Pintura, ilustración y armadura marina
PEDRO SOLER
Domingo, 22 de abril 2018
Podría afirmarse que en la exposición 'Pintura ilustrada, ilustración pintada', de los hermanos Antonio y José Francisco Aguirre, que se presenta en el Palacio del Almudí, aparecen ciertos reflejos que denotan que debieron trabajar juntos, durante un tiempo, y que, por tanto, no es extraña la presencia de determinados parecidos. Aún así, pronto se advierte también las diferencias, más profundas, que evidencian los contenidos y los métodos expresivos de cada cual. Los hermanos Aguirre fueron pintores murcianos que, muy relacionados con los ambientes sociales y culturales de la ciudad, dieron el salto a Madrid donde, de formas muy variadas -por exposiciones, por encargos, por colaboraciones en medios informativos- fue reconocida la aceptable destreza de su obra. En la de Antonio, se impone un sentido imaginativo, que nos descubre escenas aparentemente increíbles y espacios, que parecen extraídos de mundos inexistentes. Como si cada uno de sus cuadros quisiera contar una leyenda, surgida de un sueño o de una situación anómala. Pero, junto a la inventiva que derrocha, también es fácil advertir su interés por plasmar un dibujo certero y un sentido abierto de la panorámica, dentro de un estilo de corte expresionista, en el que la imaginación supera cualquier otro campo de realidad sobre las escenas representadas en cada una de las obras, en las que el color se multiplica con un deseo expreso de aumentar su atractivo. Esa capacidad imaginativa de Antonio Aguirre es la que ocasiona que cada una de las piezas expuestas provoque un derroche de posibilidades visuales y a preguntarse por los contenidos y las explicaciones de las distintas obras.
Las obras de Antonio y José Francisco Aguirre, en el Almudí, denotan un claro empeño imaginativo Las esculturas de Juan Belando, en Léucade, representan vivencias y pensamientos del autor
Respecto a José Francisco Aguirre, aunque tampoco desdeña de modo tajante ese aspecto onírico, que inunda la obra de su hermano, pronto se advierte que trabaja en un campo muy diferenciado. Son cuadros en los que se mezclan los contenidos, quizá por la función múltiple, que desempeñó, como pintor y como ilustrador y diseñador, en distintos medios y escenarios. Por esto, se advierte una más intensa variedad, que puede pasar de la pintura de corte naif a la de contenidos más dramáticos, dentro de la fase como creador de escenografías teatrales. En estas, resaltan las formas cubiertas de patetismo, aunque otras se asemejan a evocaciones renacentistas. Es su posible capacidad de inventiva la que le obliga a plasmar escenas inmersas en unos paisajes de imposible localización, de visiones insondables, de personajes sorprendentes. No pueden olvidarse los exóticos bodegones, con representación de lo imprescindible y necesario, pero tampoco los dibujos a tinta, por humildes que sean, porque en ellos se impone la delicadeza de las imágenes femeninas, junto a destellos cromáticos, que les proporcionan un enriquecedor boato. Quizá, debido a que estamos ante un pintor autodidacta, su campo de acción no sigue una línea obligada, sino que acepta las que van surgiendo. Obras de muy claros síntomas surrealistas, con lógicas reminiscencias de los más importantes autores de este estilo, también pueden contemplarse en la exposición del Almudí. En definitiva, la exposición de Antonio y José Francisco Aguirre, nos lleva a contemplar la labor de dos pintores murcianos, más aceptados en su momento pasado que en la actualidad.
Sin cánones estrictos
Juan Belando quiere representar en sus esculturas sus vivencias y pensamientos. Por esto, actúa de un modo que le impide someterse a unos cánones estrictos o a un estilo definido. Podría decirse que trabaja con la mayor libertad, como puede contemplarse en la exposición 'Armadura', que presenta en galería Léucade. Por esto, a la hora de concretar la reproducción de un cachalote, Belando recurre solo a un idea vaga, a una visión multiplicada de tamaño mamífero marino. No solamente puede apreciarse esto en el contenido más dificultoso de la pieza en sí, sino en el decorado con que la adorna. Porque, si el autor doblega el hierro y las planchas, para conseguir unas piezas llenas de agilidad, pero menos asemejadas a esos seres marinos, también recurre al color para dar más variedad al conjunto de las obras.
La esculturas de Belando pueden convertirse en formas aladas, que quieren sobrevolar los espacios, o que permanecen sujetas a la tierra por unos puntos que parecen imperceptibles, pero también con fuertes enclaves que pretenden demostrar una dinámicas indestructible. En todas quiere mostrarse un sentido creativo, capaz de superar esa vivencia impulsiva que el autor define como algo imprescindible, a la hora de enfrentarse a una pieza. De un modo o de otro, la exposición de Belando puede convertirse para muchos en un singular y enigmático conjunto, en nada propio de un autodidacta de la escultura.