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figura 1971 Cemento patinado 40x10x7 cm Colección particular
Elisa Séiquer, una 'cirujana' en el fango

Elisa Séiquer, una 'cirujana' en el fango

El olvido institucional que sufre la figura de Elisa Séiquer (1945-1996), tenida por la mejor escultora que ha dado la Región, indigna a cualquiera de sus admiradores. Casi todo cuanto modelaron sus manos está en colecciones particulares. De hecho, en Murcia solo hay a la vista una de sus piezas, 'Juego de muchachos', instalada por el Ayuntamiento en el jardín de las Tres Copas, en el barrio capitalino de La Flota. 

MANUEL MADRID

Viernes, 17 de junio 2016, 07:54

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Hoy se cumplen 19 años de la muerte de la escultora murciana que mejor ha captado el ángulo pesimista de la vida

El olvido institucional que sufre la figura de Elisa Séiquer (1945-1996), tenida por la mejor escultora que ha dado la Región, indigna a cualquiera de sus admiradores. Casi todo cuanto modelaron sus manos está en colecciones particulares. De hecho, en Murcia solo hay a la vista una de sus piezas, 'Juego de muchachos', instalada por el Ayuntamiento en el jardín de las Tres Copas, en el barrio capitalino de La Flota. Este es el único testimonio artístico -no libre de polémicas, como descubriremos después- que pueden tomar como referencia los seducidos por esta mujer colosal, gozosa y sufridora, hasta su prematura muerte, hace hoy 19 años. Un cáncer la convirtió para siempre a los 49 años en pasto del recuerdo, y en este aciago aniversario hay que picotear en la memoria de sus amigos para reconstruir su vida y su obra.

Las referencias a Elisa Séiquer son constantes en los archivos de prensa; siempre se la cita dentro de una retahíla de nombres más o menos bendecidos por la crítica, como Párraga, Planes, Hernández Cano -Pepe 'El Largo', artista formidable que merecería una revisitación-, pero la bibliografía sobre su obra es escasa. De hecho, el volumen más completo sobre su producción artística fue publicado en 2001, con motivo de una exposición en Verónicas comisariada por el crítico Pedro Alberto Cruz Fernández y auspiciada por la Obra Social y Cultural de Cajamurcia -hoy Fundación Cajamurcia- y la Dirección General de Cultura de Murcia. El homenaje póstumo llevaba por título 'Elisa Séiquer: una historia que no cesa', y fue un pequeño milagro a tenor de las dificultades para reunir en la muestra algunas de sus piezas dispersadas.

Más recientemente la exconcejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Murcia, Concha Hernández, ha investigado sobre Elisa Séiquer, a raíz de lo que parece que es una obsesión en su vida: sacar del anonimato a grandes artistas ninguneadas, olvidadas o silenciadas por los historiadores del arte. Concha, funcionaria del servicio de Patrimonio del Ayuntamiento murciano, dedicará su tesis doctoral a esta «escultora sumergida en una profunda inquietud inconformista, siempre joven en el ánimo y dispuesta sin grandes gestos a preguntarse qué había detrás del arte». Todas sus esculturas, apunta Concha Hernández en conversación con 'La Verdad', contienen «esencia, sentido y mensaje», y reivindica la magnitud de su figura como revolucionaria de la expresión escultórica en la Región. «Es una de las pocas mujeres de su época que trató de esculpir los problemas y sentimientos humanos de una forma moderna y vanguardista, alejándose de las corrientes predominantes y acercándose a innovadores internacionales». Según Hernández, sus obras deberían estudiarse en las facultades y escuelas de arte, y los museos deberían «ser justos con ella».

El Museo de Bellas Artes de Murcia tiene en sus fondos una de sus obras más laureadas, 'Torso con brazos' (1972), que ilustra hoy la portada del suplemento Ababol, y en la que aflora la estilizada influencia de Giacometti. Javier Bernal, director del Mubam, comenta que no se expone en la colección permanente porque, por desgracia, no hay sitio para todos, y deja sobre la mesa la posibilidad de que se promueva un ciclo dedicado a su figura en los próximos años. «En efecto, es una estupenda escultora, rompió con todo lo conocido y habría que volver sobre ella», sugiere Bernal. El Mubam está preparando para la vuelta del verano una muestra sobre Pepe Marcos, fallecido hace un año, coordinada por su segunda esposa, la también escultora Lola Arcas.

«Sabía dónde hurgar»

La mayoría de esculturas y dibujos de Elisa están en manos de particulares, familiares y amigos. El escultor Juan Martínez Lax ensalza su maestría con el dibujo -«lo hacía maravillosamente»- y su determinación a la hora de trajinar la materia: «Metía las manos en las partes blandas, conocía la anatomía humana y sabía dónde hurgar». El periodista Patricio Peñalver, que la entrevistó en varias ocasiones, recuerda la gran acogida que le dio el gremio de «picapedreros»: «Para todos era un ser especial, puro carácter, irónica y hasta rimbombante en su modo de ser. Pero en ese mundo de brutos se la respetaba y se la quería».

Elisa fue alumbrada en plena posguerra, en agosto de 1945, apenas una semana después de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki. El mundo miraba a Japón, y en el número 2 de la plaza de Santa Catalina de Murcia nacía una mujer que iba a mostrarnos con el tiempo lo que a la mayoría no le interesa conocer: «El ángulo pesimista de la vida». Y lo haría primero en dibujos de trazos espeluznantes, gracias al influjo del maestro José Paredes Jardiel, y luego en esculturas, principalmente figuras humanas, torsos y cabezas. «La huella del modelado a la que tan proclives son los escultores murcianos se transforma en Elisa en penetración violenta de sus dedos en la materia, empieza a abrir huecos, aparecen las mutilaciones, la indagación en la médula del ser humano».

En ese trabajo de fin de Máster de Investigación sobre Gestión del Patrimonio Histórico-Artístico y Cultural, titulado 'La invisibilidad de las mujeres en la escultura: el olvido de Elisa Séiquer', dirigido por Manuel Pérez Sánchez, profesor titular del Departamento de Historia del Arte de la UMU, Concha Hernández recuerda la temprana amistad que unió a Elisa con el pintor José María Párraga, que le descubre la Murcia subterránea, con Pedro Pardo y otros artistas que frecuentaban las tertulias del bar Santos, entre los que estaban Manuel Avellaneda, Hernández Cano y José Luis Cacho, gente que nunca abandonaría su círculo vital. Una de sus primeras exposiciones, con apenas 18 años, fue en la Casa de la Cultura de Murcia, hoy Museo Arqueológico, como fundadora del Grupo Aunar, en el que además de Párraga, Avellaneda y Hernández Cano también estaban el pintor alhameño Aurelio y los escultores de Cabezo de Torres José y Francisco Toledo (autor del monumento a Valle Inclán en el paseo de Recoletos de Madrid y del monumento a Juan de la Cierva en la Ronda de Garay). Su apego por el arte fue realmente prematuro, pues siendo adolescente descubrió que su destino era «esculpir y esculpir».

Tendones y vértebras

Al principio era un juego, y del juego con el barro nació una profesión. Sus dibujos más antiguos conservados son de 1961, y para entonces compaginaba sus estudios de Bachillerato con la Escuela de Artes y Oficios. Su primer premio lo conseguiría en 1962, con 17 años, por la escultura 'Hombre', comprada por 5.000 pesetas y merecedora del Premio Villacis. En 1963 aparece en 'La Verdad', con firma de José Ballester, una crítica de su primera exposición con Párraga, que realmente la protegió como una pupila, que dice así: «Las esculturas de Elisa Séiquer, retratos sin duda, son exponente de un concepto noble y ortodoxo de ese arte en el cual no cabe, si se ha de permanecer en su nivel genuino, el preciosismo ni la morbidez».

Elisa era un caso insólito en el arte murciano, como destaca Pedro Alberto Cruz Fernández, ya que renovó el panorama con sus intentos de captar la «intensidad emotiva». En 1963-1964 el cineasta amateur Pedro Sanz la filma realizando el retrato de Diego Sanz. Otra constante en su obra es, según Cruz Fernández, «la contención ante el exceso expresionista, aflorado esporádicamente en algunos retratos o en parte de otros, cuando hunde los dedos en la materia plástica y recrea oquedades, traza profundos surcos o llega a los tendones o las vértebras». Continuó su formación matriculándose en 1964 en Bellas Artes en Valencia, y allí consiguió una beca de la Diputación Provincial de Murcia que la llevó a Madrid a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en la sección de escultura, «donde se pasó toda la carrera siendo la única mujer de la clase».

Con la escultura 'El Acróbata', que personifica a un hombre andando sobre sus manos, se presentó a la Exposición Nacional de Escultura, pero la rechazaron. Con esta misma obra consiguió, en cambio, una beca del Gobierno de Francia para ampliar sus estudios en París.

Y allí inicia una etapa que sería crucial en su carrera, en el taller de Étienne-Martin (1913-1995), célebre por su mundo mítico propio en madera, yeso y bronce a partir de la morada de su infancia. «A partir de ahí -observa Concha Hernández- se movió en dos vertientes: por una parte un expresionismo agresivo que obtiene de dividir la materia, abrir los torsos y mutilar la figura humana, y por otra una escultura ligera y ágil, donde busca el movimiento». Militante socialista -fue vocal de la Junta Vecinal de Santa Eulalia; tenía su estudio en la plaza de las Balsas-, sensible a las injusticias, buscó la independencia y practicó el amor libre en una época en la que ser mujer, lesbiana y artista no facilitaba las cosas; amplió horizontes en viajes de indagación a Francia, Italia y Egipto, y se estableció en la Región en 1969, tras aprobar las oposiciones de funcionaria del Estado como profesora de dibujo -en 1983 obtuvo la condición de catedrática-, labor que desempeñó hasta su fallecimiento.

Sutilidad y emociones

La degradación humana fue un ámbito de investigación para la escultora, que dibujó como pocos el desgarro y el desquicio de los internos del Hospital Psiquiátrico Provincial en 1972 para una exposición en la galería Chys. Ahí está todo el catálogo de desastres y secuelas que puede desencadenar la droga. Elisa Séiquer baja a los infiernos de la soledad y se topa con el espanto y la indignidad. El mundo y sus fantasmagóricas imperfecciones. Esta exposición fue un categórico reconocimiento para ella, y así lo constatan las críticas y comentarios que suscitó su mano maestra. «Su arte es auténtico. Su mundo, de dentro a fuera. Su mente, capta, elabora. Goza y sufre al mismo tiempo (...). La soledad de su obra es patrimonio de los seres humanos...», escribió Párraga. «Gritos estrangulados, palabras inarticuladas, muertas ya antes de nacer», reseñó el crítico Francisco G. Silva, que se refiere a sus esculturas como «eminentemente táctiles, que incitan a ser tocadas».

Silva imagina las propias manos de la artista hurgando dentro de esos cuerpos, «ahondando en sus vísceras, buscando sus secretos más recónditos», demostrando un conocimiento superlativo de la anatomía humana. «En una labor de cirujano deshace músculos, destroza la carne, raja y extirpa, quitando todo lo accesorio, todo lo que nos impide ver al hombre en su auténtica desnudez. Unas veces con amor, otras con ironía y siempre con una curiosidad infantil, propia del verdadero artista, que le lleva a desmenuzar ese algo que no entiende, que no entendemos, que es el hombre». El psiquiatra F. Martínez Pardo describe a Elisa con motivo de esta exhibición sobre la perdición de la droga como una «cronista de su tiempo», y alaba su compromiso para desenmascarar esta lacra social: «Ha sabido retratar este tema con el patetismo justo, sin truculencia, sin sensiblería. Es cierto que ha huido del lado atractivo, no se queda nunca en la superficie y ahonda, llegando hasta el final que le es dado alcanzar, y lo último que permanece son esas vidas rotas, esa soledad».

Su universo creativo y vital reflejan un permanentemente movimiento, una atracción por los contornos menos amables del cuerpo y del alma, por las superficies más incómodas de la vida, un boquete de sentimientos que saltan al espectador con una brutalidad expresiva poco común, que hizo que sus obras tuvieran una presencia constante en galerías, en bienales y sucesivas ediciones de ciclos artísticos como Contraparada. Elisa fue una creadora de la 'movida' contrasistema murciana, y una referencia artística laureada en la escultura figurativa. De hecho, fue la única artista murciana seleccionada en la Exposición Universal de Sevilla, junto a Campillo, Carrilero, los hermanos Toledo y González Marcos.

De tripas corazón

En Murcia también tuvo que hacer de tripas corazón; uno de sus proyectos fallidos fue la creación de un Círculo de Bellas Artes murciano, pero sin duda su mayor frustración fueron sus discrepancias con la política cultural ejercida por el PSOE en el Ayuntamiento de Murcia, en la etapa de José Méndez. El estropicio de 'Juego de Muchachos', supuestamente destrozada por gamberros en 1999, no convenció a la artista por las roturas que presentaba la pieza; calificó de «burdo y grosero» el arreglo del personal del Ayuntamiento, que no contó ni con su autorización ni su consentimiento. La obra permaneció en las catacumbas, arrumbada en un almacén, hasta que en 2008 fue descubierta por Antonio Botías, director de Proyectos del Consistorio, que la recuperó con el programa cultural 'Murcia escultura'.

Los chiquillos de Elisa, la escultora guerrera de Murcia, volvían a jugar a la vista de todos.

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