Marcela Serrano y el duelo
Autobiografía. La autora chilena rinde un honesto homenaje a su hermana Margarita, fallecida en 2017
IÑAKI EZKERRA
Viernes, 25 de diciembre 2020, 09:56
El tema del duelo por la muerte de un ser cercano tiende a la subversión literaria. Cuando el escritor decide abordarlo, por una imperativa demanda interior, su carácter real, comprometedor y trágico, su autenticidad abrasadora y su innata potencia catártica llevan a este a menudo a saltarse los convencionalismos de los géneros. El asunto es demasiado importante como para andar respetando los corsés y artificios, inevitablemente falseadores, en la escritura. Es ese el caso de 'Las puertas de la noche', un libro que Luis Mateo Díez publicó en 2010 y que nació de la pérdida de una sobrina y una cuñada en un repentino e inesperado plazo de tiempo, o de 'La peor parte', el personalísimo homenaje que Fernando Savater rindió a su inseparable compañera Sara Torres en 2019. Y ese es también el caso de 'El manto', el libro que la escritora chilena Marcela Serrano ha dedicado a la pérdida de su hermana Margarita, fallecida en noviembre de 2017 tras una larga lucha contra el cáncer, del que ya empezó a dar síntomas en 2009, pero que no le fue detectado hasta cuatro años después.
'El manto' no es exactamente una novela, ni un ensayo; ni un libro de memorias o de aforismos; ni un diario, ni un dietario. Y es las cinco cosas a la vez. Es una obra de duelo, de reflexión y recuerdo que presenta una configuración fragmentaria en textos que van desde las tres páginas como máximo, al apunte mínimo de siete escasas líneas. En ellos caben, desde los datos que brinda la partida de nacimiento de la difunta («Se llamaba Margarita María Macarena. Muchas M a cuestas.») hasta los rasgos que componen su retrato (su faceta de periodista, su creatividad, su carácter alegre y divertido...), pasando por las gráficas anécdotas que ilustraron su existencia o por las evocaciones de momentos compartidos; por observaciones sobre la profunda relación que había entre ambas (de complicidad en los juegos infantiles, los secretos de juventud y los viajes que hicieron ya adultas) o sobre la relación de ambas mujeres con el resto de la familia (era la hermana que le llevaba solo un año) así como por íntimas reflexiones sobre el lugar que ocupó en su vida y los sentimientos que le despierta su ausencia, o la muerte en general.
No faltan asimismo las citas literarias ni las referencias culturalistas en torno al tema de la muerte, o al de la escritura y su efecto sanador, que nunca resultan forzadas. La de la escritora francesa Hélène Cixous, que aparece como primer epígrafe, nos anuncia el propósito y el sentido de estas páginas: «Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la pérdida. Pero está la otra, la que escribe». Por otra parte, las alusiones al manto que la madre de Nicanor Parra tejió para proteger a este del frío, y que terminó protegiendo el propio ataúd del poeta chileno cuando murió en 2018 con 104 años, explican el título que Marcela Serrano ha escogido para esta colección de prosas del duelo que discurren serenamente en los meses que siguieron al adiós de su hermana. Unos meses que la autora pasó en el campo, y en medio de una premeditada soledad que le permitió ser ella misma en la tristeza, en la experiencia de un luto que no deseaba rehuir y en un esfuerzo de verbalizar el dolor que –según confiesa– se veía por primera vez libre del cuidado y la atención que imponen siempre los personajes de ficción para resultar coherentes y no incurrir en contradicciones, desajustes o deslices biográficos. Esa vivencia de ser ella misma, sin los aditamentos y los maquillajes que puede haber en el más veraz alter ego novelesco, le lleva a confesar en un momento su propia extrañeza ante el oficio literario: «Me cuesta creer que alguna vez escribí ficción. Hoy, convertida mi vida en realidad pura y cruda, ¿qué espacio habría para la verdad de las mentiras?».
A los ochenta y siete textos que dan cuerpo a un volumen de casi doscientas páginas, y que comparecen numerados, se añade un epílogo titulado 'La Rucia', que hace referencia a la compra de un caballo (otra de las aficiones que compartió con su hermana) así como al aparatoso accidente que sufrió cuando lo montaba y que retrasó el proyecto de publicación de este libro, al imponerle una convalecencia de las lesiones en sus manos. Ese apéndice responde a la voluntad de la autora de contar «la verdad y toda la verdad» en estas honestas y excelentes páginas, en las que la renuncia a la impostura literaria no impide, sin embargo, que vayan aflorando distintos y valiosos registros tonales, desde el narrativo al descriptivo, desde el evocativo al de la confidencia.