Los ojos de un fantasma
'Los incomprendidos'. Pedro Simón abre muchos frentes en una novela que, por su contenido, se presta a ello: la educación, la adolescencia, la orfandad, la desigualdad social, la familia... A propósito de la familia, hay un guiño evidente al más que sabido inicio de 'Ana Karenina' cuando se nos dice que «vistas de lejos, todas las familias parecemos normales»
JOSÉ BELMONTE SERRANO
Sábado, 4 de febrero 2023, 08:41
En 2021, con 'Los ingratos', el periodista y escritor Pedro Simón (Madrid, 1971) obtuvo, con todo merecimiento, el Premio Primavera de Novela. Se trataba de ... un libro de ambiente rural, con una mirada cómplice a la cotidianidad y en el que se narraba, con pulcritud, una historia de fondo sentimental que nos recordaba, en cierto modo, a Miguel Delibes, cuya prosa, decía Juan Marsé, sin ánimo de ofender, en sus memorias póstumas, sabe un tanto a establo, a aperos de labranza.
'Los incomprendidos' es una historia diferente, aunque no deje de notarse la mano de su autor, su estilo sencillo, natural, sus ganas de llegar a todos los públicos, sus ansias de meter mano en aquello que siempre llega al corazón y el alma de los humanos: los sentimientos y, como diría Machado, las galerías del alma. Simón no es ambicioso en cuanto a la estructura y a la forma –aunque en esta ocasión se aprecia un mayor esfuerzo que en su novela anterior–, pero, a cambio, es un narrador puro muy a la vieja usanza, galdosiano, de raza, que se desvive por contar, de la mejor manera posible y con una corrección impecable, una historia. Y, como Galdós y muy especialmente como el maestro Baroja, no se fía demasiado de sí mismo por lo que, alrededor de esa historia que nos hace llegar como un regalo inesperado, traza otras nuevas historias que se van segregando del tronco principal hasta adquirir autonomía y vida propia.
'Los incomprendidos' es un libro de mucho peso en el que se encierra un relato poderoso. Quizá, en la respetable opinión de algunos, demasiado lacrimógeno y efectista, puesto que abordar un asunto sobre los hijos muertos –así tituló una de sus mejores novelas Ana María Matute, con la Guerra Civil como mar de fondo– siempre resulta conmovedor y suele congregar mucho público alrededor y demasiada expectación. Pero ni siquiera eso puede ser considerado como un pecado mayor.
Una obra sin zonas muertas, sin puntos ciegos, sin espacios en blanco... pero con muchos silencios que se palpan en el ambiente. Y con frases ocurrentes, originalísimas, marca de la casa, que Simón, que es un periodista avispado, se saca de la manga
La fantástica tía Clara
De las tres citas iniciales de la obra, me quedo con la de Mark Twain porque nos pone en el camino de comprender mejor lo que nos espera cuando nos adentremos en estas páginas. Dice así: «Cuando yo tenía catorce años, mi padre era un ignorante insoportable. Pero, cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años». Cuatro personajes y un quinto añadido, la fantástica tía Clara, que pone el contrapunto y la nota musical, sincera y humorística, a esta historia, se mueven por este relato intenso, sólido, en el que el autor, Pedro Simón, logra mantenernos en vilo hasta la última página utilizando un recurso tan viejo como el propio género: proporcionarnos los datos poco a poco, con cuentagotas, en pequeñas cantidades hasta que el puzle esté completo y podamos observar en perspectiva y comprender finalmente todo lo sucedido.
Personajes cercanos
Es, sin duda, lo mejor de toda esta novela en la que, además, los personajes principales llegan a resultarnos conocidos, cercanos, gente que anda a nuestro lado, gracias a la buena confección que hace de los mismos Pedro Simón. El padre, Javier, que trabaja en una editorial, que se ocupa de leer a fondo las obras que se han de publicar, que pronostica el futuro éxito de las mismas y no siempre acierta. La madre, Celia, una cirujana de éxito que se desvive por su familia y que no puede evitar caer en una auténtica sima cuando las cosas le vienen mal dadas. Roberto, Rober, el niño que muere prematuramente, que desencadena el sentimiento de culpa en toda la familia, que sigue enviado mensajes a través de la mirada de las fotografías que lo muestran vivo y sonriente. A este propósito, el narrador de 'Escenas de cine mudo', una de las mejores novelas de Julio Llamazares, escribe: «Desde cada fotografía, nos miran siempre los ojos de un fantasma. A veces ese fantasma tiene nuestros mismos ojos, nuestro mismo rostro, nuestros mismos nombres y apellidos. Pero, a pesar de ello, los dos somos para el otro dos absolutos desconocidos».
E Inés, Inés del Alma Mía, Inesita, la 'ascolescente,' la niña adoptada que carga en la mochila que soporta en su espalda un pasado oscuro, lejano, casi irreconciliable con el presente. Quizá la figura mejor dibujada en toda la obra, la más agónica en el sentido unamuniano de la palabra.
Pedro Simón abre muchos frentes en una novela que, por su contenido, se presta a ello: la educación, la adolescencia, la orfandad, la desigualdad social, la familia... A propósito de la familia, hay un guiño evidente al más que sabido inicio de 'Ana Karenina' cuando se nos dice que «vistas de lejos, todas las familias parecemos normales». Sin embargo, cuando aplicamos sobre ellas nuestra lupa salen a relucir los monstruos que crea el sueño de la razón, como en los grabados de Goya.
'Los incomprendidos' es un libro que, además, nos mueve a la reflexión. Una obra sin zonas muertas, sin puntos ciegos, sin espacios en blanco... pero con muchos silencios que se palpan en el ambiente. Y con frases ocurrentes, originalísimas, marca de la casa, que Simón, que es un periodista avispado, se saca de la manga. Como aquella en la que asegura que «los espacios de una casa no los ocupan los muebles ni las camas ni las cosas; lo espacios los ocupan los ruidos». O esa otra en la que asevera que hay una edad en la vida en la que uno sabe que ya no crecerá más y en la que todo se mide por los centímetros del otro.
Una obra, en resumidas cuentas, que tiene algo de partida de ajedrez en la que las piezas cumplen el papel que a cada una le corresponde. Y el lector es el encargado de poner en marcha la partida, de responsabilizarse del destino final de cada una ellas.
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