sacada en la playa local en 1946, en la que figuran Antonia, su madre y tres de sus cinco hermanos. Para aclarar ese pequeño misterio y comprender, emprende el relato, que rememora escenas y acontecimientos a partir de dicha fotografía.
Tal introducción a las historias atribuye el protagonismo de la obra a Antonia, cuya memoria personal recupera, pero buena parte de las anécdotas giran en torno a otros miembros de la familia. La ilustración de la cubierta dibuja la lógica narrativa de la obra: en la playa, el fotógrafo ambulante se apresta a sacar la foto, mientras que la madre y los hermanos de Antonia se giran hacia el lector, como reclamando a la niña ausente que ocupe su asiento, aún vacío. Ese retrato de grupo precede al del fotógrafo y muestra a los familiares, no a Antonia, pero vemos con su mirada, vemos lo que ella ve en ese instante. 'Regreso al Edén' recompone fragmentos de la historia familiar según los vivió y recordó ella. Esa es la única historia posible de una infancia, la historia de lo que pasó en torno a la niña, la historia de lo que le pasó porque les sucedió a los suyos.
Fértil inventiva visual
Paco Roca muestra, como suele, una discreta pero fértil inventiva visual mediante la cual presta transparencia a los episodios narrados, así como al proceso de rememoración que los recupera. Sus esquemas de página aprovechan la amplitud horizontal del formato apaisado y resuelven sus dificultades, combinando a menudo una columna de tres viñetas y dos tiras, sin que la claridad de la secuencia de lectura se resienta por encadenar una sucesión vertical de viñetas y otra horizontal.
Además de ensayar variantes a partir de ese modo de aprovechar el espacio de la página, el dibujante inserta fotografías (la principal, repetidamente), dibuja árboles y diagramas genealógicos, compone pastiches gráficos (el cuento del pecado original lo dibuja en estilo de grabado bíblico monocromo), idea imágenes simbólicas para explicar el contexto y para hacer visibles las fantasías o emociones del personaje. Todo ello se añade a las viñetas convencionales con fluidez y naturalidad.
Estas gobiernan también el uso de una voz narrativa a veces explicativa, pero siempre adecuada al desarrollo de la historia, de la que solo se ausenta en las escenas que traslucen la tensión emocional mediante los gestos o las miradas, cuando el dolor se expresa elocuentemente sin palabras.
Paco Roca es un maestro en el aprovechamiento dramático de los detalles. Planifica con meticulosidad el relato, de modo que pequeños gestos al parecer inanes desvelan más adelante su honda significación para los personajes. Ese cuidado en la articulación del relato presta a este resonancia emocional y redunda en su eficacia.
La aparente sencillez del dibujo deriva de una laboriosa reducción a lo expresivo. Lo acompaña y completa, como siempre, un color que aporta claridad a volúmenes, luces y sombras, que define atmósferas. Juntos ofrecen al lector en cada página los elementos esenciales del drama, con limpieza que no menoscaba su expresividad. Una vez más, una historieta de Paco Roca resuelve con naturalidad arduamente lograda la mejor manera de contar una historia.
La de Antonia acaba por ser la del marco familiar de su ingreso en la edad adulta. La foto de parte de la familia en la playa dice mucho por los ausentes, los dos hijos mayores que ya habían buscado sus propias vidas y el padre, «un bruto» pronto a imponer su ley a golpes, que la quiso analfabeta, sin oficio y en la cocina. Y dice también por las dos mujeres, la madre Carmen y la hermana Amparín, cuyos comportamientos proponen a la pequeña Antonia dos modelos de feminidad igualmente insoportables.
El relato desvela que el día de la foto en la playa no fue un día feliz, ni siquiera alegre. En la niñez de Antonia, como luego en su llegada a la madurez, no hubo ningún Edén posible. La violencia de una posguerra feroz y la de un tirano doméstico lo vedaban. Su apego aun así a aquella foto expresaba quizá la intensidad de unos afectos ingenuos, aún no derrotados, en los que deseaba habitar por siempre.
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