La Bastida y el origen del mal
Los grandes defectos de la sociedad actual, también algunos de sus logros, nacieron en este cerro de Totana
NACHO RUIZ
Lunes, 18 de junio 2018, 18:34
A 13 kilómetros de Totana, en La Bastida, apareció por primera vez en Europa hace 4.000 años una conjunción de elementos sobre los que se edifica la sociedad actual: el arma de guerra, la muralla defensiva, la acumulación de alimentos y la monarquía. Es uno de los grandes testimonios arqueológicos occidentales y uno de los más importantes para entender qué somos y cómo hemos llegado hasta aquí. Tendemos a pensar que nuestra región es un territorio periférico, un compañero silencioso de viaje para la historia, pero lo vemos así porque no siempre miramos con atención lo que ha ocurrido. Este es un muy breve relato de cómo la sociedad europea tiene en lo que denominamos La Bastida un punto insalvable de análisis si quiere evitar su aniquilación por voracidad, algo a priori difícil de lograr. Pero la historia suele ser una buena forma de descubrir cómo salir del atolladero.
National Geographic consideró este como uno de los grandes descubrimientos arqueológicos contemporáneos. -pese a ser conocida ya desde finales del XIX- y lo catalogó como la más importante fortaleza europea del periodo. En sus cuatro hectáreas han aparecido más de 300 metros de lienzo de muralla de tres metros de grosor y algo muy impactante: el primer arco apuntado de Europa, algo que demostraría que los constructores podrían venir del lejano oriente, donde sí era común en el año 2200 antes de nuestra era, fecha que se maneja para datar lo que hasta ahora tenemos en Totana. No es usual que un yacimiento arqueológico tenga la difusión en prensa general que ha tenido La Bastida, y buena prueba es el seguimiento que este periódico ha llevado, así que pasaré rápidamente sobre las generalidades para centrarme en la razón de este artículo: evidenciar cómo los grandes males de Europa -aunque también algunos de los logros-, de nuestra sociedad, nacen en Totana -a falta de nuevos descubrimientos-, y en cómo la historia de esta ciudad nos enseña la forma en que podemos acelerar o ralentizar el fin de nuestra cultura, analizando cómo y por qué destruyeron su hábitat y terminaron con su historia de ciudad invencible.
Historia de un descubrimiento
Lo que llamamos Cultura Argárica se extendió como un pequeño imperio de unos 35.000 km2 por las provincias de Murcia, Almería, Granada, Jaén, Alicante y algo de Ciudad Real entre el 2200 y el 1550 antes de nuestra era. El nombre deriva de las excavaciones en El Argar, provincia de Almería -el arqueólogo Fernando Segura me cuenta que si se hubiera descubierto hoy probablemente sería la cultura de La Bastida- pese a no ser las primeras. En 1869 Rogelio de Inchaurrandieta, ingeniero de caminos granadino, siguió el rastro que le proporcionaron algunos totaneros para descubrir, oficialmente, el yacimiento. En este periodo, en el que tanto había por excavar, fueron muchos los ingenieros que, dado su interés en la geología y la arqueología, llevaron a cabo hallazgos fundamentales en todo el país. Recordemos que todavía en 1945 otro ingeniero, Emeterio Cuadrado, descubrió accidentalmente el yacimiento del Cigarralejo, al que consagró su vida. En realidad los grandes sitios arqueológicos suelen ser conocidos desde antiguo. En el momento en que desaparecen los pobladores de una ciudad empieza un saqueo centenario. Primero los metales y los objetos valiosos que pudieran quedar, luego la piedra para otras construcciones y, finalmente, los objetos arqueológicos que, a partir del siglo XVIII, empiezan a tener valor en el mercado anticuario. Cuando Hiram Bingham descubrió Machu Pichu en 1911 fue llevado por los pastores de la zona. Las poblaciones locales no suelen dar valor a los restos hasta que el experto da de bruces con el tesoro. El yacimiento de La Bastida sigue siendo descomunal pese a siglos de saqueo, de excavaciones ilegales y de la pátina de destrucción y sedimentos que el tiempo da a las culturas desaparecidas.
Los hermanos Henri y Luis Siret, ingenieros belgas, continuaron con la excavación y descubrieron 13 tumbas. Habían sido los impulsores de las de El Argar, que publicaron en 1886, veinte años después del descubrimiento oficial de La Bastida. Ya en el siglo XX trabajan en la excavación Juan Cuadrado Ruiz, Julio Martínez de Santa Olalla, Vicente Ruiz Argilés, Carlos Posac Mon, Francisco Jordá Cerdá, John D. Evans y Joaquín Lomba Maurandi hasta que, tomaron el mando Vicente Lull, Rafael Micó, Cristina Rihuete y Roberto Risch, arqueólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona. Un siglo y medio de descubrimientos constantes y de saqueo impenitente nos dan el paisaje actual, en el que tenemos menos de lo que aún queda por descubrir.
Caza y agricultura
Tenemos que entender la diferencia del antes y el después de la cultura argárica mediante un proceso iniciado entonces: el almacenamiento de los excedentes alimentarios. Aquí surgen en Europa los almacenes de grano. Hasta ese momento, las sociedades consumían lo que lograban en el día a día mediante la caza y la recolección y después con la agricultura en casi todo un territorio escasamente poblado. En determinado momento aparece la figura del redistribuidor, un personaje importante que va logrando el control de los núcleos poblacionales mediante fiestas y heroicidades. El paso siguiente es la centralización de los alimentos recolectados y cazados en sus manos, él, el antecesor del rey, distribuye justa -o injustamente- el sustento del grupo. Había comenzado el proceso hacia los estados estratificados, las monarquías, el trabajo por cuenta ajena y la acumulación de poder a través de la acumulación de excedentes alimentarios. Se abría el camino hacia el capitalismo. En La Bastida tenemos la materialización de esta fase en la Edad del Bronce. Antes del nacimiento de las sociedades estratificadas los hombres cazaban y recolectaban lo que necesitaban sin rendir tributo, sin depender de alguien superior, a partir de ahí se creará una estructura política y social piramidal que se evidencia en la propia estructura de las ciudades del periodo, en cuya parte alta se encuentran las viviendas de las clases altas y los palacios reales. En La Bastida, como un recuerdo trágico, queda el hecho de que ICONA, en los años 70 y sabiendo que existía la ciudad, repobló el cerro arrasando lo que debió ser el palacio real. Pese a esa atrocidad ha aparecido en esa zona la tumba más rica y el muro más grueso de la ciudad.
Siguiendo los relatos de Marvin Harris, en los que narra cómo el redistribuidor original logra el poder mediante fiestas, resulta muy curiosa la forma en que los políticos actuales, siguiendo el desarrollo del «pan y circo» romano, continúan con la misma forma esencial de lograr el apoyo popular. Puede que no hayamos cambiado tanto. Dice Harris al respecto: «Cuanto mayor y más densa es la población, más grande es la red redistributiva y más potente el jefe guerrero redistribuidor». En La Bastida tenemos ya una sociedad perfectamente estratificada, lejos de aquellos redistribuidores primitivos, pero siguiendo un esquema que no variará en lo esencial desde el primero de ellos hasta hoy. Rafael Micó, uno de los cuatro directores de la excavación, me llama la atención sobre un elemento de este reparto de bienes: no era igualitario, no todos ponían sus productos en una plaza y se repartía de la misma forma, sino que había que mantener una estructura en la que los de más arriba tomaban más, empezando por el rey.
La guerra es un paso lógico cuando una ciudad como La Bastida, con capacidad de acumular alimentos, necesita expandirse territorialmente al crecer su población. Los imperios crecen de la debilidad de sus vecinos y la forma de lograr nuevos territorios es la contienda bélica. La Bastida no está en un terreno especialmente fértil. Era la capital de una parte sustancial del territorio argárico, manteniendo una relación de dominio sobre otros núcleos más pequeños que vamos conociendo poco a poco, uno de ellos el de Monteagudo, que se estudia actualmente. Podríamos pensar en pequeños estados similares a los de la Grecia clásica a nivel estructural. Todos formaban parte de una nación y a la vez eran independientes entre sí.
Su ubicación corresponde más a razones políticas y probablemente comerciales. La forma de mantener el poder sobre sus dominios era el arma de guerra ofensiva. La gente, desde el origen, se ha matado con lo que ha tenido a mano, ahí está la quijada de burro con la que Caín mató a Abel, y las armas de caza eran especialmente indicadas, pero en el Argar nace el arma específicamente de guerra en Europa. Esto va acompañado de la muralla defensiva inviolable de la ciudad. Tenemos aquí el origen de las alambradas, los recintos vigilados y las cámaras de seguridad que protegen nuestras casas. No es la nuestra la muralla más antigua, esta, como en tantas cosas, se encuentra en Oriente, en Jericó. Aquí surge otro elemento interesante en la constatación de que algunos elementos de La Bastida, como el citado arco apuntado, vienen de los imperios de Oriente.
La Troya europea
En una conversación para elaborar este artículo, me cuenta Rafael Micó que El Argar trae unos modos de vida revolucionarios con respecto a las formas comunitarias previas. Los arqueólogos valoran que algunos de los ingredientes que dieron lugar a su nacimiento proviniera del mundo mediterráneo oriental, como el citado arco apuntado o la muralla. El Argar es una sociedad específica, el objetivo es explicar por qué. Incluso hoy la sociedad murciana tiene por una parte elementos de la tradición ibérica, propios, y otros especificos, externos. La idea es recoger esos ingredientes. Analizar cómo esta concatenación dio lugar a una sociedad tan singular como la argárica. Uno de esos componentes pudo ser extrapeninsular, y una prueba de ello es la arquitectura militar de la bastida: la forma de defenderse no es propias de Europa, sí del Egeo y del Mediterráneo oriental.
Es ya recurrente la comparación con la Troya homérica. El poder de sugestión es muy grande cuando recorres La Bastida. Los guías, arqueólogos de la Universidad Autónoma de Barcelona, son extraordinariamente eficientes y las referencias son constantes. Uno va aprendiendo a ver, en lo que 'a priori' es un cerro inhóspito, los muros curvos, las calles y las murallas. Llegados al lugar donde se encuentra la balsa, casi circular, uno está tentado de decirles «excavad ahí, que debajo está Agamenón», por el parecido con el lugar en el que Schlieman encontró las tumbas reales de Micenas. Pero son fantasías. La excavación es rigurosa y metódica bajo el sol totanero y la imaginación vuela hasta el límite que marca el experto. Sin embargo, hay un dato curioso. El círculo A de Micenas se construye en torno a 1600 a.C.; en esas fechas se abandona La Bastida. Más allá del rigor arqueológico hay algo también muy llamativo entre las dos ciudades, una que surgía y otra que desaparecía en fechas similares: son ciudades escondidas entre montañas, reductos defensivos en pendiente apartados de la vista. Fortalezas.
Antes citábamos los relatos bíblicos como narraciones que crean el imaginario de las ciudades orientales en la edad del bronce, y no podríamos imaginar Troya sin 'La Iliada'. Desgraciadamente no tenemos en La Bastida el relato coetáneo o posterior que marque la importancia crucial de se antiguo imperio en nuestro territorio. Una ciudad magnífica, con una red de ciudades aliadas, desapareció sin dejar rastro pese a no ser nunca vencida. No hay restos de saqueo ni asalto. Desaparecieron por voracidad y desconocimiento.
Lo que ahora apreciamos desde los restos de la ciudad es un valle con bosque de carrascas, semiárido, con una vegetación no muy espesa, pero entonces corrió el agua y creció un bosque de ribera en el que abundaba la caza. Los habitantes de La Bastida acabaron con los árboles debido al fuerte consumo de madera para los hornos, la fabricación de cal y metales y la falta de planificación. La lejanía de los campos fértiles debieron acelerar la caza, acabando con todas las especies para lograr unas proteínas que ya no tendrían recambio hasta pasados muchos siglos. El final era evidente: un cambio climático que acabó por convertir su ecosistema en insostenible. Tal vez por eso no fueron nunca vencidos, se autodestruyeron. Aquí tenemos otro aviso que La Bastida nos lanza a través de cuatro milenios de silencio: el respeto a nuestro entorno es la clave de nuestra supervivencia. En un momento en el que intentamos frenar la destrucción del planeta deberíamos mirar a todo lo ocurrido en el lugar en el que surge remotamente nuestro modo de vida. La Bastida es un libro que nadie debería dejar de leer.
Tal vez todo esto debiera hacer pensar a los murcianos -y al propio Gobierno de la Comunidad Autónoma- que el conocimiento de uno de nuestros primeros tesoros arqueológicos es prioritario, pero el desinterés suele ser demasiado grande.