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Maestros, compañeros y amigos

Aurelio Pérez Martínez (Alhama de Murcia, 1930-Murcia, 2000) fue un artista (además de la pintura, cultivó la escultura y la cerámica), que solo deseaba ser -como declaró en una entrevista con Antonio Arco, en 1989- como «un hombre sencillo y normal», pero deseoso de poder llegar a realizar «una obra válida. Otra ambición no tengo», afirmaba. Había bebido en sabrosas fuentes, al margen de lo que su propia genialidad le proporcionaba. 

P. S.

Viernes, 17 de junio 2016, 08:14

Aurelio Pérez Martínez (Alhama de Murcia, 1930-Murcia, 2000) fue un artista (además de la pintura, cultivó la escultura y la cerámica), que solo deseaba ser -como declaró en una entrevista con Antonio Arco, en 1989- como «un hombre sencillo y normal», pero deseoso de poder llegar a realizar «una obra válida. Otra ambición no tengo», afirmaba. Había bebido en sabrosas fuentes, al margen de lo que su propia genialidad le proporcionaba. Los nombres de Juan Bonafé, Luis Garay, José Almela Costa, Clemente Cantos... fueron maestros de los que se iría apartando, porque pensaba que su manifestación artística debía ser muy diferente. Como también sucedía, cada cual situado en su campo de batalla, con otros artistas jóvenes y más cercanos por edad, como Molina Sánchez, Mariano Ballester, Paco Toledo, Antonio Campillo, Hernández Carpe, Pepe Carrilero..., quienes también se merecieron el respeto y las alabanzas por sus personales procedimientos. Y no hay que olvidar los nombres de amigos como Jaime Campmany, Castillo Puche, Salvador Jiménez y Paco Alemán Sáinz.

De familia humilde, huérfano de padre desde su infancia, Aurelio supo luchar por abrirse camino y, al margen de sus estudios de Magisterio, preparar su trayectoria artística, en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, con una beca de la Diputación Provincial. Sus viajes a Marsella, a finales de los cincuenta, le hicieron abrirse, de un modo más directo, a otras corrientes artísticas y celebrar varias y sucesivas exposiciones en la galería Briard. Consiguió plaza como profesor de dibujo en el instituto de Totana, y es, a finales de los sesenta, cuando su obra pictórica comienza a recibir el reconocimiento público, porque encierra un purismo prácticamente desconocido, propio de unos años inquietos. Va acaparando premios y ocupando salas de la Región, pero también se le abren las puertas de galerías de Madrid y otras ciudades españolas. La etapa amarilla, objetivo primordial de la actual exposición, rompe muchos moldes sobre supintura, en la que siempre permanecerán unas hechuras personalísimas, basadas en la sinceridad y el instinto por su tierra. La enfermedad le afectó en 1985, pero pudo recuperarse, aunque quizá ya no con la fortaleza de espíritu que siempre había manifestado. Hijo predilecto de su pueblo natal en 1988, por entonces levantó su último estudio, 'La Alcanara', del que brotarían sus últimas obras más significativas. En el año 2000 participó en su última exposición, 'Murcia, 1956-1972. Una ciudad hacia el desarrollo'. Falleció el 2 de junio.

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