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El escritor Félix J. Palma. mitxel atrio
Félix J. Palma y el género negro-gótico

Félix J. Palma y el género negro-gótico

En esta última novela del autor de la 'Trilogía victoriana', un escritor se enfrenta al secuestro de su hija a manos de uno de sus lectores, que reproduce la trama de uno de sus propios libros

IÑAKI EZKERRA

Lunes, 28 de enero 2019, 22:20

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Los crímenes pasionales o los cometidos por motivaciones económicas constituyen la versión más blanca de la novela negra. Los de los asesinos en serie ya son un amago de romper las costuras del género porque lindan con la literatura de terror. El placer del lector ya no reside en hacer cábalas sobre quién es el asesino sino en pasar miedo. Sería el caso de 'El silencio de los corderos' de Thomas Harris. El siguiente paso es la fusión directa del género negro con el gótico, que es la fórmula de 'El resplandor', en la que a la demencia asesina de los cuidadores del hotel maldito se añaden condimentos sobrenaturales. A Stephen King, que es el gran representante de ese híbrido al que podemos convenir en llamar 'género negro-gótico' no le interesa la intriga criminal, sino hacer que el lector las pase canutas. En su novela 'Mr. Mercedes', la gracia no está en saber quién es el psicópata, de lo cual nos enteramos enseguida, sino en aterrarnos con tres ingredientes: su caracterización, que es la de una mente inteligentísima y vesánica; la descripción del dolor que genera en sus víctimas y la acción narrativa que se basa en su persecución y da al argumento el consabido carácter de 'thriller'. La pesadilla es tan importante en King que en 'El juego de Gerald' prescinde del primer elemento, del malo diabólico, que apenas se esboza en una alucinación. Lo esencial es el infierno que vive una mujer esposada a una cama en una cabaña aislada cuando su amante muere de un 'viagrazo' en pleno trance erótico.

En esa tradición novelesca de torturar al lector mostrándole una trama que escenifica sus peores pesadillas se sitúa la última entrega novelesca de Félix J. Palma, que no por casualidad se abre con una cita de Stephen King referente a esa relación de todo ser humano con sus fantasmas y horrores íntimos. 'El abrazo del monstruo' tiene como protagonista a un escritor, Diego Arce, que, diez años atrás del momento en el que se sitúa la acción argumental, alcanzó un fulminante éxito con una novela, 'Sangre y ámbar', cuyo tema era el de un sádico cirujano que aterrorizó la Barcelona de principios del siglo XX secuestrando a niñas y obligando a sus padres a someterse a una serie humillante de pruebas que, de no ser superadas por estos, habrían de ser aplicadas a sus propias hijas. Ahora Diego Arce asiste con su esposa Laura a un congreso internacional de novelistas en el momento en que su propia hija, Ariadna, está siendo secuestrada por alguien que pretende reproducir el juego macabro que él desarrollaba en aquella exitosa novela.

Este es el nítido planteamiento argumental de 'El abrazo del monstruo'; una obra que, en efecto, obedece ortodoxamente a la receta 'negro-gótica' con todos sus ingredientes (el del malo malísimo y el del sufrimiento innombrable de sus víctimas) y que, por lo tanto, no renuncia ni a la intriga criminal ni al estiramiento de una situación dramáticamente insoportable ofreciéndole, así, al lector, un innegable festín de tensión que, por otra parte, aparece envuelto en el más deslavado y característico registro literario del 'best seller' y en un texto ajeno a cualquier verdadera voluntad de estilo, lo que hace innecesarias y excesivas sus 730 páginas. El mismo artificio por el que el perverso secuestrador es a la vez un enfermizo lector, y alguien que pretende llevar a la realidad los hechos que descubrió en una ficción escrita, es demasiado básico y rudimentario como para permitirnos hablar de un caso de 'novela dentro de la novela' que conllevara una verdadera reflexión metaliteraria.

Tampoco contribuyen a 'intelectualizar' el texto en gran medida las previsibles observaciones sobre la dificultad de la creación literaria o el falso desdén que muestra el héroe hacia el mundo de sus colegas, los congresos o los editores, encarnados en la figura de un tal Armand Tejada. Más bien esas alusiones evocan a las conversaciones escasamente convincentes que tienen maestro y alumno en 'La verdad sobre el caso Harry Quebert'. Como recuerdan demasiado las efectistas pruebas vejatorias que el secuestrador impone al protagonista (comer excrementos de perro, etc.) a la que, en el primer episodio de 'Black Mirror', imponía al primer ministro británico el secuestrador de la princesa Susannah y que consistía en fornicar con un cerdo ante millones de espectadores. La verdad es que el personaje de Félix J. Palma se queda corto demostrando al mundo hasta dónde es capaz de querer a su hija, al lado de aquel político de Charlie Brooker que debía demostrar hasta dónde llegaba el amor a su país.

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