Cada día empieza de nuevo
Segunda novela, más complejay ambiciosa, de Paula Miñana
No es que lo hiciera mal. Ni mucho menos. Sencillamente, ella misma era consciente de que podía hacerlo aún mejor. Y que la creación literaria no son los cien metros lisos, sino una carrera de fondo, con muchos obstáculos en el camino, en la que la autocomplacencia es la señal más clara de que uno está muerto. Paula Miñana (Murcia, 1978) publicó hace poco más de un año, en esta misma editorial, su primera novela, 'Nosotros en singular se dice tú y yo', en la que, como tuve ocasión de dejar anotado en su día, ya apuntaba maneras y formas. Se le apreciaba al vuelo ese gen que todo buen narrador lleva inoculado en su organismo. Un relato, el de aquel entonces, deliberadamente ligero, con un sorprendente dominio del lenguaje de la calle y con el firme deseo de entretener, de hacer pasar al lector un rato estupendo, sin necesidad de bajar a los abismos de las complejidades estructurales y filosóficas. Su actitud, entonces, no pudo ser más clara y, sobre todo, más honrada. Se trataba de un primer intento para aprender, para apreciar la respuesta de un público que respondió muy positivamente, para esperar a nuevos tiempos con otro propósito.
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Y esos nuevos tiempos han llegado muy poco después con otra novela que posee lo mejor de la anterior –lo breve, lo leve, lo ligero, lo gracioso, lo vivaz... y esa manera de vivir la vida al ritmo de una determinada canción en la que la protagonista se ocupa de hacer el coro–, pero a la que se añaden nuevos retos. Para empezar, Paula Miñana, que sigue utilizando la primera persona, incorpora a un segundo narrador que sirve para ofrecernos un contraste de pareceres, un diferente punto de vista con el que hace dudar al lector con qué carta quedarse. La protagonista, Cristina Núñez de Ubieta, es descrita en estas entretenidas páginas como «una tía independiente, segura de sí misma, que necesita y exige su espacio y que no está dispuesta a que nadie se lo arrebate». Aun así, Cristina también nos descubre sus debilidades, su parte más vulnerable, que procura ocultar como puede. La aparición de Juan Serrano, un muchacho listo y bien parecido que sueña con ser escritor, le da más consistencia a la obra.
Paula Miñana demuestra una inusual madurez, sobre todo, a la hora de describir el ambiente. Pero aún hay más. Se aprecia una nueva vuelta de tuerca con la que Miñana quiere obsequiar al lector: su deseo claro de montar un fondo de pensamiento sobre asuntos tan variados y de actualidad como esa costumbre, propia de la juventud, de no pensar en el mañana.
«El truco –le explica Cristina a su amiga Estrella– está en no llegar a una meta, en no tener un final feliz. El truco está en que cada día empiece todo de nuevo».
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