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El pintor de los sueños amarillos

Inmerso de lleno en aquella etapa tan trascendental de su pintura, le asaltaban las dudas y no las tenía nada claras. Confesaba: «Puede que esté atravesando una etapa amarillenta, sin que por esto desprecie el negro o los colores fuertes. Es algo a lo que no encuentro una explicación lógica. Sí busco una sencillez y una simplicidad que me son necesarias». Lo afirmaba el pintor Aurelio en el inicio de aquella década prodigiosa de los setenta del pasado siglo, que estaría marcada por la constante de los colores amarillos, y que el paso del tiempo ha confirmado como uno de los períodos artísticos más brillantes en su envidiable trayectoria

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 07:56

El Museo de Bellas Artes recoge, por vez primera, con la exposición 'Luz quieta', la trascendente etapa de pintura amarilla del artista murciano

Inmerso de lleno en aquella etapa tan trascendental de su pintura, le asaltaban las dudas y no las tenía nada claras. Confesaba: «Puede que esté atravesando una etapa amarillenta, sin que por esto desprecie el negro o los colores fuertes. Es algo a lo que no encuentro una explicación lógica. Sí busco una sencillez y una simplicidad que me son necesarias». Lo afirmaba el pintor Aurelio en el inicio de aquella década prodigiosa de los setenta del pasado siglo, que estaría marcada por la constante de los colores amarillos, y que el paso del tiempo ha confirmado como uno de los períodos artísticos más brillantes en su envidiable trayectoria. Es la fase que reaparece en 'Luz quieta', la exposición recién inaugurada en el Museo de Bellas Artes de Murcia (Mubam) -se podrá visitar hasta el 12 de junio-, con obras invadidas por la luminosidad, los reflejos y las sensaciones poéticas, pero también por los recuerdos y las continuidades, y en la que el amarillo, como color preferido, es capaz incluso de transformar de modo espectacular entrañables zonas, algo que podría semejarse a un sacrilegio histórico y artístico, pero que, en realidad, se debía al cambio trascendente en la pintura de Aurelio.

Estamos ante un artista que «marcará un referente en la segunda mitad del XX, entrando en contacto con prácticamente todos los pintores de posguerra, buscando su propio camino por tierras francesas, hasta establecer su vínculo de nuevo con la tierra que lo vio nacer. Humilde, tolerante, rebelde pacífico, religioso, cuyo carácter fuerte es tranquilo por fuera, no así su interior, inquieto al igual que su obra, abrazando la necesidad de la naturaleza». Así lo describía un joven estudioso, Enrique Mena, en su tesis sobre 'El paisaje en la pintura murciana, en la segunda mitad del siglo XX'.

Aunque Aurelio se sintió con frecuencia agobiado por las solicitudes de las salas -cuatro exposiciones llegó a mostrar en un solo año-, quería serenarse, porque pensaba que «el artista, de cuando en cuando, debe retraerse y sacar para sí mismo lo que lleva dentro». Se consideraba inmerso en una inseguridad que influía sobre sus paisajes, «problemas de solución de ambientes y de transformación del lugar que me rodea». Lo más decisivo de sus dudas, de su situación y del silencio, que requería para su serenidad interior, fue que quiso y supo superar los riesgos a que se enfrentó, porque era consciente de que su mejor escuela era «la particularidad de su pintura», que siempre ha sido estado llena de sinceridad. Como demostrado quedó. Años después, el pintor, siempre envuelto en la humildad y en el intimismo, pese a triunfos y reconocimientos, aceptaba que «seguía intentando pintar bien» y enfrentado a unos problemas, «que procuro que trasciendan lo menos posible».

Famosos cuadros

'Luz quieta' se transforma en sesenta y cinco obras que superan el corto trayecto de la década aproximada en que se centra la etapa amarilla. «En ella -afirman el director del museo, Javier Bernal, y el comisario de la exposición, Arturo Pérez- resplandece la naturaleza de nuestra Región, con vistas de Lorca, Totana, Librilla, Mazarrón, el campo de Cartagena, Alhama de Murcia, Fuente Álamo, La Azohía... Es una etapa muy conocida, pero que, en esta ocasión, cuenta con famosos cuadros de Aurelio, que podríamos definir como históricos, junto a mucha obra inédita, que no se había expuesto nunca».

La razón de ser de esta dedicación, casi exclusiva, a cuadros de la época amarilla se basa en que «no queríamos distraernos con unos momentos y otros en la pintura de Aurelio. Decidimos centrarnos en algo que ya habíamos pensado. Nos hubiese sido más cómodo repetir con una exposición antológica, como otras veces se ha hecho, y que, quizá, para mucho público, hubiese sido hasta más atractiva, por lo variada. Pero consideramos necesario, en esta ocasión, ceñirnos a esta época amarilla, durante los años setenta, que es cuando se condensa con mayor intensidad». Aún así, reconocen que «no hemos podido eludir la presencia de algunas obras, también espléndidas, que pertenecen a los años de transición que se suceden al principio y al fin de esta etapa, que asoma desde los sesenta y se va prolongando casi hasta los noventa. Es el mejor modo de expresar cómo Aurelio va adquiriendo otro tipo de pensamiento sobre su pintura, y de que el espectador se dé cuenta de cómo se va produciendo la entrada y salida en torno a la obra amarilla. Esto está hecho conscientemente, porque es un modo de enseñar al público cómo los artistas se van sucediendo en sus cambios. Además, creemos que no se ha visto nunca una exposición de paisajes, solo paisajes, de este periodo. Y para conseguir esto, eliminamos los bodegones, la figura humana, el desnudo..., para quedarnos exclusivamente con el paisaje. Queríamos hacer como una revisión definitiva de una época en la trayectoria de Aurelio».

Para el crítico de arte y autor del texto del catálogo, Alfonso de la Torre, conocer la pintura de Aurelio ha supuesto una visión muy diferente sobre la obra del artista murciano, «porque ha refrescado los conceptos, haciendo un estudio de todo el trabajo y la biografía de Aurelio». Este encuentro fue «un descubrimiento, un hallazgo inesperado, pero afortunado, como queda reflejado en ese estudio», que se convierte, quizá -según afirman Javier Bernal y Arturo Pérez- «en el gran texto reflexivo de los últimos años sobre la pintura de Aurelio». De la Torre resalta «las tierras áureas, vistas en el acontecer de un verano que las agostó». Y evoca también el «rumor escondido de algún agua invisible, humildes arquitecturas construidas, árboles que parecen preguntar sobre su existir, planos de viviendas humildes, sequedad o barro, mundo quieto y con aspecto de mineralizado».

Ese color de las tierras doradas, que comenta De la Torre, estaba en pleno fulgor en 1975, como también quedaba reflejado en el estudio que publicó Antonio García Berrio, catedrático de la Universidad de Murcia, en el que glosaba la importancia del amarillo como «el color-obsesión de Aurelio, que es también el color-obsesión de la tierra donde él ha querido demorarse a vivir durante años». Incluso afirmaba que, «salvando todas las distancias», los amarillos de nuestro pintor eran un instrumento de análogos resultados a los que Van Gogh despliega en su 'Campo de cebada con segador al mediodía'.

La explosión de los amarillos se expande y penetra en todos los conceptos. Las críticas, los comentarios, los artículos sobre la pintura de Aurelio están inexorablemente 'manchados' por la naturalidad de este color. Para Castillo Puche, estamos «ante un amarillo otoñal en todas sus gamas, claros, oscuros, suaves y rabiosos, verdadera sintonía convertida en sueños de oro, en rescoldos de plenitud artística, delirio de madurez descriptiva y poética de un maestro del color compuesto y descompuesto en acto de creación libérrima». José Ballester recordaba cómo, utilizando ese color, Aurelio imprimía en los paisajes «un espíritu, un hálito de personalidad, al lado de la cual, la fiel correspondencia de las formas es solo eso que se llama oficio». Para Martín Páez, el pintor estaba atravesando una etapa «en la que un ciclo se cierra con la concluyente evocación de la materia que se tiñe de amarillos, como luz cegadora, expresión íntima o evocación intensa, en un intento de manifestar todas a capacidades del color en ese intenso monólogo del artista».

Sin apellido

Alfonso de la Torre añade que Aurelio se centra en «trabajo, oficio y quietud. Aurelio; pintor, y basta. De ahí que el apellido no apareciera en la firma de sus obras, algo buscado deliberadamente desde joven, pero reivindicando, eso sí, la importancia del oficio». Habla de unos paisajes y de unos colores que son la respuesta a sus deseos de «representar, en su arte, la tierra y quienes la habitan». El propio pintor declaraba que buscaba que su pintura fuera «mensaje de sinceridad y verdad. Quiero que mis paisajes y figuras digan al hombre de la ciudad la verdad de la tierra, de sus hombres y de sus problemas». De la Torre también encuentra en la personalidad y en la obra de Aurelio una relación con la llamada 'Cofradía de los quietos', algo que le permite emparentar al pintor murciano con Juan Gris, Giorgio Morandi, Pancho Cossío, Esteban Vicente, Ben Nicholson o Gerardo Rueda. Es también Javier Bernal quien habla del apasionamiento que provoca la obra de Aurelio, «un pintor que no ha salido de la Región por variadas circunstancias, pero que, cogido en los años 70 por un galerista nacional o internacional, su nombre estaría en las grandes ferias compitiendo con los de Palazuelo, Bores, Millares, Saura...».

La pintura de Aurelio también encierra un compromiso público, reconocido por Alfonso de la Torre, cuando habla del «runrún de tantos artistas de la era de los manifiestos, que casi asolaría aquel tiempo de Aurelio, en especial la postguerra hispana, que vivió nuestro pintor». Algo similar quiere evocar Arturo Pérez cuando recuerda «los momentos de sinceridad, que siempre demostró, en una etapa de su existencia, en la que el mundo del arte, a nivel profesional y personal, se encontraba muy directamente relacionado con el desarrollo de la vida política y social del país». Artista que se confesaba liberal, pero siempre liberado de compromisos políticos, Aurelio fue uno de los primeros en Murcia, que no quiso seguir unos derroteros de comodidad artística. «Él se manifiesta de otro modo y hace una obra que conecta con todo lo que viene después. No comulgaba con aquella comodidad social, y por esto se retira de ciertos ambientes, y se silencia, como si fuera una ostra», afirma Arturo Pérez. «Se dedica a hacer una obra artística que, en realidad, era distinta a lo que entonces era el gusto y la estética de la sociedad murciana. Esto fue un riesgo y un valor que no se le reconocerá hasta muchos años después».

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