Españoles exiliados en México
Toda la capital del país azteca es un cementerio de una España que pudo ser. Las cenizas de la Edad de Plata que marchó al exilio para sobrevivir a la muerte
La plaza Río de Janeiro es el corazón de la colonia Roma, en Ciudad de México. Un parque tropical en medio de la metrópolis que en los años cuarenta sirvió de embajada sentimental para un país de derrotados. En la conocida como Casa de las Brujas, Manuel Altolaguirre brindó con champán cuando Francia fue liberada, creyendo que los Aliados no se detendrían en los Pirineos. Pero Franco ató a tiempo la historia. Frente a la estatua del David acudían cientos de españoles a tomar café, mientras los años se sucedían y los apátridas se volvían mexicanos. Era una sucursal de la melancolía. Un lugar al que asistir cuando más dolía la patria.
La geografía del exilio español en México se va llenando de ciudades y fechas. La primera es el Puerto de Veracruz. El 13 de junio de 1939, 1.599 pasajeros desembarcan del Sinaia. Son un reflejo distorsionado de un país triste, desangrado en las trincheras. Exhaustos de tanta muerte, comparten la incertidumbre de la derrota. Sí tienen, al menos, una certeza: que su país no los quiere, que su tierra será la distancia. España se había convertido en «una larga espera a fuerza de recuerdos», como escribiría Cernuda, años después, cuando ya el exilio se había pegado tanto a su cuerpo que no podía escribir de otra cosa.
El buque Sinaia respondía a una llamada de auxilio de los últimos republicanos españoles, amparados por Lázaro Cárdenas, presidente de México, que no dudó en abrir las puertas de su país para todos aquellos perdedores. Dos años antes, el Comité de Ayuda al Pueblo Español había organizado el traslado de 456 menores para alejarlos de la guerra. Fueron los niños de Morelos. México sería para siempre su patria, mientras España se vaciaba.
Por Veracruz entraron los restos del naufragio de la Edad de Plata española. México llamó a aquellos a los que no los cubría la tierra, como a Lorca o a Machado, los que se habían rebelado contra ese país de un millón de cadáveres, parafraseando a Dámaso Alonso. A todos ellos les buscó un lugar en la cúspide de su arte. El país hispanoamericano recogió los últimos vestigios de esa clase intelectual que había elevado tanto la cultura durante el primer tercio del siglo XX. México ofreció cobijo a las élites artísticas españolas. La Universidad, la UNAM, captó a centenares de docentes que se habían quedado sin cátedra. Los escritores encontraron nuevas editoriales, como el Fondo de Cultura Económica, para que sus voces se multiplicasen en las librerías. La Casa de España, actual Colegio de México, fue un refugio contra la soledad, un simulacro patrio para conjugar el exilio. En el café Villarías, humo y niebla, se lamían las heridas los artistas por la distancia insalvable de la tierra.
Gaya en el bosque de Chapultepec
Caminos que se van cruzando. Hasta el café Villarías acudía muy de vez en cuando Ramón Gaya. Taciturno, en su procesión de exiliado hasta los posos del café, no podía olvidar lo que había quedado en España: un recuerdo amargo, más que las tertulias donde hablaban de un país en tinieblas. Atravesó los Pirineos a pie junto a los despojos de la República, en los últimos días de la guerra. En ese tiempo murió su mujer, en un bombardeo en Figueras, en plena huida. Francia fue un campo de concentración, la espera para la partida. Semanas después se asomó a contemplar el puerto de Veracruz desde el Sinaia. A su lado, un pueblo en marcha. Arribó junto a los colaboradores de 'Hora de España', la revista que cruzó el charco para morir.
Ramón Gaya vivió en México hasta 1952 y nunca tuvo un estudio fijo donde pintar. Lo hizo en los mismos hoteles donde se refugiaba en soledad. En la casas de los amigos, que le ofrecían durante un tiempo cobijo. En los apartamentos en los que fue conociendo la Ciudad de México como una muestra de pintura posible. También en los parques, donde se reencontraba con los paisajes que siempre había querido pintar. Gaya montaba el caballete en el bosque de Chapultepec y en la tela blanca aparecían los verdes intensos. Escalaban hasta su paleta unos tonos que su anhelada España nunca le había podido dar. Chapultepec, el bosque sagrado para los mexicas, el baño de Moctezuma, la guarida de los saltamontes, reunía todo lo que necesitaba para expresar su melancolía en el lienzo.
Gaya encontró la medida exacta del dolor por España a través de la acuarela y el gouache. En la pintura reflejaba un dolor íntimo, un recuerdo sublime. Pinta no solo paisajes, sino también la esencia del recuerdo. Un libro con el rostro de una menina, en homenaje a Velázquez. La Villa Medici del pintor sevillano. Las dos muchachas asomadas a una ventana que plasmó Murillo. La quietud mística de Santa Teresa. Todos los caminos llevan al Prado en la pintura del murciano, que durante su estancia mexicana realizará dos exposiciones, en el 43 y en el 51, esta última en el Ateneo.
En la Alameda Central conversa con Octavio Paz. Lo conoció en el Congreso Antifascista de Valencia, en el 37. Colaboran en la revista 'Taller'. Gaya mantiene un encendido debate con Diego Rivera sobre Guadalupe Posada, el grabadista que plasmó la Catrina en la identidad mexicana. Un Goya chilango, lo quiso elevar Rivera, algo que Gaya rechaza con uñas y dientes. Rivera, en la plenitud de su poder, desprendiendo odio por lo español, se encargará de desprestigiar al autor murciano durante su estancia. En 1951, sin embargo, consigue la nacionalidad mexicana. Él sigue doliéndose de España. En 1952 se marcha a Roma. Volverá a México, pero de forma ocasional. Nunca olvidará la visión del Popocatepel desde Cuernavaca. Los colores místicos del bosque de Chapultepec cuando arreciaba la lluvia.
Un cineasta camina por la calle Homero
Polanco es un barrio de ricos en el extremo norte de la guarida de los saltamontes. Un París sin franceses, de grandes avenidas y aristócratas con pistola en el cincho. Hasta allí caminaba Luis Buñuel, el más mexicano de todos los exiliados españoles. Lleva casi quince años en México. Fue en una de sus correrías nocturnas cuando descubrió esa casa aislada que había pertenecido a un matón de la Revolución. Por aquel entonces no había rascacielos ni oficinas que desvirtuasen el aspecto señorial del barrio. Un palacete con un seto, grandes pinos y una planta que recordaba al Aquileón de Corfú. Se quedó hipnotizado. Era el lugar donde siempre había querido rodar. Su cine como un espacio cerrado. Su vida como un país en el que no se puede entrar ni salir. Le bastaba una habitación para crear su universo. Entre España y México, la cámara sería su patria. Apuntó la dirección: avenida Rocafuerte 1109. Hoy calle Homero. Era 1961 y acababa de nacer El ángel exterminador.
Buñuel llegó también arrastrando una derrota. No vivió la guerra, pero sí sufrió sus consecuencias. Escapó de Francia ante el avance nazi y le invitaron a salir de Estados Unidos por sus ideas comunistas. México nunca fue una opción, pero sí la tabla a la que agarrarse. Su cine miró a la región más transparente del aire desde 1946. Hizo suya la geografía humana de una urbe necesitada de contadores de historias. Lo logró Buñuel a través de su cámara y le puso el nombre de Los olvidados.
La película es un retrato neorrealista de la ciudad de México. A través de la luz convoca el director aragonés la miseria, el hambre, adolescentes conquistando una ciudad expulsada del paraíso. Niños sin dueños, como tantos compatriotas cruzando la frontera en el 39. El film captó la esencia de una mayoría silenciosa, una multitud empobrecida y Cannes le respondió con el premio a la mejor dirección en 1951.
El talento hizo de Buñuel un mito viviente. El gobierno de México le concedió la nacionalidad. Su casa de la calle Cerrada de Félix Cuevas 27, cerca de Coyoacán, se convirtió en el destino de una peregrinación cultural. Un hogar mitológico donde pasar más de treinta años. Hasta su muerte. Una Residencia de Estudiantes en plena Colonia del Valle, de ladrillos rojos. Allí, Buñuel dejó de ser un refugiado para convertirse en el mejor director mexicano de todos los tiempos. Rodó 21 de sus 31 películas. Contó la historia de su nueva patria sin olvidar las heridas de la antigua. Pudo volver a España y lo hizo, pero decidió morir en México. Una escapatoria a la que terminó llamando hogar.
Cernuda en la fuente de los coyotes
Coyoacán es un pueblo colonial dentro de Ciudad de México. En sus calles Diego Rivera se fijaba en los niños harapientos para completar sus murales, Frida Kahlo acariciaba sus gatos sin pelo y Trotsky ensayaba su paseo militar antes de que Ramón Mercader lo encerrase para siempre en la tumba de su jardín, en la calle Viena, con un piolet en la cabeza. Las avenidas de Coyoacán estaban abiertas a la intelectualidad, sin renunciar a un ambiente local que lo convertía en un lugar pintoresco. En el centro del zócalo, frente a la Iglesia de San Juan Bautista, unos coyotes de piedra reciben al visitante. Un Cernuda cansado, harto de huir, se sentaba por las tardes a observar los juegos de agua de la fuente. Aquel resultaba su cuarto destino de un exilio eterno.
Cernuda era, junto a Alberti, el símbolo de una generación destruida durante la guerra. Llegó a México en 1952, tras haber pasado por Inglaterra, Escocia y Estados Unidos. Si uno lee su poesía de aquel tiempo piensa que se había convertido en un alma errante. La muerte y la lejanía de España no salen de sus poemas. Lo acoge Concha Méndez en su casa de Coyoacán, en el número once de la calle de Tres Cruces, ya divorciada de Altolaguirre. Hoy, en su fachada roja, nada recuerda que Cernuda vivió y murió allí, que paseó bajo los ahuehuetes que pueblan y dan sombra a las tardes de Coyoacán.
El poeta sevillano llegó a un país que todavía no había olvidado la guerra. En los once años que duró su estancia mexicana, Cernuda colaboró mano a mano con Paz, fue contratado en la UNAM y en el Colegio de México, compartió su soledad con Altolaguirre, con María Zambrano, y paseó su amor desacomplejado por las plazas soleadas. Durante su última etapa conocerá a Salvador Alighieri, un muchacho con la piel tostada por el que el poeta se enamorará perdidamente. De su amor nacerá «Poemas para un cuerpo», el último ascenso que Cernuda practicó al paraíso del amor, justo antes de morir. Fue en Desolación de la quimera, su último poemario. En su despedida, sus versos finales elogian la juventud perdida, como un país entre la niebla. «¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen de ellos?» Está enterrado en el Panteón Jardín, cerca de la UNAM. Toda la Ciudad de México es un cementerio de una España que pudo ser. Las cenizas de aquella Edad de Plata que marchó al exilio para sobrevivir a la muerte.
Cronología del exilio español en México
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1936. Estalla la Guerra Civil en España y Lázaro Cárdenas, Presidente de México, envía dos barcos con armas para apoyar a la República.
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1937. Congreso Internacional Antifascista de Valencia. Acude, entre otros escritores mexicanos, Octavio Paz.
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- Numerosos mexicanos se alistan a las Brigadas Internacionales, entre ellos el muralista Siqueiros.
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- 456 niños refugiados llegan a Morelia en el barco Mexique
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1938. Se crea la Casa de España en México para dar cabida a los primeros intelectuales que llegan al país.
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- José Gaos llega a México, uno de los primeros intelectuales en ser acogido.
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1939. Tres expediciones masivas de refugiados llegan desde Francia a México, en los buques Sinaia, Ipanema y Mexique.
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- Final de la Guerra Civil. Victoria de Franco. México no reconoce la España franquista. Gobierno de la República en el exilio, con sede en Ciudad de México.
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- Miles de intelectuales españoles, entre los que se encuentran José Bergamín, María Zambrano, León Felipe, Joaquín Xirau, Emilio Prados y Pedro Garfias llegan a México
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- María Zambrano pronuncia tres conferencias en el Palacio de Bellas Artes sobre pensamiento y poesía en la vida española.
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- Ramón J. Sender crea en México la editorial Quetzal.
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1940. Lázaro Cárdenas refunda la Casa de España, que pasa a llamarse El Colegio de México.
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- Se funda el Colegio de Madrid, para alumnos españoles exiliados.
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1941. El castillo de Reynarde, en Marsella, sirve como centro de acogida para los españoles que viajen a México, ante el avance nazi en el país galo.
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1942. Tras ser capturado en Francia, Max Aub consigue huir a México desde Casablanca.
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- Leoncio Villaría llega a México y funda el café Villarías, en la calle López, refugio de españoles.
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1943. Primera exposición de Ramón Gaya en México
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1946. Se traslada el Gobierno de la República en el exilio a París.
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1947. Manuel Altolaguirre comienza a colaborar en guiones para películas mexicanas
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1951. Luis Buñuel gana el premio al mejor director en Cannes por Los olvidados.
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- Segunda exposición de Ramón Gaya. Esta vez en el Ateneo.
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1962. Se publica La desolación de la quimera, de Cernuda
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- Se estrena El ángel exterminador, de Buñuel
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1963. Muere Cernuda y es enterrado en el Panteón Jardín.
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1974. Los españoles en México ofrecen un monumento conmemorativo a Lázaro Cárdenas en el Parque España de Ciudad de México.
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1975. Muere el dictador Franco.
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1977. Se retoman las relaciones diplomáticas entre México y España
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1983. Se inaugura un monumento a Lázaro Cárdenas en Madrid
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- Muere Luis Buñuel y es enterrado en Ciudad de México
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