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Ardor guerrero

Ardor guerrero

Los perros terminan de devorar a los combatientes de ambos bandos

MANUEL CIFO

Lunes, 2 de octubre 2017, 09:58

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Tres escenarios -Madrid, Burgos y Málaga- y tres momentos históricos -2011, 1938 y 1945, respectivamente- configuran la estructura narrativa de esta magnífica novela, en la que el escritor malagueño mezcla elementos característicos de la novela negra con contenidos socio-políticos, para dar a la luz su novela más ambiciosa hasta ahora, con la que, como apunta en su nómina de agradecimientos, rinde homenaje a sus padres, Juan Madrid y Carmen Muñoz, dos republicanos que «lucharon por sus ideas contra el fascismo y padecieron en sus carnes la represión y el desprecio de los vencedores».

En Madrid, el periodista y escritor Juan Delforo Muñoz, acude a un chalet de El Viso a recoger de manos de un tal Guillermo Borsa el legado de Dimas Prado, antiguo comisario y falangista, que se había suicidado a comienzos de octubre de 2011, que había tenido relación con los padres de Juan y que, sin un motivo aparente, siempre se ocupó de protegerlo desde la sombra. De hecho, lo había conocido en 1976, cuando estaba detenido en la Dirección General de Seguridad, por su condición de militante antifascista y Dimas intercedió en su favor. Ese legado lo constituyen unas memorias que llegan hasta finales de 1946 y que tienen varios apéndices posteriores a esa fecha. Unas memorias que, en cierto modo, se convierten en uno de los pilares de la novela que tenemos entre manos. Además, no podemos perder de vista que Delforo es un trasunto literario del novelista Juan Madrid, como lo confirma el hecho de que la madre de Juan Delforo se llame igual que la de Juan Madrid, Carmen Muñoz, y que su padre muriera en 1970, el mismo año en que falleció el padre del novelista.

Los textos de Dimas Prado, que arrancan en Burgos, en julio de 1938, con datos alusivos a la contienda bélica y a su proceder en el ámbito político-militar, tienen un carácter incompleto, pues, según confiesa Borsa, faltan los datos referidos al episodio del Alto de los Leones -cuando Dimas fue herido en una pierna- y algunos otros relativos a su relación con la familia Delforo. Curiosamente, otra versión de la guerra, la republicana, aparece en un diario que Juan Delforo Farrel, el padre del periodista, comienza a escribir en el penal del Puerto de Santa María, donde ha sido recluido tras haberle sido conmutada la condena a muerte. Un extenso diario íntimo, que representa el otro gran pilar de la novela y en el que aparece el símbolo que da título a la misma: perros que se comen los cadáveres de los combatientes de ambos bandos y que no dejan de ladrar. Ahora, cuando ya la historia familiar ha visto la luz, los perros duermen tranquilos.

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