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Universo musical

La estructura armónica del fondo cósmico de microondas proviene del ruido cuántico

ALBERTO REQUENA

Lunes, 4 de diciembre 2017, 22:11

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La música puede concebirse como sonido estructurado. Pitágoras reparó en que con martillos y cuerdas podía entender de dónde procedían los sonidos y extrapoló su vivencia para introducir la idea de que podían existir leyes en la naturaleza que explicaban las cosas sin necesidad de acudir a elementos mágicos para comprenderla. Kepler, mucho después, intuyó que el universo era musical, lo que le permitió impulsar la Astronomía, la Física y las Matemáticas.

Uno de los elementos consustanciales a la composición musical es la simetría. De igual modo, la simetría aflora en los campos cuánticos. La llamada ruptura de la simetría introduce en ambos ámbitos la belleza de la complejidad. En Física, las rupturas de la simetría originan fuerzas. En música, la ruptura de la simetría desencadena tensión y resolución. El paralelismo se mantiene, pues.

En el ámbito musical la improvisación forma parte de las recetas de la propia dinámica musical. En el ámbito del jazz es una componente valiosa e imperativa. Alternativamente, la incertidumbre en conocer dónde se encuentra una partícula y hacia dónde se dirige conlleva una forma de improvisación. En el universo el espectro de las vibraciones amplificadas de la inflación cosmológica (que aconteció poco después del Big Bang), presenta un perfil coincidente con el espectro del ruido. En ambos casos, se trata de una superposición de ondas, conocida como ondas de Fourier, en honor del científico que descubrió la superposición de ondas sinusoidales como método para representar los perfiles ondulatorios globales. La estructura armónica del fondo cósmico de microondas proviene del ruido cuántico, del mismo modo que las cadencias y los ritmos conforman una onda fundamental, que no es sino la expresión oscilante de una repetición.

Voz e identidad

Nuestra voz nos identifica, gracias a esa propiedad que denominamos timbre, que es la resultante de la superposición de las muchas ondas armónicas que generamos cada uno de nosotros y que ofrece una huella digital sonora de nuestra persona. Con un violín pasa algo parecido. Un Stradivarius es codiciado por su singularidad en la superposición de las ondas armónicas que generan un tono. Cada instrumento tiene su sello, su carácter. El universo no es diferente en esto. Las oscilaciones del fondo cósmico de microondas del universo incitan a la búsqueda de huellas donde sea posible encontrar explicación a la materia o la energía oscura. Las primeras estrellas y galaxias se formaron, precisamente, por esas oscilaciones que se dieron en el plasma primordial, cuya frecuencia corresponde a ondas acústicas.

La analogía música-universo puede llevarnos más lejos. La música se concibe como resultado de la acción humana, que tiene que ver con la percepción y organización de los sonidos, según unas reglas que ofrece la armonía e integrando ritmo y melodía. Ahora bien, la música no solo es esto, porque podemos concebirla como utilización, también, del ruido y de la disonancia, pretendiendo provocar tensión o producir un cambio en la orientación armónica de una parte de una composición musical. Todavía más, podemos generalizar el concepto a cualquier medio capaz de sustentar un fenómeno ondulatorio. De esta forma, alcanzamos al universo. Si aceptamos tal propuesta, el universo se concibe como ondulatorio y podrá representarse mediante una evolución temporal de una onda sonora. Tanto el universo como la música se desenvuelven mediante relaciones y estructuras de las ondas. Esto conlleva la existencia de una complejidad inherente que puede resultar incomprensible pero que, mediante la observación, permitirá identificar estructuras y encontrar sentido a lo que se ve y se oye, procedente del universo.

El universo podría funcionar como un instrumento, tocado por sí mismo, confundiéndose el instrumento musical con el sonido cósmico y viceversa. Todo lo que hay en el universo, incluido el espacio-tiempo, debe encontrarse vibrando u oscilando. Una concreción de tal concepción sería la resultante de hacer oscilador un parámetro: la tasa de expansión del universo. Si esta tasa oscila, con la frecuencia de un tono determinado, nos explica la existencia de un universo rítmico, que no es otra cosa que un cosmos cíclico. Pero es que las ecuaciones de la relatividad de Einstein admiten tal solución como exacta. Esto respondería al interrogante de ¿qué hubo antes del Big Bang? No precisamos pensar en un comienzo, ya que se trataría de una sucesión de expansiones y contracciones. No hay ninguna singularidad y el tiempo siempre ha existido. Que conste que la filosofía hindú cifra estos ciclos en oscilaciones que duraban 8.640 millones de años. Vivir para ver.

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