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Un lugar en el  mundo (del arte)

Un lugar en el mundo (del arte)

«Los verdaderos secretos no pueden revelarse», escribe Carl Gustav Jung en su 'Libro Rojo'. A las guardas de este enigmático manuscrito que el suizo tardó en gestar dieciséis años con dibujos y caligrafía inquietantes, se encomienda el comisario milanés Massimiliano Gioni para estructurar el andamiaje artístico de la 55ª Bienal de Venecia, evento artístico que bajo el epígrafe El Palacio Enciclopédico, crece y se expande por la bella ciudad como un pulpo desde el 1 de junio y hasta el 24 de noviembre. La Bienal oficial cuenta con dos espacios expositivos centrales en I Giardini y el Arsenale, en los que se agrupa la obra de 150 artistas. En los jardines de Castello, el sestiere -barrio- más grande de la ciudad, se encuentra el emplazamiento inicial de esta gincana cultural, convocada los años impares desde 1894. 

MARA MIRA

Viernes, 17 de junio 2016, 08:30

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La 55ª Bienal de Venecia extiende sus vanguardistas brazos por la cuidad de los canales hasta el próximo 24 de noviembre

«Los verdaderos secretos no pueden revelarse», escribe Carl Gustav Jung en su 'Libro Rojo'. A las guardas de este enigmático manuscrito que el suizo tardó en gestar dieciséis años con dibujos y caligrafía inquietantes, se encomienda el comisario milanés Massimiliano Gioni para estructurar el andamiaje artístico de la 55ª Bienal de Venecia, evento artístico que bajo el epígrafe El Palacio Enciclopédico, crece y se expande por la bella ciudad como un pulpo desde el 1 de junio y hasta el 24 de noviembre. La Bienal oficial cuenta con dos espacios expositivos centrales en I Giardini y el Arsenale, en los que se agrupa la obra de 150 artistas. En los jardines de Castello, el sestiere -barrio- más grande de la ciudad, se encuentra el emplazamiento inicial de esta gincana cultural, convocada los años impares desde 1894. Emplazados en medio de la refrescante vegetación se encuentran diseminados 26 pabellones, entre ellos el español por el que se desparraman los polémicos 'amontonamientos de materiales' de Lara Almarcegui, situado junto a una de las entradas del jardín. Ser un veterano de la Bienal y disponer de sede propia no es importante, de hecho esta edición el premio lo ha logrado la principiante Angola, con una sede en el Palazzo Cini al otro lado del Gran Canal, en el Dorsoduro, en el que se exhiben 23 carteles fotográficos (que pueden ser cogidos por el público) de Edson Chagas.

Como curiosidad anotar que Portugal, en el canal frente a los jardines, ha varado un barco. Su interior alberga una instalación lumínica de Joana Vasconcelos que asemeja ser un idílico mundo subacuático. Ya en los jardines, en su sede central, podemos visitar la primera de la dos muestras diseñadas por Massimiliano Gioni, joven comisario (1973) conocedor de los intríngulis de la Bienal italiana gracias a su trabajo como curador del dinámico espacio 'The Zone' en 2003, así como al haber sido codirector de Manifesta 5 (San Sebastián), la Bienal de Berlín y dirigir la Bienal de Gwangju (Corea del Sur). Gio, en el Pabellón Central principia su adoctrinamiento abriendo al espectador el 'Libro Rojo de Jung'. Tras el iniciático recorrido penetramos en una enorme sala. Allí tres actores, tumbados en el suelo, entonan sonidos guturales. Silencio, esta es la perfomance del artista británico Tino Sehgal que ha recibido el León de Oro de la Bienal. En los altos muros blancos sobrecogen los enormes dibujos sobre fondo negro, diagramas mentales del filósofo y artista Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía y de la pedagogía Waldorf. Todo un dato. Bajo el registro de estos gigantes del simbolismo creativo, adeptos al mito como Jung y Steiner, el submundo del inconsciente y la hermenéutica están garantizados. No debe sorprendernos el diálogo entre artistas profesionales, amateurs y 'outsiders' porque lo que persigue la idea expositiva (planteada como una ambiciosa tesis doctoral) es ahondar en el registro de la praxis creativa alejada de la urgencia de lo contemporáneo: no importa si aquella obra o aquella imagen fueron creadas hace dos días o cien años, ni si el artista ha triunfado o no en el complejo circuito artístico actual. Incluso ni siquiera si es artista, pues una buena parte de los trabajos han sido gestados por sanadores espiritualistas, presos, enfermos e incluso dementes.

Destacar que esta parte de la exhibición alberga el trabajo de la única artista española, Paloma Polo. Esta madrileña -residente en Holanda- centra su proyecto de investigación sobre las expediciones científicas llevadas a cabo durante el siglo XIX y principios del XX para avistar y documentar diferentes fenómenos astronómicos. Polo proyecta, escoradas en un rincón, 79 imágenes de los artefactos mecánicos, una obra que pudo verse en España, en el Museo Nacional Reina Sofía, dentro del Festival Miradas de Mujeres.

Para despejarnos de estas densas cosmologías y continuar practicando el 'art trotting' solo hay que salir a los jardines y entrar en las delimitadas sedes nacionales. Si quieren ver algo de efectos especiales visiten el hermoso pabellón de Corea. En su diáfano interior entra una luz tornasolada capaz de noquearnos, sobre todo después de salir de la pequeña habitación oscura insonorizada que completa la obra de Kim Sooja. También cercana al espectáculo es la propuesta de Chile. Alfredo Jaar emerge y sumerge en un foso una maqueta de Venecia bajo las aguas. Resultado: un pispás sin cataclismos.

En esta convocatoria, la anécdota simpática la han protagonizado Alemania y Francia al intercambiarse los pabellones. Además, ambos países han prescindido de seleccionar artistas autóctonos. En la francesa sede de Alemania, la instalación de Ei Weiwei es fotografiada por todo el mundo. Parece que queda bien el amontonamiento rizomático de 800 taburetes del artista chino, quien no ha logrado salir físicamente de su país. La obra de este mediático disidente también la podemos encontrar en otros espacios extraoficiales como la Iglesia de San Antonino. Allí se exhiben seis dioramas en los que narra, a modo de fotonovela, su detención en una unidad paramilitar. Frente al Pabellón Alemán, ahora sede francesa, el albanés Anri Sala platea un juego de tres destiempos narrativos con la obra Ravel, Ravel, Unravel regidos por una pieza musical: el 'Concierto de piano para mano izquierda', hermosa partitura que Maurice Ravel compuso para su amigo Paul Wittgenstein, deprimido tras perder su brazo en la 1ª Guerra Mundial. Si aman la música les seducirá la interpretación que la Orquesta Nacional de Francia -dirigida por Didier Benett-- hace de la misma y les inquietarán los sampleados de la DJ Chloé. También suena un 'soundtrac'k de David Bowie, The Man Who Sold The World -El hombre que vendió el mundo- en el completo Pabellón de Gran Bretaña. Unas fotos de la gira del Duque Blanco por Inglaterra en 1973 forman parte del repaso que hace Jeremy Deller de la sociedad británica, a saber: admiración por piedras neolíticas, gusto de la monarquía por la caza y amor por el té. Pueden intervenir activamente tomándose un té -gratuito- en la terracita abierta para el diálogo ente culturas. Y, a la salida, conviene prestar atención porque les invitan a estamparse personalmente un grabado réplica del dibujo trazado en la pared que representa un gigantesco William Morris -el diseñador de los arts & crafts- que arroja un yate moderno hacia el canal como si de una jabalina se tratara. Si desean continuar activos, en el pabellón ruso Vadim Sakharov en su perfomance 'Danae', permite solo a las mujeres recoger las monedas de oro que llueven del techo para depositarlas en un cubo. Es con toda probabilidad el pabellón que destila un mayor contenido de crítica social.

Cercanos a I Giardini encontramos el magnífico Arsenale -principal astillero de la República de Venecia- remozado por el arquitecto japonés Tadao Ando. Aquí hallamos sedes de 16 países, de entre las que destaco el debut de la Santa Sede con reinterpretaciones del Génesis a cargo de Koudelka, Lawrence Carroll y el Studio Azzurro. La también principiante Bahamas, con obra de Tavares Strachan, quien traslada un bloque de hielo polar ártico a una escuela de primaria en las Bahamas, intacto gracias a la energía solar. Y por último el Padiglione Italiano, una muestra colectiva denominada 'Vice-versa' que, acorde a los tiempos que vivimos, pide aportaciones de 'crowdfunding' para su sostenimiento.

Si las imágenes visionarias de Jung señalan la estrecha relación entre la imagen interior del hombre y la imagen exterior del mundo, en la parte oficial del Arsenale las obras convergen para intentar descifrar la relación entre arte, ciencia y tecnología. Aunque de nuevo, imaginación y fantasía se presentan como metodología del saber, porque el referente que inicia la segunda exposición oficial es la recuperada maqueta del museo que albergaría todo el conocimiento humano proyectado por el artista autodidacta Marino Aurti en su garaje de Pensilvania, en 1955. Una quimera en los años 50 que ahora tenemos al alcance de la pantalla del ordenador con una buena conexión a internet. Un clic en el teclado y tenemos el 95% del conocimiento humano sin ningún tipo de clasificación jerárquica. Una forma de entender el conocimiento que encuentro parejo al solvente diseño expositivo que ha afrontado el comisario, quien nunca destaca a ningún artista sobre otro. Todos se suceden en igualdad de condiciones. Atrás dejaremos la enorme piedra de Roberto Cuoghi, las irónicas esculturas en barro cocido de Fischli & Weiss, el panegínico diaporama de Stan Van der Beek, las deliciosas fotos de pin-ups del panadero Eugene Von Bruenchenhein, el relato que del Génesis propone el historietista Robert Crumb, los hipnóticos listados de Matt Mullicam, la iglesia que Danh Vo nos traslada desde Vietnam, el ídolo negro de Miroslaw Balka, las luces y sombras de Otto Piene, el monumetal Big Brother con 131 monitores que registran la vida de Dieter Roth, hasta llegar finalmente a la ordenada y minimalista instalación de Walter de Maria en la que la geometría y la luz dan punto final a la muestra. Fuera, deslizándose perezosa sobre el canal, nos espera una barquita con músicos interpretando la obra sonora del islandés Ragnar Kjartansson: magia sobre el agua.

Pasear por la calles consultando los mapas de localización distribuidos gratuitamente por la organización resulta conveniente si no quieren perderse por el laberinto cultural veneciano en el que se expanden 197 exposiciones: 80 sedes de países representados, 44 exposiciones colaterales y 70 agrupadas bajo el epígrafe 'Not Only Biennale'. Para poder contemplar parte de las muestras es conveniente una marcha activa por la ciudad y estar receptivos a la sorpresa del encuentro, pues con la excusa de las exposiciones podemos entrar en palacios, casas, almacenes etc.. -espacios alquilados por todo tipo de instituciones mundiales-, que por norma permanecen vedados al público. En estos lares de arquitectura singular se exhiben obras de arte contemporáneo provocando un fortísimo golpe de efecto de contracción temporal entre pasado y presente. Señalo ejemplos: 'Bestiario contemporáneo' (Museo di Storia Naturale), 'Tapies' (Palazzo Fortuny), 'Zhong Biao's Vision' (Chiesa Santa María della Visitacione), 'Future Generation Art Priz' (Palazzo Contarini Polignac), 'Heart Xishuangbanna' (Conservatorio di musica)

Fundaciones

La importancia de la cita en Venecia se prolonga más allá de la Bienal porque esta década se ha consolidado la presencia de fundaciones que expanden su programación a lo largo del año: el imán Peggy Guggenheim expande su atracción a lo largo del Gran Canal. Fundaciones que poco se parecen a la cómoda residencia de la coleccionista norteamericana ocupan espacios cargados de historia, remodelados por prestigiosos arquitectos para albergar colecciones agrupadas según los gustos de los magnates financieros asesorados por curadores especializados. El más demandado este año es el veterano Germano Celant, quien firma tres muestras, dos de ellas importantes: la recreación que Miuccia Prada le ha demandado de la exposición más paradigmática de la segunda mitad del siglo XX, 'When Attitudes Become Form' -comisariada por Harald Szeemann para la Kunsthalle de Berna en 1969 y que ahora podemos ver como un 'remake' artístico en la imponente Fundación Prada-, mientras que en la Fundación Vedova encontramos 45 piezas de Roy Lichtenstein. Esculturas, collages y dibujos de su propia fundación, en los que es posible seguir la praxis creativa -del plano a la escultura- de este icono norteamericano del pop art. Como último apunte, anotar la extraña belleza expositiva que podemos encontrar en el Palazzo Grassi, remodelado por Tadao Ando, de la Fundación de François Pinault. Allí, el siempre sorprendente Rudolf Stingel ha recubierto enteramente las estancias con alfombras persas sobre las que ha depositado sus cuadros. El efecto es absolutamente demoledor: no hay refugio para la mirada. Algo así pasa con la ciudad italiana, tanto da que vayan a ver exposiciones o no: la eterna y decadente Venecia siempre será 'el gabinete de las maravillas'.

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