El mandato divino del descanso
'Gozo'. Azahara Alonso lucha en esta obra contra el complejo de la productividad, que limpia de culpa al ser humano que aspira a disfrutar de la vida en las pequeñas acciones: comer fruta, mirar el paisaje por la ventana, remolonear en la cama, pasear por una ciudad desconocida, sin tiempo, sin imposiciones. Una defensa del tiempo libre
El ser humano arrastra consigo trabajo, obligaciones, horarios atribulados que lo convierten en un esclavo del calendario, por eso Azahara Alonso ha escrito un libro ... sobre el descanso, sobre el tiempo libre despojado de la culpa. La autora se baja del tren en marcha. Observa cómo a su alrededor el mundo sigue su paso desbocado y ella encuentra en la intimidad de sus reflexiones un refugio en el que sobrevivir. Lo hace en Gozo, la segunda isla del archipiélago de Malta. En ella explora una vida que le fue ofrecida y que no buscó. En las trincheras de lo sabático se posiciona la autora para escribir un relato sereno, cargado de pensamiento, que recorre gran parte de la filosofía occidental y rompe el tabú de la productividad. Parar para poder vivir, a pesar de la vida.
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'Gozo', editado por Siruela, es un canto a la vida mediterránea, a los paseos sencillos de una cotidianidad que se llena de luz al ser recordada. La escritura de Azahara Alonso parte de un año en el que se detuvo su vida laboral y se fue a vivir a Malta. Reflexiona sobre el poder del año sabático y las connotaciones morales que supone desprenderse de las obligaciones laborales. Gozo no es un libro contra el trabajo, sino una obra que lucha contra el complejo de la productividad, que limpia de culpa al ser humano que aspira a disfrutar de la vida en las pequeñas acciones: comer fruta, mirar el paisaje por la ventana, remolonear en la cama, pasear por una ciudad desconocida, sin tiempo, sin imposiciones. Por eso el libro es una defensa del tiempo libre. Una victoria de la pausa y el placer.
Un doble viaje
La autora propone al lector un doble viaje. Por un lado, relata su estancia de un año en Gozo, pero no a la manera de una crónica de viajes. El ambiente de la isla pesa de una forma decisiva. Se describe a su gente, sus costumbres. La historia es marginal en la novela. Alonso recurre constantemente a la filosofía como tabla de salvación ante las dudas existenciales. Visitamos Malta pero salvo por algunos datos concretos, podríamos estar llegando al puerto de cualquier otra ciudad mediterránea. Se le da voz al viandante, a los que viven bajo la dictadura del sol, en la tierra árida. El libro recuerda los versos de Virgilio Piñera, en 'La isla en peso': «La maldita circunstancia del agua por todas partes me obliga a sentarme en la mesa del café». En este caso, el mar es la salvación, la distancia con el mundo de la obligaciones. La autora conecta con él solamente a través del recuerdo. Lo que fue depende de su memoria. En Gozo ha vuelto a nacer y renuncia a mancharse con los mandamientos del viejo mundo. Disfrutar, vivir, a la manera de Gil de Biedma, para que la vida no sea solamente un decorado.
Renuncia Azahara Alonso, por lo tanto, a ser Cicerón por las calles de Malta, y por eso 'Gozo' es un libro distinto. La geografía maltesa es el atrezo de sus vivencias, pero nunca la protagonista. En ella conviven las costumbres locales con el paradigma del descanso, pero también un turismo que amenaza con destruir la vida mediterránea. En este sentido, la autora se aleja de la penitencia de narrar la ciudad de las guías turísticas. El libro es un contrapeso de 'Gran Hotel Europa', de Leonard Pfeijffer. Ambos combaten la masificación de un turismo que pone en serio riesgo el hábitat de la isla, pero mientras el autor holandés aboga por describir cada detalle de esa fauna moderna, Azahara Alonso renuncia a mezclarse con lo incómodo e ignora las colas. El suyo es un libro hedonista y no hay cabida para lo mundano. Incluso Caravaggio queda fuera del relato, un dios menor que habitó la isla cuando apenas era un refugio de forajidos y caballeros.
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Y al séptimo día descansó
Este desligarse de la historia en pos de una intimidad personal hace que el libro esté cargado de sensualidad. La escritura de Azahara Alonso se distribuye en pequeños epígrafes donde cabe la memoria, la reflexión y la propuesta. Es un libro abierto, que invita al lector a postularse también como un experto de la vida mediterránea. No se entiende 'Gozo' sin la necesidad de huir de las obligaciones laborales. Por eso el libro adquiere altas cuotas de valentía: poner en blanco sobre negro las necesidades de una mujer joven, más allá del trabajo, en un tiempo en el que todo lo que no sea productividad es tachado de gandulería. Demuestra que el descanso es necesario, pero también bello. Que se puede extraer pensamiento del silencio, de la vida lenta y poco exigente.
El lenguaje se vuelve preciso, aunque las vivencias que narra fluyan con una especie de rastro onírico. La vida disipada que nos transmite le debe mucho a 'Los caballos de Tarquinia', la novela breve de Marguerite Duras en el que un grupo de amigos pasan el verano en la costa del Lazio. Mundo disipado, un beatus ille maltés es el que nos ha regalado Alonso. El mundo horaciano de la autora no se basa en la autocomplacencia ni en el paisaje idealizado. Ella es muy consciente de lo que vivió durante su año en Gozo. Su vida retirada se compone de un discurso sereno, sin complejos, que no teme caer en la cita recurrente, porque los filósofos que apuntalan el libro son sus verdaderos compañeros de viaje.
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'Gozo' es un libro valiente, difícil de catalogar en los géneros establecidos. Reflexión y descripción. Testimonio y memoria. Confesión, tal vez, de un año que llegó sin previo aviso. Un año y una isla. Y al séptimo día descansó. Estaba escrito y Azahara Alonso cumple el mandato divino.
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