IMV-IVM
Tenemos un problema con la pintura murciana a caballo entre los siglos XIX y XX. En realidad son varios, pero hay uno especialmente grave: pese a ser uno de los momentos más altos del arte en la Región, pese a contar con al menos cuatro de los grandes maestros de su tiempo, no nos importa mucho, lo cual es sangrante. En el Museo del Prado preside una de las galerías del siglo XIX el portentoso autorretrato de Rafael Tejeo con su hija como hasta hace poco las pinturas de Domingo Valdivieso hacían de 'pendant' a Eduardo Rosales. Hará un par de veranos pedí en este periódico infructuosamente que 'Viaje de la Virgen y San Juan a Éfeso' o 'La Barca', como se conoció aquí siempre, una obra maestra absoluta del nazarenismo en España, pintada por Germán Hernández Amores, fuese depositada nuevamente por el Museo del Prado en el MUBAM. Grandes artistas de la mejor tradición decimonónica a los que podemos añadir muchos nombres que yacen sin atisbo de recuerdo en la memoria colectiva ni en la de los expertos, volcados siempre en ese filón inagotable que es el siglo XVIII. El siglo XIX murciano, a la manera de un yacimiento mineral, debe ser abordado sistemáticamente, se deben realizar estudios que eviten el descenso a los infiernos que el olvido y el mercado de falsificaciones puede acabar provocando. Pero no nos desviemos; el cuarto nombre es Inocencio Medina Vera, uno de los dibujantes más dotados de su tiempo y un pintor extraordinario.
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Inocencio fue un artista y una persona fascinante que dejó una obra completa, absoluta en su grandeza. Una pintura aferrada a una tradición que floreció en la España de los regionalismos pero que supo ver el flujo de ideas que venían de Francia. No existe un matiz retardatario en el estilo, que es universal, pero sí una intensa mirada a lo propio, que tendemos a pensar local. Amaba profundamente su tierra y las tradiciones de las que fue partícipe: los vestidos típicos, la vida en la huerta, de la que fue tal vez el mejor intérprete, y su Archena natal. Su periplo en Argentina lo define como alguien que no debió padecer muchos de los miedos de su tiempo, lo cual tenía que generar algo, de alguna manera, no común. Y ahí, con un salto espacial y temporal, hablaré de su nieto Isidoro.
La memoria de Isidoro
Generalmente hablo de los artistas desde la mirada profesional. No he hecho nunca una crítica de arte y nunca la haré pero como norma escribo del artista y no de la persona. Hoy no seguiré ese patrón. Isidoro es amigo de Carolina y mío desde hace 15 años y una de las personas que más ha influenciado nuestra forma de entender el arte. Hemos hecho muchas cosas juntos pero en 2014 surgió la posibilidad de trazar un puente que no imaginábamos. Un año antes preparaba 'Arte en Murcia', un ciclo de cinco exposiciones que recorrerían el arte aquí entre el neoclasicismo y la contemporaneidad. Fue un esfuerzo titánico y bellísimo en el que aprendí como en pocas ocasiones y en el que, desde el primer momento, pensé incluir a Isidoro. Él, tal y como yo esperaba, no fue muy proclive a participar por diversas razones pero había un motivo decisivo: en la misma muestra, 'Reacción y ruptura. Vanguardia frente a tradicionalismo', se mostraría su obra junto a la de su abuelo. Isidoro tiene muy presente a su abuelo, es una cercana figura querida y respetada para él, así que empezó a pensar. Un día, en su casa de Madrid, me contó el proyecto y quedé fascinado. En la casa de sus padres había un cuadro de su abuelo, 'La umbría de Archena', que formó parte de su infancia. Debíamos encontrarlo.
A priori no era fácil pero lo localizamos en una colección murciana que muy amablemente lo prestó. Una vez conseguido, Isidoro dibujó ocho piezas que «abrigaban» la tela de Inocencio con fragmentos de memoria: el lugar donde estuvo la pintura en el hogar familiar, sobre un mueble con un teléfono, la descomposición del paisaje, el collage de la propia obra, las casas de ambos de Buenos Aires y Madrid. El puente de un siglo, un homenaje, una comunicación directa que existió entre ellos y que se hizo visible en aquel mosaico. Meses después se abría otro puente entre ellos. El Ayuntamiento de Murcia daba el nombre de Isidoro Valcárcel Medina al jardín de Juan de Borbón frente a la antigua Escuela de Artes y Oficios, en línea con la calle Inocencio Medina Vera. Una línea visual abarca ambos espacios que nos hacen mejores a todos porque evidencian el afecto y el respeto de Murcia a dos de los grandes artistas españoles nacidos aquí: IMV-IVM.
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