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Tópicos (y II)

Tópicos (y II)

Los tópicos generados en torno al arte, tanto dentro como fuera de él, conforman un abanico con tantas varillas, que no es que sea imposible desplegarlas todas, pero sí que se llevaría mucho tiempo y muchos folios moverlas para verlo totalmente abierto. Esto obliga a reducir el número de ejemplos, y a no citar otros casos en los que lo que hoy es tópico ha sufrido una serie de 'mutaciones', metamorfosis a veces, que casi hacen olvidar su origen. Son cambios en nada discrepantes con los sufridos en otras 'disciplinas', en otras manifestaciones del acontecer humano, y en los que se incluyen animales, colores, ubicaciones, la mayoría meras anécdotas transformadas en símbolos -en representaciones tan asumidas que generan tendencias y condicionan el comportamiento- que tratan de ocultar su realidad de tópico.

PEDRO ALBERTO CRUZ

Viernes, 17 de junio 2016, 08:26

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¿Nos hace libres la cultura? ¿Y el arte? La libertad es un estado que, de momento y con los mimbres de los que disponemos, no podemos alcanzar

Sobre la libertad

Centrándonos en el arte -aunque debo reconocer el esfuerzo para no referirme a los 'otros'- y para concluir lo que dejé a medio en el anterior 'apunte', uno de los tópicos que más chirrían cuando se oyen, y hace más daño a la vista cuando se ve escrito, es uno que está relacionado con la libertad y que ha sufrido varias adaptaciones, según los intereses de los 'utilizantes', desde su aparición. El susodicho tópico es «el arte os hará libres», ni más ni menos.

El origen -supongo que sabido por todos- es la evangélica frase «la verdad os hará libres», escrito -quizá pronunciado- y difundido desde unos presupuestos claros e inamovibles, al referirse a una verdad que proviene de una doctrina religiosa y que se justifica a sí misma autoproclamándose única y verdadera, de ahí que su conocimiento y seguimiento libere de las ataduras de la ignorancia, y dé la oportunidad al individuo de ser libre (con el pequeño detalle de la necesaria pertenencia al grupo). No critico el origen, pues, en él la máxima es todo lo contrario al tópico y supone, quizá forzando un poco, la continuación -o el perfeccionamiento- del célebre «conócete a ti mismo» -Nosce te ipsum- délfico. Sí critico la deriva posterior que la convierte en tópico.

Primero fue «la cultura os hará libres» -dejo a un lado todo lo que huela a política, a ideologías, sin olvidar su contribución al cambio sufrido-, dándole al sustantivo un valor que excede su propia dimensión al generalizar y no tener en cuenta las excepciones, tan numerosas que llegan a convertirse en regla. La transformación, exponente claro de un proceso de laicidad, que asimila parte de lo que considera válido de aquello que ataca para no construir sobre el vacío, proviene de una visión reduccionista, interesadamente desconocedora de la realidad que rodea, y del uso contrario dado en ella a la cultura al ser la que somete (disfrazada de religión), limita las libertades (engalanada con los entorchados dictatoriales) y no admite discrepancias. El tópico cultural falla en su base, y hace más evidente que los lugares comunes solo son la bisutería con la que se adorna lo carente de sustancia.

Después fue el arte el 'apropiacionista', poniéndose él en el lugar de la verdad. Si al referirme a la cultura he elaborado mentalmente la palabra aberración, y no la he llegado a escribir, ahora, con el arte, no puedo obviarla, porque el 'tópico' aquí traspasa los límites de la normalidad, e incluso los de la exaltación de los poseídos por el numen creativo (lo de la 'numinosidad' del artista -palabro que leí por primera vez en un texto de Almagro Basch- también es un pedazo de topicazo que cito y no desarrollo, ¡qué me perdonen las Musas!), al ampliar 'ad infinitum' las versiones de la verdad, por un lado, y al reducir al límite las posibilidades de alcanzarla.

La ampliación conduce, por una reacción que no exige recurrir a la 'lógica matemática', a preguntar qué arte es el que hace libre. La respuesta, si se quiere seguir en unos mínimos límites de racionalidad, es múltiple y, por lo tanto, confusa, ya que habría que centrarse en épocas, estilos, escuelas, artistas, y depurar, con lo cual ese infinito va restringiéndose y convirtiéndose en una frontera demasiado próxima; tan próxima que se pueden ver todas las grietas que presenta en su estructura, y que nada tienen que ver con la libertad.

La reducción también plantea un problema de difícil solución lógica, al dejar fuera otros aspectos de la vida y de la actuación humana que, en sí, tienen el mismo derecho y la misma capacidad -y añado, las mismas pretensiones- para ser garantes e hilos que conducen hacia la libertad. El arte no hace libre porque no es libre al depender de muchos y variados factores (el más importante el propio artista, sin olvidar tendencias, modas, modos, mercado, etc.), que inciden en él y lo convierten en un objeto más, aunque en determinados casos algunas obras adquieran la categoría de símbolo, al superar su materialidad y sus propias carencias. Sé que muchos artistas, algunos de buena fe, dicen actuar en nombre de la libertad, y que el concepto que de ella tienen -parcial, arbitrario, acomodado a sus convicciones e intereses, como cualquier hijo de vecino- lo intentan plasmar en su obra, pero el problema es que la libertad no es un concepto ni una situación, es un estado que, de momento y con los mimbres de los que disponemos, no podemos alcanzar.

«Eso lo hago yo»

Por último y para desdramatizar el 'apunte', me voy a referir a un tópico 'extra-artístico' aunque relacionado con el arte, sobre todo con el que surge con las primeras vanguardias (quedan muchos más pidiendo cuartel para participar en la liza, y los dejo a la espera, ya que ahora no deseo escribir más sobre este tema), es la famosa aseveración tricéfala, auténtico Cerbero guardador de la tradición, «eso lo puedo hacer yo» («eso lo hace cualquiera», «eso lo hace un niño»). Lo curioso de esta 'sentencia' es que se la he oído decir a tirios y a troyanos (no artistas y artistas) como una de las mayores descalificaciones críticas a una obra y a su autor, además acompañada de toda una serie de sinrazones pretendidamente apoyadas en una argumentación sólida. ¡Claro que una vez visto el botijo y entendido su mecanismo, la mayoría puede decir que lo hace, otra cosa es que sea capaz de hacerlo!

En el caso de la obra de arte -a la que no he pretendido comparar con un botijo-, el asunto es un poco más complejo, o más sencillo según se mire, porque solo hay que copiar -o calcar- lo visto en una reproducción para decir que «yo puedo hacerlo y lo he hecho». Sí, es sencillo, y no hay que darle más vueltas (en los concursos de pintura infantil en los que estuve de jurado, la gran mayoría de los trabajos presentados correspondían a un tipo de obras, cubismo fundamentalmente, y a unos artistas determinados, todos del primer tercio del siglo XX), lo que sucede es que el que dice que él lo haría, lo dice después de ver lo que ha hecho otro, y la raya, la mancha, la puerilidad o el mal hacer consciente, le vienen dados sin necesidad de poner en ebullición las neuronas. Con esto, no defiendo todo lo hecho en el nombre del arte y de la renovación, lo que pretendo -y hago- es poner en evidencia la cortedad de este tópico que, pese a su cojera, me temo seguirá dando vueltas a la noria o a la era.

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