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'Homenaje a Murillo y Cernuda'.
Gaya y Murillo, frente a frente

Gaya y Murillo, frente a frente

PEDRO SOLER

Lunes, 16 de octubre 2017, 12:03

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Cualquier lector del texto de Ramón Gaya, incluido en el catálogo de la exposición, que presenta el museo con el nombre del pintor murciano, en homenaje a Murillo, puede quedar desconcertado ante las presuntas contradicciones entre lo que el texto afirma y cuanto los cuadros, también originales de Ramón Gaya, reflejan. Cierto que, según los datos aportados, no debieron trascurrir muchos años, para que nos descubriera cuánta sería su veneración hacia la pintura de Murillo, pese a que lo define como «un hombre cualquiera. Y a un hombre cualquiera se le puede pedir que entregue su corazón, pero del alma nada sabe». Se trata de un Ramón joven y más impulsivo -el impulso nunca lo perdió-, destacadamente admirador, sobre todo, de la obra de Velázquez.

La exposición que el Museo Gaya presenta, para conmemorar el cuarto centenario del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo, consta de óleos, gouaches y dibujos realizados por Ramón Gaya a lo largo de una amplia trayectoria artística, en la que parece que Murillo se convierte para él en un admirado autor, sobre cuya pintura se recrea, porque no se trata solo de rendirle homenajes, sino de multiplicar esfuerzos e intereses, por conseguir versiones muy dispares sobre una determinada obra, como por ejemplo 'La durmiente'.

La exposición ofrece un síntoma evocador, pero habría que añadir que, más que sobre la vida y la obra del pintor sevillano, sobre la propia pintura de Ramón Gaya en la que, dentro del conjunto de piezas expuestas, concurre una variedad que evidencia la maestría gayesca a la hora de trazar cada uno de los contenidos.

Si se trata de explorar los dibujos, hay que referirse al barrido que Gaya sabía aplicarles, para que quedaran esponjosamente sueltos, como de líneas intocables y determinantes. Puede tratarse de bocetos que el pintor también gustaba de plantearse antes de enfrentarse a la obra que, definitivamente, saldría de sus pinceles; pero, por encima de estas consideraciones, se impone el hecho de que cada dibujo ya aparece conformado como una pieza auténtica y consumada.

En óleos y gouaches, las sensaciones se multiplican, porque, en cualquier rincón de cada una de las obras estalla el contenido multiplicador que nuestro pintor deseaba incluir en su pintura. Si el cuadro de Murillo, razón primordial de estas piezas de Gaya, ocupa el centro del espacio, con la aportación de datos identificadores esa imagen central aparece rodeada de una serie de complementos que para Gaya han sido hechuras imprescindibles en su pintura, como pueden ser la transparencia de una copa o una jarra, la endeblez de una rosa, la rigidez de un clavel, la presencia de una granada... Y siempre, como resolución definitiva, los colores, diseminados como un campo floreciente, cubierto de atractivos productos, y aplicados con la maestría y la delicadeza de quien siempre ha sabido hacer del cromatismo una imprescindible base de su pintura. Se trata de una ocupación irrenunciable de los espacios, porque el pintor no gusta de dejarlos expuestos a la soledad del vacío; más bien, sin inventarse nada, sino recurriendo a esa naturaleza al alcance de la mano, la utiliza como fuente que mana llena de vida y de emociones.

En esta veintena de homenajes a Murillo -con mayor o menor significación- Ramón Gaya también ha volcado una capacidad creadora, porque no quiere ajustarse, de modo entregado, a los cuadros que contemplan sus ojos. Considera ineludible transformarlos, y lo hace arrebatándoles parte de su contenido, para aplicarles la suelta técnica que siempre ha cultivado, más allá de una primera etapa, cuando acaso todavía estaba buscando una ruta definitiva a la que entregarse, o cuando pudiera sentirse desorientado por una serie de movimientos artísticos todavía indeterminados, pero sí arrebatadores.

Múltiples emociones

No es plan de, a estas alturas, reenfocar la pintura de Gaya, cuando sobre ella rigen los propios criterios del artista -sinceridad que siempre debiera tenerse en cuenta-, claramente expuestos en sus escritos; pero también las opiniones de respetables entendidos en la materia, que han definido su pintura, arrobada de una intangible pureza y de una mirada muy personal y diferente.

Vuelve, pues, la obra de un autor que derrama sobre el lienzo fortaleza, exquisitez y múltiples emociones. A la exposición actual se suma, como reclamo, el hecho de que numerosas obras son prácticamente desconocidas para el gran público, porque pertenecen de organismos públicos o forman parte de colecciones privadas. Por tanto, para la gran mayoría de los espectadores, muchos de los cuadros expuestos pueden convertirse en auténticos descubrimientos.

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