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Tras la toma del palacio. Primera reunión del Sóviet de Petrogrado.
Una idea que recorre un siglo

Una idea que recorre un siglo

En algunos países, el comunismo se mantuvo por la fuerza y en otros hubo líderes del partido que creyeron a pies juntillas la propaganda de la URSS y vitorearon la tiranía estalinista

FERNANDO GARCÍA CORTAZAR

Lunes, 6 de noviembre 2017, 10:31

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La Revolución rusa es, por antonomasia, la revolución del siglo XX. A partir de 1917, la URSS pondrá su nombre y varios de sus apellidos a un mundo en cuya desolada mirada se muestra la angustia de quien espera y teme. Pero si la Revolución de los sóviets es una de las partes nutricias de la Historia contemporánea y sin ella el siglo pasado se reduciría a menos de la mitad, también se puede afirmar que aquella no hubiera sido posible sin la personalidad de Lenin. Al padre de todas las revoluciones se debe el nacimiento del Partido Comunista y la formación de la estructura de la Unión Soviética, un Estado totalitario con hondas raíces de despotismo asiático y sin los contrapesos que la Teoría Política había impuesto en Europa occidental y Norteamérica. Ocupado el trono de los zares, el terror rojo allanaría el camino, cumpliendo los cálculos de Lenin para el que la violencia acompañaría forzosamente el hundimiento del capitalismo y el parto de la sociedad comunista. Con idéntica indecencia pero con más poesía lo dijo Louis Aragon. «Los ojos azules de la Revolución brillan con una crueldad necesaria».

No fue producto de la casualidad que en el monumento dedicado a sus precursores, los bolcheviques reservaran un lugar privilegiado a Marx, sí, pero también a otros grandes creadores de utopías como Tomás Moro o Campanella. Al contrario de estos, Lenin se despidió del mundo en 1924 sabiendo que su anhelo de una sociedad nueva iba a ser revelado a la Humanidad con una lucidez despiadada y cruel y que la avalancha hacia la utopía terminaría convirtiéndose para millones de personas en una horrible pesadilla. Pidió que su cadáver no fuera mostrado en público y que Stalin no fuera su heredero político. Ambas peticiones cayeron en saco roto.

  • Noviembre de 1917

  • Asalto al Palacio de Invierno El 22 de octubre, el Sóviet de Petrogrado había creado el Comité Militar Revolucionario para preparar el arresto del Gobierno provisional y la toma de los puntos estratégicos de la ciudad, como estaciones, puentes, estafetas de correos y telégrafos o el banco central. El 7 de noviembre, con el apoyo mayoritario de los regimientos de Petrogrado al levantamiento, sin apenas resistencia ni épica, los revolucionarios bolcheviques toman el Palacio de Invierno, sede gubernamental.

  • El golpe dentro del golpe Durante la insurrección, el Congreso Panruso de los Sóviets aprueba la propuesta menchevique para proclamar un Gobierno con representantes de todos los partidos del Sóviet de Petrogrado. Sin embargo, al saber que hay social-revolucionarios y mencheviques sitiados en el Palacio de Invierno, los representantes de estos últimos protestan abandonando el congreso. Lenin aprovecha su ausencia para proponer la creación de un Gobierno bolchevique pese a que de los 670 delegados electos inicialmente presentes solo 300 son suyos.

  • Construcción del orden socialista Tras hacerse con el poder, Lenin anuncia conversaciones diplomáticas para abandonar la guerra y promulga el Decreto sobre la Tierra, por el que las grandes propiedades son abolidas sin indemnización y los campos de cultivo quedan bajo control de los sóviets.

  • Nuevo Gobierno Inmediatamente, los bolcheviques crean el Consejo de Comisarios del Pueblo (o Sovnar- kom), que ordena la nacionalización de los bancos y el control obrero sobre la producción, y determina el derecho a la autoderminación de todos los pueblos de Rusia.

  • Levantamiento Kérenski-Krasnov Kérenski, huido a la sede del mando del frente norte en Pskov, consigue que el general Krasnov ordene a 700 cosacos marchar sobre Petrogrado, donde son derrotados. Kérenski huye del país y Krasnov es detenido, aunque después será puesto en libertad.

  • La paz de Brest-Litovsk El 15 de diciembre, Alemania y Rusia firman el armisticio e inician las negociaciones de paz. Las exigencias alemanas enfrentan a los bolcheviques que quieren la paz a cualquier precio (Lenin) con los que no aceptan cambios territoriales (Trotski). Gana la inmediatez de Lenin y en marzo de 1918 Rusia asume el pago de 6.000 millones de marcos como indemnización de guerra y cede el territorio donde vive casi un tercio de su población, un tercio de sus tierras cultivadas y el 75% de sus zonas industriales. Letonia, Estonia, Ucrania y Finlandia pasan a ser independientes.

Desde el Kremlin, Stalin impuso su modo de gobernar, el estalinismo, una forma de actuar sin miramientos, en la que la ideología se pone al servicio de la conquista y conservación del puro poder. Una gestión personal, un ensañamiento terrible en la persecución de sus enemigos o una práctica política despiadada, aunque siempre llevada a cabo en nombre del socialismo y contra la explotación capitalista fueron ingredientes formales del estalinismo.

Los retoños del régimen crecieron pensando que Trotski o Pasternak eran traidores

El sol brilla por Stalin

La asociación de estalinismo y terror con purgas, persecuciones y degeneración del marxismo se produce desde los años treinta mientras Stalin obligaba a los desgraciados cronistas de su despotismo a una reescritura continua de la Historia para escapar del pelotón de fusilamiento o de los campos de muerte del Gulag. Los nombres y retratos de los héroes de antaño se disolvieron en el inmenso océano de la 'Enciclopedia rusa' y los retoños del régimen crecieron pensando que Trotski o Pasternak eran traidores al servicio de las potencias enemigas.

Mediante un mecanismo moral y psicológico aún no bien descrito, los líderes comunistas europeos no solo aceptaron las mentiras del paraíso estalinista sino que participaron en su creación y difusión. Un espectáculo tristísimo fue el de innumerables intelectuales que viviendo a resguardo del terror vitorearon a una de las más crueles tiranías de todos los tiempos. ¿No escribió Alberti que sin Stalin ni siquiera el sol podía brillar como brillaba?

La revolución posible de un solo país, iniciada por Lenin y Troski, fue ampliada por Stalin a todos los países al otro lado del telón de acero, tras la derrota del fascismo europeo. En su testamento histórico, el líder del Kremlin dejaba a sus sucesores una generación de soviéticos sacrificados, las mejores cifras productivas, una situación internacional privilegiada y un pueblo temeroso, acostumbrado a esperar en largas filas los dividendos de la Revolución .

La cruda realidad

Los soviéticos se habían hecho a la idea de que Stalin pensara por ellos y a su muerte, en 1953, se sentían perdidos. De ahí que en pleno desconcierto popular por la desaparición del 'padre de los pueblos' nadie pareciera en condiciones de asumir el riesgo de una sucesión individual. La troika de políticos que se puso al frente de la URSS, sin embargo, dejó en 1955 el campo libre al vehemente Nikita Jrushchov, cuya memorable intervención en el XX Congreso del Partido Comunista pretendió limpiar el horror de su país clamando contra Stalin y acusándolo de neurótico déspota, inepto y traidor.

Jrushchov comenzó la desestalinización y algunos países del telón de acero pensaron ingenuamente que llegaba la hora de los socialismos nacionales. Los polacos y los húngaros lo creyeron de inmediato. El 23 de octubre de 1956 pudo haber cambiado la historia de Hungría y durante una semana pareció que el país había alcanzado su independencia de Moscú. El desafío fue excesivo para los soviéticos, que tomaron Budapest con más de dos mil tanques, después de brutales escaramuzas y del silencio de la ONU a la dramática petición de ayuda hecha por el jefe del Gobierno húngaro -y héroe popular- Nagy, ante tanta sangre.

Una nueva era empezaba para Cuba en 1959 con el triunfo de las tropas guerrilleras de Fidel Castro y Che Guevara que, tomado el poder, miran a la URSS. Por el contrario, un grave problema se le echaba encima a EE UU, incapaz de evitar el deslizamiento prosoviético de la isla. Castro consiguió articular una devastadora dictadura comunista que todavía sigue pisoteando las libertades más elementales de los cubanos con la cínica y vergonzosa complicidad de algunos gobiernos democráticos.

La URSS, con su degeneración en burocratismo o capitalismo de Estado, era desde los años setenta una gerontocracia funcionarial sin nada que ofrecer a los corazones revolucionarios que ya para entonces se habían fijado en China, donde Mao había proclamado el mayor Estado comunista de la historia. Otra revolución en un medio subdesarrollado, con el campesino como protagonista, empeñada en contradecir a Marx. Así y todo la izquierda del mundo creyó haber encontrado en el maoísmo el credo que estaban necesitando tanto las desnutridas vanguardias revolucionarias europeas como los nuevos países nacidos de la descolonización. Y el 'Libro Rojo' de Mao -antología de citas extractadas a modo de consignas para uso del campesino-soldado de la revolución- inundó las librerías occidentales y las manos orientales.

Como un castillo de naipes, de acero y hierro, la quimera del imperio comunista comienza a desmoronarse vertiginosamente en la URSS de Gorbachov ante la mirada atónita de todo el planeta. Decenas de miles de alemanes atravesaron la noche del 9 de noviembre de 1989 la puerta de la Historia, aquel muro de Berlín prohibido, símbolo del horror y la vergüenza del siglo XX. Nadie se lo impidió. Fue el punto de partida de la derrota de Lenin en el este de Europa que para algunos era la libertad, para otros la utopía y para los más impacientes el fin de la Historia.

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