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Luis XIV retratado en 1701.
Las reales amistades peligrosas
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Las reales amistades peligrosas

'Una historia erótica de Versalles' desvela cómo Luis XIV convirtió lo que no era más que un pabellón de caza en un templo de la lujuria y el libertinaje

IRATXE BERNAL

Lunes, 6 de febrero 2017, 22:58

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Si un rey es grande se tiene que reflejar en todo cuanto hace. Y Luis XIV era el más grande. El rey Sol. Un monarca que construyó un imperio y un palacio, Versalles, que ha pasado a la Historia como símbolo del poder absoluto, pero también como una pequeña Sodoma. O así lo retratan al menos Michel Vergé-Franceschi y Anna Moretti, quienes recorren la historia más o menos privada del palacio y sus moradores en 'Una historia erótica de Versalles' (Ed. Siruela) con traducción de Mercedes Corral. El libro hace un recorrido por la vida sentimental de los tres reyes que habitaron el palacio -Luis XIV, Luis XV y Luis XVI- relatando las andanzas de seductores seducidos que bien podría haber colado Pierre Choderlos De Laclos en su 'Las amistades peligrosas'.

Versalles es sobre todo el reflejo de Luis XIV. De su poderío. Pero, en un principio, no era más que un pabellón de caza en medio de unos terrenos cenagosos a unos veinte kilómetros de París. Un escondite perfecto para los escarceos extramatrimoniales de un joven mujeriego casado por razones de Estado y peligrosamente encaprichado de la mujer de su hermano. Como este, Felipe de Orleans, era abiertamente homosexual, su esposa estaba encantada con las atenciones de su todopoderoso cuñado. Luis y Enriqueta, convencidos de que el peso del matrimonio es mucho más liviano si se lleva entre tres, pasean, juegan, cuchichean... Y dan que hablar. Demasiado para el gusto de la reina madre, Ana de Austria, que no quiere escándalos en el Louvre, que entonces era el palacio real. Que el rey tenga amantes es una prueba de virilidad. Pero que la querida sea su cuñada...

En 1661, entre todos deciden buscar una tapadera, una amante 'de paja' con la que hacer creer a una corte ansiosa de chismes que si el rey frecuenta tanto a Enriqueta es porque trata de conquistar a una de sus damas de compañía. La escogida es la joven y casta Louise Françoise de La Baume, de 17 años, que cumple tan bien el papel que Luis XIV olvida la comedieta. El sol deslumbrado. El cazador que, como el vizconde Valmont, se entrampa solo intentando cobrar una pieza mayor. Cinco hijos en nueve años de relación demuestran a la corte que el rey no estaba interesado en Enriqueta.

Fiestas de seis días

El lugar elegido para sus encuentros es el viejo pabellón de caza de Luis XIII, que de picadero ocasional pasa a residencia extraoficial del rey, con las consecuentes reformas y ampliaciones. En un principio, con estas obras solo pretende crear un espacio de disfrute, el escenario perfecto para las famosas fiestas de 'Los placeres de la isla encantada', que duraban de entre tres y seis días. A la primera, en 1664, asistieron cerca de 600 cortesanos para divertirse con todo tipo de juegos, bailes al son de las composiciones de Jean-Baptiste Lully, representaciones de las obras de Molière -que estrena allí 'El Tartufo'- y, cómo no, escarceos amorosos. Como en Las Vegas; lo que pasa en Versalles se queda en Versalles. Cómo reconocer tal libertinaje en unas fiestas oficialmente dedicadas a la madre y la esposa del monarca.

Lo que sí trasciende es la predilección de Luis por Louise, la recién nombrada duquesa de La Vallière, que de hecho es quien vive en Versalles. Y aunque el monarca tiene sus aventurillas, siempre vuelve a ella. Pero la favorita tiene un poco de Madame de Tourvel. No se deja pervertir. Es muy religiosa y, junto a los celos, la consumen los remordimientos. Visita a sus confesores en cuanto el rey abandona su cama y estos no dudan en convencerla de que la temprana muerte de tres de sus hijos es castigo divino. La pobre se va consumiendo y al rey se le va pasando la edad de los amores lánguidos y románticos.

Sobre todo, teniendo tentadoras alternativas. Ahí entra en escena la marquesa de Montespan, que bien podía haberse apellidado De Merteuil. Descarada, inteligente, ingeniosa, bella y experta, Françoise 'Athénaïs' de Rochechouart había formado parte de aquel comité de expertos que escogió a Louise como tapadera. Entonces ella no quiso ni postularse. Prefería casarse. Pero ahora, con 26 años, sus ambiciones son otras. Le basta un guiño para seducir al rey, que envía al exilio al poco conforme esposo de la marquesa.

El peso del matrimonio es mucho más liviano si se lleva entre tres. O más. Luis XIV no tiene ningún reparo en dejarse ver con ambas favoritas a la vez. Incluso ordena que su apartamento en Versalles comunique con las habitaciones de una y otra. Esas relaciones (y las venideras) conformarán un enjambre de pasillos y pasadizos que es hoy el palacio, que poco a poco va ganando terreno física y metafóricamente. El rey ya pasa allí más tiempo que en París y finamente decide trasladar allí la corte. Así, también tendrá cerca la cama de la resignada reina; seis herederos dan prueba de que nunca desatendió las obligaciones reales.

Craso error

En 1670 La Valliére se retira a un convento y la marquesa de Montespan pasa a ser la favorita única hasta 1679. Única hasta donde el apetito insaciable del rey lo permite. Para ella construye el exótico Trianon de Porcelana (derruido en 1687) en un complejo palaciego que sigue creciendo. Juntos tienen ocho hijos, que entregan para su cuidado a Françoise d'Aubigné. Craso error, marquesa. Los años, y los sucesivos partos, no perdonan. Aquellos pechos «para hacer pecar a un santo» van perdiendo atractivo mientras al rey se le va pasando la fiebre, la lujuria desmedida, y empieza a sentirse atraído por la maternal d'Aubigne.

Ella, viuda desde hacía años, es quien finalmente cobra la pieza. En 1683, cuando María Teresa de Austria fallece, Luis XIV contrae matrimonio morganático con la ya marquesa de Maintenon. No tuvieron hijos, pero más de treinta años de vida en común borraron la sonrisa maliciosa de quienes la rebautizaron como 'madame' Maintenant (señora ahora) sin entender por qué, pese a seguir coleccionando amantes, el monarca siempre volvía a la cama de aquella mujer sin el atractivo, ingenio ni descaro de otras.

En 1715 el rey Sol fallece y su hijo Luis XV ocupa en el trono, definitivamente ya colocado en Versalles. El sucesor no puede igualar al padre en grandeza, así que le supera en amantes. El palacio está ya consagrado como un templo de la lujuria y el libertinaje y como tal, como símbolo del desenfreno, lo hereda Luis XVI. Él, que no lleva la vida licenciosa de sus antecesores, que ni siquiera es capaz de cumplir con su esposa, María Antonieta, será quien vea caer las puertas de la pequeña Sodoma en 1789.

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