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Mikel Casal
La civilización por escrito

La civilización por escrito

Desde el primer poema que se conserva, de hace 4.000 años, hasta hoy, el avance tecnológico ha sido enorme y la escritura sigue siendo clave en la comunicación

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Lunes, 16 de octubre 2017, 12:20

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Una de las peculiaridades del animal humano es su capacidad de trasladar eficazmente la experiencia de una generación a la siguiente mediante la escritura. Otras especies tienen rudimentos de cultura y lenguaje, pero solo el ser humano fija el lenguaje y lo convierte en testimonio perdurable que vaya más allá en el espacio y el tiempo; eso es lo que ha creado la civilización humana. Y aunque la escritura no puede reflejar con precisión la entonación, la intencionalidad, la emoción de la voz, los matices y pausas diversas que marcan contextos singulares, es la mejor herramienta que tenemos para la comunicación. Tanto que, en una época en la que se celebran y subrayan los contenidos audiovisuales, las tres herramientas más importantes de interacción y transmisión de información siguen siendo esencialmente escritas: Twitter, Facebook y Google.

Por supuesto, la tecnología de escritura de estas herramientas, como la que utilizamos para escribir estas líneas, es muy diferente de la que se empleó para plasmar el primer poema, 'La canción de amor de Shu-Sin', rey de Ur en 2000 adC., cuya sacerdotisa le dijo, y dice hoy, 40 siglos después: «Marido, déjame acariciarte / mi preciosa caricia es más dulce que la miel».

La historia

El poema en cuestión se encuentra en una tableta de arcilla más o menos del tamaño de un 'smartphone' actual: son unas cuantas líneas sobre un ritual de amor entre un rey y una diosa por medio de su sacerdotisa. La tableta de arcilla fresca fue marcada con una serie de incisiones utilizando un instrumento de carrizo y luego cocida para hacerla permanente. Dado que las incisiones tienen forma de cuña, con un extremo más grueso que el otro, a esta forma de escribir se le llamó «cuneiforme», y surgió en la antigua Sumeria, al sur de Mesopotamia, alrededor del año 3500 adC. El legado de esta forma de escritura son miles de trozos de arcilla, los más de los cuales, de modo un tanto anticlimático, contienen cartas comerciales, inventarios, contratos y otro tipo de asuntos más bien pedestremente financieros, aunque también los hay que nos cuentan parte de la historia, mitos y poesía de los antiguos sumerios.

Poco después en Egipto se desarrollaría la escritura jeroglífica, según algunos expertos como resultado de la llegada de la escritura cuneiforme al reino, en el período dinástico temprano, alrededor del 3150 adC. Esta escritura podía fijarse con tinta en otros materiales aparte de la arcilla, como las hojas de papiro y la piedra. Se creía que el trabajo de escribano, la especialidad de conocer la misteriosa tecnología de transmisión de la palabra que por lo demás estaba prohibida para la mayoría de la población, tenía cierto valor espiritual, místico y trascendental que debía mantenerse en las esferas del poder.

En el siglo XII adC., en la antigua Fenicia, se produciría el siguiente salto tecnológico: el alfabeto. Esa primera serie de letras tal como las entendemos actualmente se desarrolló de distintas formas por el mundo antiguo con gran éxito, con alfabetos hoy ya en desuso. Su innovación era la capacidad de representar cada sonido con un símbolo, en lugar de representar ideas complejas como los ideogramas chinos. Este primer alfabeto carecía de vocales, algo que comparte con otros como el antiguo hebreo.

Los alfabetos griegos y latino serían descendientes directos de este avance fenicio. Los romanos desarrollaron la escritura en tablillas de cera que se marcaban con la punta aguda de un instrumento metálico, el estilo, y se borraban con el otro extremo romo. Estas anotaciones eran, por supuesto, provisionales, aunque podían ser antecedentes de textos permanentes, por ejemplo, los grabados en piedra. El alfabeto se apoyó además en un nuevo material que hace su aparición hacia el siglo V adC.: el pergamino, la piel secada y no curtida de animales, principalmente vacunos, ovejas y caprinos. La herramienta para escribir sobre el pergamino siguió siendo el carrizo hasta la invención o descubrimiento de la posibilidad de usar plumas de ave para retener y extender la tinta sobre el pergamino, algo que ocurrió a partir del siglo VI ddC.

El siguiente avance, la escritura industrializada o masiva, la imprenta, habría de venir de China junto con su complemento indispensable: el papel. Recogida y perfeccionada con tipos móviles por Gutenberg hacia 1450, la escritura y lo escrito comenzaban un proceso de democratización que, obviamente, popularizaba también lo importante: el contenido de lo escrito, las ideas, los conocimientos, las propuestas. Sin la imprenta y el papel, pues, el Renacimiento y la Ilustración habrían sido imposibles.

Con plumas de ave

Pero la escritura personal siguió haciéndose con plumas de ave luego ya en papel, hasta la invención del lápiz, que se desarrolló independientemente en Francia y Australia en la década de 1790, y la plumilla metálica, hija ya de la revolución industrial, que aparece en 1800 y 50 años después había sustituido totalmente a las plumas de ganso. En 1884, la pluma fuente fusionaba la plumilla y el tintero en un solo paquete fácilmente transportable, por ejemplo, para que los poetas pudieran escribir versos en un café o en el parque. La escritura a mano logró un salto tecnológico más en la década de 1940, cuando Georg Biro creó el bolígrafo, que abarató la posibilidad de escribir aún más.

Mientras, la escritura individual se había encontrado con la mecanización en la forma de la máquina de escribir, inventada por un grupo de ingenieros estadounidenses en 1868 y que dominaría las oficinas del mundo hasta la década de 1990. Como la escritura cuneiforme, la máquina de escribir satisfacía antes que nada una necesidad de negocios, comercial, aunque también sería el dispositivo en el que se escribió la mayor parte de la literatura del siglo XX. La máquina de escribir, con su peculiar teclado, sería la involuntaria antecesora del ordenador, primero a través de máquinas especializadas llamadas 'procesadores de textos' y luego integradas en el ordenador multipropósitos que hoy es común. Es el mismo teclado, por supuesto, que encontramos en muchos de nuestros dispositivos, probablemente en el mismo que está utilizando usted para leer estas líneas.

Las novelas

Generalmente se reconoce que 'Vida en el Misisipi', de Mark Twain, publicada en 1883, fue la primera novela presentada a una editorial escrita en una máquina de escribir. Más dudas hay respecto a la primera novela escrita con un ordenador. De lo que no hay duda es de que fue Stephen King quien por primera vez usó un procesador de palabras como personaje de un cuento, pubicado, por cierto, en la revista 'Playboy': 'El procesador de palabras de dios', de 1983.

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