Jesús Cánovas Martínez: «Lo que no entendemos con palabras es lo que da sentido a la vida»
Poeta y profesor de Filosofía, su décimo cuarto libro nos arrastra a reflexionar sobre el hombre y la trascendencia
La voz roqueña de Jesús Cánovas Martínez corta «este viento que pela», dice mientras se encoge de hombros en Cabo de Palos. Es el mar ... en diciembre igual de temeroso que el de agosto, pero ya no nos acordamos. «¡El mar está hecho una delicia!», admira este filólofo y poeta, nacido en Hellín. Hace unos días que ha puesto en manos de los lectores su décimo cuarto libro: 'Soy de tierra, también de cielo, y canto (Elemental tratado poético de oración)', editado en Diego Marín. Semejante título cabe en una portada, incluso holgadamente, enmarcando a la Virgen con el niño, obra anónima del siglo XV. Curiosamente al mar aún no le ha dedicado un libro específicamente, aunque poemas sueltos al mar sí que aparecen en varias de sus obras. En 'Fanal de la aventura' (2000) sí hay alguno, a modo de despedida.
–Una vida entrenando su capacidad literaria. Currículum extenso: cuentos, poemas, novelas, ensayos... ¿Y el teatro?
–¡Nunca he escrito nada de teatro! Aunque siempre he tenido la tentación. Quizás por falta de ambiente, podríamos decirlo. Pero poesía sí, muy impregnada de emoción, porque te permite expresarlo todo. Últimamente le estoy tomando más el gusto a la narrativa, porque la poesía está muy restringida a lo lírico y a lo épico, y si tocas un tema con ironía parece que la prosa podría ir mejor.
«A los que somos excesivamente racionales a veces nos cuesta más sentir una emoción superior»
–¿Dónde ejerció la docencia?
–Aprobé las oposiciones y me fui a Ronda. Aquello fue un regalo, qué maravilla, es preciosa. Todo el año me dediqué a conocer Andalucía. Un año en aquel enclave, con el ambiente de los siglos, con las ruinas árabes y las tradiciones. De ahí me vine a Águilas, donde estuve 17 años. Un poco sin destino, pero me quedé en Águilas por el mar. Y de ahí di el salto a Murcia, mi mujer es de Murcia... y acabé aquí mi carrera docente en el IES Juan Carlos I.
–Tiene 64 años. Ya prejubilado...
–Sí, porque a nosotros nos admiten esa posibilidad. Y la docencia la he disfrutado, pero el ambiente cada día está más enrarecido, de modo que fuera, y listo. Los enseñantes tenemos un espíritu muy niño, y maduramos tarde, porque es la única forma de entrar en contacto con los alumnos. Eso es al principio, pero cuando pasa el tiempo, la brecha entre ellos y nosotros se agranda, y llega un punto en que el alma, por muy niña que la tengas, ya no te ven como afín a ellos. La juventud actual tiene una perversidad que no tenía la de antes. No digo que todos lo sean, pero te encuentras con auténticos perversos que van a fastidiarte la clase. Es algo que ocurre, y no da gusto.
–Este es «un libro abarcador», dice Dionisia García, «donde advertimos una mirada al mundo, dentro de él está la naturaleza». Lo califica de «hermoso, pleno de luz y esperanza». Dice ahí usted que es «un don» sentirse vivo.
–(en ese momento recita el poema: «Esto es un don: el aire que respiro»). En el canto que da título al libro [con palabras introductorias de Joaquín Campillo, Fernando Colomer y Emilio Saura] hago mención a esa naturaleza que Dionisia recoge: «Todo canta y se pueblan de canciones / las praderas del cielo, los manteles/ de la Luna en las noches donde abrevan/ las altas cabritillas de los cielos». En este poema recojo un poco la idea del 'Hombre de Vitruvio' de Leonardo, saber que el hombre es el pilar del medio. Soy de tierra, pero también de cielo, y al tomar conciencia de lo importante que es esto doy gracias, y canto, y me admira la belleza, esa belleza del hombre como una totalidad que resume la naturaleza. Más allá del todo, porque todos los niveles del universo están en el hombre, y esa belleza tenemos que cantarla.
–¿Por qué siente la necesidad de establecer un diálogo con figuras espirituales? ¿Qué sentido tiene para usted la religión?
–Yo siempre me he definido como un hombre religioso, no es que yo sea de los buenos, que hay muchísimos. ¡Yo soy de los malos! Pero quizás por una excesiva racionalidad, me he ganado la vida dando clases de filosofía, y a los que somos excesivamente racionales a veces nos cuesta más sentir una emoción superior. En el fondo eso es la religión, algo que escapa a la racionalidad. Los medievales decían que primero hay que creer, y después razonas tu creencia. Y no hay otro orden. Dionisia García tiene un libro precioso, 'La apuesta', y cuando lo leí pensé en Pascal. Pascal no trata racionalmente de demostrar la existencia de Dios, porque racionalmente es imposible. Pero como es genial, apuesta. ¿Qué te conviene más?, pregunta. Conviene que exista porque si existe lo ganas todo; si no existe, lo pierdes todo, después de la muerte se acaba todo. Esa es la aproximación de Pascal. Hay que saltar a niveles suprerracionales, omnicomprensivos, holísticos... para comprender estas cosas. Pero la religiosidad sí llega por la emoción superior, hay algo que mueve.
Confinamiento
–Esta primera edición aparece en 2020, año complicado para este mundo. ¿De qué filósofos se ha acordado estos meses?
–Estoy en una etapa en la que procuro no leer a ningún filósofo, sinceramente. Siempre pienso que hay filósofos que, desde la razón, medianamente atisban ese mundo de la trascendencia, pero se quedan ahí. El Wittgenstein del 'Tractatus' es genial, cuando termina dice que en el límite del mundo está lo místico, lo estético, lo épico... pero eso propiamente no hay un lenguaje para describirlo. De modo que si no lo podemos describir, no está en el mundo, está fuera. Curiosamente, eso que no podemos entender con las palabras es lo que da sentido a la vida. Es la gran paradoja, lo que daría sentido a nuestra vida es lo que no podemos decir. Lo podemos mostrar. Yo estoy en eso, se puede mostrar. Quizás con un lenguaje no meramente racional o científico.
–¿Cómo nos va a afectar todo esto que estamos viviendo?
–El confinamiento nos va a afectar a todos. Es algo radical, novedoso, traumático, tiene connotaciones fortísimas a nivel social, mental, psicológicamente. Estoy escribiendo una serie de relatos cortos que tienen como fondo el Covid, y procuro utilizar la ironía y que el lector, al menos, se ría. Pienso en la condición humana. Algunos hemos sido privilegiados, pero al que le ha pillado solo, en una residencia... se han debido producir auténticos dramas. Esto nos va a mudar a todos. No sé si para bien, de eso también tengo dudas.
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