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¿El arte, cómplice? (I)

¿El arte, cómplice? (I)

Algunas semanas, y ésta no parece ser distinta, cuando me encuentro delante del ordenador dispuesto a desarrollar el 'apunte' programado, me siento trasladado a un lugar sólo apto para anacoretas sometidos a innumerables tentaciones, a visiones variadas y pecaminosas que, insinuantes, pretenden apartarlos de la meditación, de su 'tema'; y una vez allí, a mí me sucede lo mismo

PEDRO ALBERTO CRUZ

Viernes, 17 de junio 2016, 07:52

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Como 'resultado' de una actividad humana, es partícipe de los vicios y virtudes de sus creadores

Algunas semanas, y ésta no parece ser distinta, cuando me encuentro delante del ordenador dispuesto a desarrollar el 'apunte' programado, me siento trasladado a un lugar sólo apto para anacoretas sometidos a innumerables tentaciones, a visiones variadas y pecaminosas que, insinuantes, pretenden apartarlos de la meditación, de su 'tema'; y una vez allí, a mí me sucede lo mismo, y cientos de motivos, apenas vestidos, desfilan por la página en blanco que encuadra la pantalla, incitándome a abandonar el camino trazado para recorrer con ellos otros llenos de sensaciones. No suelo hacerles caso -eso no quiere decir que sea inmune a las tentaciones- por lo común, pero muchas veces el reclamo es tan fuerte que me cuesta mucho trabajo no acudir a su llamada, como sucede en este mismo momento.

Sentado y dispuesto a desarrollar el contenido del 'apunte', los atractivos cantos de las sirenas me hablan con voz meliflua de otros, me dicen melosas que son más de actualidad, más oportunos, más ácidos, más en la línea de la crítica de arte que nunca debía haber abandonado; y los nombran alzando el tono para que ninguna parte de mi cerebro quede ajena a su sonido. ARCO, el Centenario de la I Guerra Mundial, las viejas «novedades» que se airean como el 'non plus ultra', la esperpéntica realidad de los «aprendices de mucho» (¡ah, el olvido, el miedo!), las arbitrariedades, la estupidez de los estúpidos, que ven en los demás lo que son ellos, el 75 aniversario de la muerte del gran poeta Antonio Machado, por la plástica de muchos de sus poemas (por cierto, la primera recopilación de sus poesías después de 1939, la editó Espasa Calpe con prólogo de Dionisio Ridruejo firmado en 1940, años después alguno ejerció de Gran Almirante descubriéndolo), etc., etc., etc. Reconozco que en esta ocasión, ahora mismo, la resistencia es difícil, la dificultad máxima, porque todos ellos, en su «oropelada» apariencia, prometen líneas y más líneas de gran interés; por eso me veo obligado a realizar un ejercicio expurgatorio que por un lado aplaque, y por otro evite la sensación de haber dejado «varias asignaturas pendientes».

Dejo claro, para que no se me acuse de olvidadizo, que no todas merecen la pena, de momento, de que me detenga en ellas y, además, que su enumeración no es arbitraria (ninguna tentación lo es, porque carecerían de sentido si se mostraran fuera del contexto del que quieren apartar, de sustituir, y no hay nada más que remitirse a la vida de los «pobres» santos tentados), pues, si su objetivo no fuera la distracción, todas enlazadas podrían servir de base para el desarrollo de la base argumental del 'apunte'. Hecha la aclaración, prosigo.

No me interesa hablar -escribir- de ARCO, me cansa dedicarle más tiempo del que ya le he dedicado, me aburre, si el aburrimiento formara parte de mí, referirme otra vez a esa feria; y no es por nada, no es que considere nociva su existencia, es que llega un momento en el que volver sobre lo repetido tampoco tiene sentido, enfrentarse a un hecho en el que lo nuevo es remedo de lo viejo, no tiene «sentido» (y me parece muy bien que para otros, sobre todo si se juegan algo, sea la octava maravilla del mundo, y que estar en ella como «alumno» oficial, oyente o mediopensionista, sea el sueño realizado), y no andan los tiempos como para malgastar el poco sentido que queda. Y menos me interesa hablar -escribir- de novedades, esperpentos, silencios porque no toca, y porque cada uno, cuando nadie lo mira, lo ve -se ve- reflejado en el espejo. Sí me ha costado más resistirme, hasta el punto de «estar tentado de caer en la tentación», a dejar el tema inicial y dedicar el 'apunte' al recordatorio del poeta sevillano, ya que sus versos me introdujeron en el mundo de la poesía, y con ellos -recitándolos- inicié mi corta andadura por el mundo del teatro, quizá por eso lo retome más adelante. Pero, el tema de la guerra no lo descarto -siempre hay que ceder para que la presión se aligere- ya que puedo utilizarlo por sí solo o como apoyatura a lo que era mi propósito inicial.

¿Y cuál era? Si anteriormente me dediqué -siempre, repito, desde «mi real saber y entender»- a desmontar lo de la cultura os hará libres, y por ende el arte, ahora la cuestión que me planteo es más compleja, más delicada, más abierta a la especulación y al debate, aunque supongo que esto último desde posiciones casi en su totalidad opuestas a la mía. Y es el caso que dicha cuestión empezó a gestarse, a demandar su salida a la luz, cuando me vino a la cabeza la frase «Duchamp es inocente» sin más, sin referencias bibliográficas, sin sentido aparente, porque, en un ejercicio que me gusta a menudo practicar, de inmediato cambié el nombre del que, verdaderamente, rompió con el arte hecho hasta ese momento y con la gran mayoría del que se hace en la actualidad, y de la afirmación pasé a la negación con el siguiente resultado: «El arte no es inocente».

Lógicamente, esta aseveración no se puede realizar sin que esté apoyada en algún que otro argumento sólido, ni puede dejar a un lado la objeción, más bien duda, que enseguida se me puso enfrente: ¿el arte en sí, como concepto, es sujeto moral, ético, político, religioso, estético? Muchas preguntas para una sola duda/objeción, lo comprendo, y por eso reduje las respuestas a una solo y, partiendo de ella, a una sola conclusión (objetable, no me cansaré de repetirlo, personal, acaso subjetiva, quizá precipitada, y nunca universal): el arte es el recuerdo -materializado- de la labor del artista (incluidos los que se llaman así sin serlo), es un «resultado», por lo tanto es partícipe de los vicios y virtudes de sus creadores, si estos no son «inocentes», el arte tampoco lo será, y no valen las «coplas de los grillos que cantan a la luna», esas que separan a la obra de su autor como si una vez producida no tuviera nada que ver con quien la hizo.

Y partiendo de la falta de «inocencia», posiblemente común a cualquier comportamiento, a cualquier actividad humana, llegué al planteamiento de la interrogante que da título al 'apunte' (aunque todavía mantengo la duda de transformarla en afirmación): es «¿el arte cómplice? Pudiera reducir la contestación a un rotundo sí o a un desabrido no, y dejar que cada lector escogiera lo que considerase más adecuado, quedando yo al margen después de haber lanzado la piedra. No lo voy a hacer, porque quiero dejar clara mi posición, y para ello preciso de uno o dos 'apuntes' más. Pido comprensión por ello.

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