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'Supermercado de besos', de Patricia Gómez
Sabores del beso y rostros melancólicos

Sabores del beso y rostros melancólicos

Más que provocar prefiere renovarse en cada una de las exposiciones que presenta; desarrollar nuevas ideas, hacer algo distinto, dentro de la pintura o de la fotografía. No trata de adentrarse por los vericuetos, muchas veces incomprensibles e indefinidos, de las performances puras y duras; más bien, desea vestir sus obras con un ropaje distinto en cada ocasión. 

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 08:23

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Más que provocar prefiere renovarse en cada una de las exposiciones que presenta; desarrollar nuevas ideas, hacer algo distinto, dentro de la pintura o de la fotografía. No trata de adentrarse por los vericuetos, muchas veces incomprensibles e indefinidos, de las performances puras y duras; más bien, desea vestir sus obras con un ropaje distinto en cada ocasión. Ahora, en Espacio Pático, expone su 'Supermercado de besos', que adquiere una lógica explicación, solo con leer los textos con que Patricia Gómez acompaña a sus imágenes. Estamos ante una colección de besos «envasados al vacío», depositados en bandejas y envueltos en plásticos, como si de un auténtico producto de supermercado se tratase. Hay donde elegir, porque la labor de esta artista ha sido recoger numerosas imágenes de labios estampados en un cristal sobre el que presionan con la fuerza sensorial y de cariño que transmite un beso.

Partidaria de que las imágenes que capta y los cuadros que pinta demuestren sus sensaciones internas, es posible que en esta exposición Patricia Gómez haya vuelto a otros tiempos, o también revise los actuales, al alimón, evocando recuerdos y comprobando realidades. De un modo u otro, ha captado que existe un mercantilismo, incluso en la acción tan íntima y atrayente de esos besos que ella retrata en sus más variados reclamos: picantes, calientes, de mariposa, con lengua, de morros, de amor, de compromisos, de saludos, de emoción Para recoger tanta variedad, hasta trescientas imágenes ha colocado en los tenderetes de un improvisado supermercado, en el que cada beso se puede adquirir, debidamente envuelto en bandejas de poliuretano blanco, termosellado, como la carne picada, y etiquetado con el tipo de beso, el código de barras y hasta la fecha de caducidad.

Todo este detallismo es la muestra clara de ese afán creativo que ha impulsado a Patricia a aventurarse por esta serie tan significativa, y que tanto dista de otras obras anteriores, en las que ha preferido un modo siempre distinto, sea a través de sus óleos de viejos edificios o con aquellas fotografías de desnudos femeninos, envueltos en misteriosas mallas, que encerraban, junto al cuerpo de mujer, un mensaje de misteriosas sensaciones.

Aquí también se acusan las sensaciones, pero de un modo más directo, porque lo importante para la autora solo es esa variación sobre un mismo tema, exprimirla hasta la saciedad, para exhibir, desde todos los ángulos, las sacudidas que el protagonista de la exposición, el beso, pueda provocar y acumular. Es un proceso plenamente intimista, pero también estudiado, que se transforma en producto de mercado, pero no porque el beso haya perdido su valor emocional, sino por el mal uso en el que puede ir envuelto.

Lucas Brox, en galería Léucade

Con la exposición de Lucas Brox, 'The last nightfall comes', en galería Léucade, podría anunciarse su presentación oficial. Y es, sin duda, una presentación prometedora, con un conjunto de obras de pequeño formato, en las que la mujer es protagonista principal. Rostros en los que prima aparente indiferencia, superada por atractivas miradas y por un cromatismo que convierten esos rostros en juegos de colores, en los que aparecen también unos gestos que entrañan una problemática, que no parece de fácil solución.

Las imágenes parecen flotar, impulsadas por la soltura que derrochan las pinceladas con que el autor las ha configurado y centrado, pero no como formas excluyentes, porque la mezcla de colores que se disuelven en su entorno sirve para ampliar el valor de los contenidos cromáticos y para conseguir una sensación de inmaterialidad, acaso provocada por la levedad con que aparecen esos colores. Sonia Martínez, directora de Léucade resalta que la pintura de Lucas Brox presenta reminiscencias al siglo XIX con sus dibujos rápidos, y que, con unos pequeños ápices de pintura, se nos muestra un todo. Es así, porque el propio artista no busca el acabado. Es consciente de que con la ráfaga de pinceladas que desenvuelve en cada cuadro, las obras adquieren un significado y una suficiencia, que no precisa de otros adornos, ni más añadiduras, aunque otras veces la figura se presente sobre un fondo totalmente cubierto, en el que esos rostros melancólicos adquieren su más profunda expresividad.

Es preciso citar la simplicidad buscada, con la que Lucas Brox escapa al laberinto interpretativo en el que se desarrolla la obra de pocos autores. No hay un interés rompedor, pero sí un anuncio de más que aceptables hechuras en el conjunto de una obra recogida en su formato, pero muy atractiva en su conjunto.

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