La belleza de lo cotidiano
Las vanguardias históricas rompieron con lo establecido en el plano estético, pero mantuvieron los principios éticos de una sociedad patriarcal. La aportación de las mujeres fue muy importante en el seno de aquellos colectivos artísticos pero, a menudo, quedó diluida frente al protagonismo de sus compañeros. El caso de Lucia Moholy (Praga, 1894-Zurich, 1989) es todo un paradigma de esa injusticia, tardíamente reparada en la mejor de las situaciones
G. E.
Viernes, 17 de junio 2016, 08:05
Lucia Moholy documentó el trabajo de la Bauhaus desde los estrictos parámetros de la Nueva Objetividad
Las vanguardias históricas rompieron con lo establecido en el plano estético, pero mantuvieron los principios éticos de una sociedad patriarcal. La aportación de las mujeres fue muy importante en el seno de aquellos colectivos artísticos pero, a menudo, quedó diluida frente al protagonismo de sus compañeros. El caso de Lucia Moholy (Praga, 1894-Zurich, 1989) es todo un paradigma de esa injusticia, tardíamente reparada en la mejor de las situaciones. Desde los presupuestos de la Nueva Objetividad, la autora documentó visualmente la vida de la Bauhaus tanto en Weimar como en Dessau entre 1923 y 1928, y tuvo que luchar, a través de abogados, para recuperar siquiera la autoría sobre su propio trabajo.
La artista fotografió los prototipos creados en los talleres de la institución. Sus imágenes, realizadas desinteresadamente, atestiguan la sobria belleza de creaciones tan emblemáticas como el juego de té Marianne Brandt y las lámparas de Wilhelm Wagenfeld y Karl Jucker, pero su producción también recoge imágenes de profesores y vistas de los edificios diseñados por Walter Gropius. El rigor científico en las tomas de aquellos objetos cotidianos se beneficia de la frontalidad, la ausencia de fondos y el uso de soportes de cristal que favorecen esa suerte de visión flotante tan característica.
La creadora llegó a la entidad por su matrimonio con Lázslo Moholy-Nagy, uno de los grandes del periodo de Entreguerras, y su estancia nunca llegó a satisfacerla, a pesar de que le permitió formarse en las técnicas de la disciplina. La esposa del escultor añoraba Berlín, donde había llevado a cabo una intensa labor en el ámbito cultural durante la década previa. Tras estudiar Arte y Filosofía en su ciudad natal, se desplazó a la capital germana, una ciudad vibrante y turbulenta en la primera década del siglo XX. Allí ejerció labores de edición para Kurt Wolff, el editor de Franz Kafka, y escribió literatura expresionista bajo el seudónimo de Ulrich Steffen.
La labor no se limitó al ámbito de la fotografía. Ella contribuyó decisivamente a la exposición ordenada de las teorías de su marido, con el que mantuvo una estrecha relación incluso después de su divorcio. Ese buen entendimiento explica que, cuando tuvo que exiliarse, le dejara en depósito sus negativos en cristal. Como otros muchos artistas de origen judío, el encumbramiento político del nazismo, la animó a abandonar Alemania y buscar refugio en Inglaterra y, posteriormente, intentar cruzar el Atlántico. Su exesposo también tuvo que huir y confió las piezas a Gropius.
El drama de Lucia Moholy resulta asombroso desde la perspectiva actual. El arquitecto y diseñador se resistió obstinadamente a devolver su colección aduciendo que se trataba de un mero trabajo auxiliar. Esta marginalidad explica que en las publicaciones sobre la actividad de la célebre entidad se omitiera la autoría de la fotógrafa o que se manipularan las imágenes sin contar con su beneplácito.
Afortunadamente, la creadora pudo recuperarlas y ver reconocida su obra en los años sesenta, cuando su legado fue adquirido por los archivos de la Bauhaus. También su trayectoria profesional gozó de una fortuna que no gozaron muchas de las pioneras. Pudo emigrar a Estados Unidos, trabajó para la Unesco y, en sus últimos años, fijó su residencia en Zurich y se dedicó a la crítica de arte.