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Cavilaciones urbanas

TRIFÓN ABAD

Jueves, 1 de enero 1970

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Los pasos son palabras. Las páginas son estaciones. Nos sumergimos en los textos para andar con los zapatos de otros, transitar por lugares que quizá nunca conoceremos y que descubrimos de la mano de personajes desconocidos con quienes poco a poco vamos conectando. Ellos nos guían, nos presentan su mundo, nos brindan la oportunidad de opinar en secreto sobre sus deudas pendientes al exhibir para nosotros sus cicatrices, a veces orgullosos y otras arrepentidos. Vagar cavilando entre palabras y encarnando las vidas de otros, es lo que nos propone 'Fantasmas de la ciudad', de Aitor Romero Ortega (Barcelona, 1985). El libro publicado por Candaya nos invita a pasear por ocho historias (relatos de extensión considerable en varios casos) caminando por las calles de diversas ciudades que adquieren un protagonismo relevante en los argumentos: Barcelona, Roma, Buenos Aires, Chambéry, México DF, Madrid... La obra de Romero permite la mixtura de la crónica de viaje (género que el autor domina con evidente claridad), el ensayo o la nouvelle, cediendo siempre al espacio urbano un protagonismo nuclear e intentando la Ciudad Condal absorber el protagonismo del conjunto, justificada por ser cuna cultural y vital del autor.

Encontraremos personajes perdidos entre las páginas de estos relatos, escritos con una voz narrativa sólida que denota influencias de Bolaño, Borges, Cortázar o Chejfec. Textos mostrados en varios casos como fragmentos de una actualidad flexible, capaz de rastrear en el recuerdo y la fábula popular para volver con un botín que le ayuda a conectar con el presente, vistiendo así a alguno de los textos con la apariencia de las crónicas periodísticas.

Huyen esos personajes y buscan su propia naturaleza en las calles de la experiencia. Algunos van dejándose llevar por la vida, dibujando su camino a menudo de manera improvisada, hacia adelante por inercia, queriendo desembocar en un encuentro definitivo que no siempre está llamado a aparecer. Esa cadencia vital se percibe en los trazos del autor, que deshila con sensibilidad y melancolía a sus personajes, ubicándolos como puede o como estos le dejan en pensiones plagadas de huellas ilustres, en lechos ajenos o en encuentros fugaces con otros seres tan perdidos como ellos, en la misma onda pero en distintas frecuencias.

Nos sorprenderemos vagando por las voces de los narradores, en un aeropuerto mientras esperamos un avión que parece no llegar nunca, persiguiendo las sombras de personajes como Trotsky o Pavese, conociendo a un hijo no reconocido de Kubala o buscando obsesivamente unos acordes de Dylan. Disfrutaremos del paseo si dejamos que la prosa, agradable y trabajada sin prisas, tire de nuestra mano.

Envidiaremos al tiempo esos paseos ajenos a las zonas más turísticas de las ciudades; anhelando la necesidad de huir sin rumbo que todos hemos sentido y que quizá ya no tiene hueco en nuestras vidas. Somos constructos de calles, recuerdos y puentes aéreos. Los relatos nos invitan a embarcarnos en esa fuga plagada de profundas meditaciones, en el distanciamiento interior que da voluntad al libro impregnándolo de una contagiosa nostalgia.

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