Asombro, ternura y horror
'La chica que vive al final del camino'. Esta obra de Koenig tiene suficientes elementos como para atraer la atención del lector: una casa antigua situada a las afueras del pueblo, rodeada de árboles podridos, silencio y penumbra; desapariciones de personas; un niño experto en trucos de magia; y una preadolescente, Rynn, que sopla las velas de su tarta de cumpleaños completamente sola.
Inés Belmonte Amorós
Sábado, 30 de septiembre 2023, 08:35
La editorial Impedimenta reedita un clásico de la literatura de terror: 'The Little Girl Who Lives Down the Lane', del guionista y escritor Laird Koenig ( ... Seattle, Washington 1927-California, 2023), y con traducción de Jon Bilbao. La novela ya fue traducida al castellano en el 74 (un año después de su publicación en Estados Unidos) bajo el título de 'La niña de las tinieblas', desde los sellos Pomaire y Círculo de Lectores. Impedimenta, sin embargo, ha apostado por una traducción más literal del título: 'La chica que vive al final del camino'.
Esta obra de Koenig tiene suficientes elementos como para atraer la atención del lector: una casa antigua situada a las afueras del pueblo, rodeada de árboles podridos, silencio y penumbra; desapariciones de personas; un niño experto en trucos de magia (Mario el Mago, homenaje del autor a Thomas Mann); y una preadolescente, Rynn, que sopla las velas de su tarta de cumpleaños completamente sola.
Pero quizás el ingrediente que aporta más intriga es aquel que precisamente se oculta. En este sentido, resulta interesante analizar 'La chica que vive al final del camino' desde el concepto freudiano de 'lo ominoso', comprendido como aquello extranjero dentro del sujeto; o, en otras palabras: lo que está afuera del sujeto, pero en su interior. Es aquí donde cobra relevancia el personaje del padre. Este, que se muestra como una figura ausente, despliega su presencia a través de Rynn y de la propia casa. En la historia, se le exige continuamente a la niña que haga bajar a su progenitor del despacho, ante lo cual Rynn siempre responde que está muy ocupado en su labor de traducción. Por una razón oculta, se convierte, a ojos del lector, en un elemento familiar que no debe o no puede salir a la luz, y, sin embargo, su latencia se palpa a través de diversos espacios y objetos de la casa (los poemarios del padre; los crujidos de una puerta abriéndose en la planta de arriba; una foto enmarcada...). Esto es: el lector espera continuamente una manifestación.
Nueva clase de miedo
Este personaje también opera desde el de la chica, pues las acciones, pensamientos y juicios de esta se encuentran muy condicionados por la educación paterna recibida. Dicha educación, no obstante, también nos pone en alerta, pues Rynn cuenta haber convivido en el pasado con artistas y escritores alcohólicos, o no haber ido nunca al colegio. El padre, en fin, es esa latencia extranjera, esa otredad, que se sitúa en el interior de la casa y de la propia niña.
El terror en la novela de Koenig, sin embargo, se extiende más allá de estos dos elementos, desplegándose también sobre el espacio exterior y público. Apenas Rynn sale de la casa, varios personajes masculinos le advierten de lo peligroso que es para una niña andar sola de noche, haciendo florecer en ella una nueva clase de miedo ('Hasta entonces, el camino nunca le había infundido terror'). Incluso termina sufriendo un duro acoso callejero. Ante tales experiencias, el personaje recuerda un verso de Emily Dickinson, su poeta favorita: 'No salgo de casa, salvo que la urgencia me lleve de la mano'.
De este modo, el mundo externo no supone un descanso frente a la densa atmósfera del hogar; todo lo contrario: la tensión se vuelve irresoluble.
Finalmente, la otra punta de lanza del terror que embadurna la novela, y uno de los grandes aciertos de esta, es la del personaje de Rynn. Lejos de los clichés del niño o adolescente diabólico de los setenta —encarnado en novelas y películas como 'El exorcista', 'La semilla del diablo' o 'Carrie', estrenadas y publicadas en la misma época que 'La chica que vive al final del camino'–,el demonio interno de Rynn se manifiesta a través de una excesiva racionalidad, no necesitada de mecanismos teatrales o expansivos. Verdaderamente, lo terrorífico en ella es que internaliza y acepta su pulsión diabólica con inteligencia y sosiego: no se asusta de sí misma, sino que aprueba y reconoce su reflejo en el cristal.
A nivel estructural, 'La chica que vive al final del camino' muestra un rico juego de contrastes reflejado en la tensión entre infancia y adultez; el mundo cosmopolita y libertario frente al rural, más cerrado y jerárquico; o el espacio íntimo, hogareño, frente al externo, y público, que constantemente intenta invadir al primero.
La prosa del estadounidense es limpia, sobria, aun sin renunciar a ciertos destellos de lirismo ('La noche, una presencia viva, se hallaba en perpetuo movimiento, cambiaba, suspiraba, respiraba'), y las escenas se presentan al lector como desde una cámara cinematográfica. La lectura se hace sin duda amable y sencilla.
La obra de Koenig, en fin, invita al lector a reflexionar sobre el trato de los adultos hacia los infantes, deteniéndose y mostrando cuestiones delicadas y escalofriantes como la sexualización de las niñas, el acoso, o ciertas conductas ambiguas que se sitúan entre el deseo de protección y el excesivo paternalismo. Es una novela que va calando lentamente, dejando un extraño poso, fruto de una mezcla de asombro, ternura y horror.
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