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El proceso de construirse a uno mismo

LA COLUMNA DE LA ACADEMIA

ÁNGEL PÉREZ RUZAFAACADÉMICO NUMERARIO DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS

Viernes, 17 de junio 2016, 07:56

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Los seres vivos se construyen a sí mismos con el trabajo que generan oponiendo resistencia a los flujos de energía. Este proceso y sus reglas generales son comunes a todos los niveles de organización biológica, de la célula a los ecosistemas, incluidos nosotros mismos. En todos los casos, el proceso es lento, progresivo y no admite saltos, yendo de lo sencillo a lo complejo mediante la incorporación de nuevos elementos que se van ensamblando y creando relaciones entre ellos. No pueden generarse estructuras complejas de la nada, porque su existencia y funcionamiento depende de las condiciones y relaciones creadas por los estadios anteriores.

Los seres vivos se construyen a sí mismos con el trabajo que generan oponiendo resistencia a los flujos de energía. Este proceso y sus reglas generales son comunes a todos los niveles de organización biológica, de la célula a los ecosistemas, incluidos nosotros mismos. En todos los casos, el proceso es lento, progresivo y no admite saltos, yendo de lo sencillo a lo complejo mediante la incorporación de nuevos elementos que se van ensamblando y creando relaciones entre ellos. No pueden generarse estructuras complejas de la nada, porque su existencia y funcionamiento depende de las condiciones y relaciones creadas por los estadios anteriores.

En el desarrollo individual hablamos de ontogenia; a la construcción de un ecosistema lo denominamos sucesión ecológica y en el caso de las especies que constituyen la biosfera, filogenia y evolución biológica. Los estadios iniciales suponen poca biomasa, con células, individuos o especies con estructuras poco complejas, pero de crecimiento rápido y una gran capacidad de proliferación, con ciclos de vida cortos y altamente dependientes de las condiciones ambientales. La maduración implica un aumento de complejidad, el desarrollo e incorporación de nuevas estructuras y de relaciones entre ellas, ralentizando los procesos y permitiendo una mayor independencia del ambiente exterior y mayor control interno y de la propia existencia. De la complejidad surgen propiedades imprevistas: mecanismos de autorregulación, creación de condiciones favorables independientes de las fluctuaciones ambientales, mecanismos de retardo de los flujos de materia y energía y sistemas de almacenamiento para depender lo menos posible del suministro externo.

En el caso de nuestro cerebro, la complejidad neuronal se traduce en capacidad de almacenar información, procesarla, encontrar regularidades que permiten anticipar el futuro y evitar los problemas, establecer vínculos afectivos que estabilizan nuestro sistema de relaciones sociales. Además, a medida que el sistema se construye, lo que se denomina su adyacente posible se incrementa. Es decir, se pueden aprovechar recursos y oportunidades que antes eran inasequibles y eso permite el desarrollo de nuevas estructuras y capacidades que las utilicen y con mayor eficiencia. Lo interesante es que a pesar de los continuos cambios y transformaciones, la identidad no se pierde, desde la llegada de las especies pioneras a una colada volcánica virgen hasta que el bosque alcanza su clímax o desde la formación del cigoto tras la fecundación hasta que la persona alcanza la madurez, el sistema mantiene su identidad hasta que le llegue la muerte natural o alguien decida destruirlo. Pero del papel de la muerte hablaremos en otra columna.

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